Le cambió la cara un día cualquiera
martes, noviembre 24, 2015
Ese fue un día diferente, un día cualquiera. Estaba durmiendo y pensando. Mientras recuperaba el cuerpo, pensó: “Voy a escribir un texto. Puesto que hace un instante me he levantado, he ido al cuarto de baño y he visto que algo ha cambiado.” Todo esto pasó entre duermevela. No podía tener los ojos abiertos para verse; él lo sabía, pero le parecía normal. En sueños había percibido un cambio; no lo había visto con los ojos, pero sabía que algo había cambiado. Mientras se despertaba intentaba captar qué le había ocurrido; pero todo fue en vano. Sonó el despertador. Bajó el botón de la alarma. Puso el reloj en la mesa en un lugar donde no pudiese darle con la bata en el momento de salir a la terraza a fumar el primer cigarrillo. Tuvo siempre esta divina precaución porque conocía bien como se comportaba su ropa: siempre se enganchaba de la forma más inesperada, rara, sorpresiva, imposible, en cada pomo de las puertas. “Si lo hubiese hecho a cosa hecha no hubiese salido.” No comprendía el comportamiento de los objetos. Estos tenían su lógica; tenía que rendirse a esa evidencia. Y la lógica de los objetos y su lógica no funcionaban de la misma manera. Él tenía la lógica de las palabras; ellas la lógica de las cosas. Si una cosa era imposible, ellas, con la lógica de las cosas la conseguían. Él con la lógica de las palabras solo conseguía palabras. “Total, dos mundos diferentes.” “Si un objeto se quiere caer, se cae. Si no lo quieres tirar, se cae. Si no lo quieres romper, se rompe. Si lo pierdes, no lo encuentras hasta que él quiere. ¡Bueno! Algunos dirían hasta que el inconsciente quiere.” Las cosas estaban fascinadas por las cosas; y seguro que jugaban con los hombres. Cada vez que una cosa se encontraba con una cosa se fascinaba con su belleza. No era una belleza abstracta sino concreta. La belleza de ese objeto. Ese objeto único que había venido a su encuentro. Era un momento de felicidad y de entusiasmo; una verdadera emoción en toda regla. Tenía que conseguir ese objeto; era cuestión de vida o muerte: de felicidad o desgracia. Ese despertador lo había comprado por veinte euros. Estaba sobre el mostrador entre otros; cuatro o cinco no más. Él pensó: “Para ser unos grandes almacenes qué pocos despertadores tienen. Miles de objetos y solo cinco despertadores.” Necesitaba un despertador y cualquiera era bueno. No supo por qué eligió ese. Pero siempre tuvo mucho cuidado en su relación con él. Pensaba que en cualquier momento podía romperlo. No pasaba cerca de él por si su ropa colgante podía engancharlo, tirarlo y romperlo. Prestaba mucha atención en el momento de cogerlo para ponerlo debajo de su almohada. Esa mañana sonó como de costumbre. Lo apagó sin tener mucho cuidado. Lo posó sobre la mesa sin prestar atención. Tal vez por eso ahora se acordaba. Eran las seis y aún no había ido al cuarto de baño. Miento: sí fue pero no se miró en el espejo. Sorprendente para una persona que se despierta con esa idea. Ahora se acordaba de que había ido al cuarto de baño. Ahora se acordaba de su primer pensamiento del día. Pero ya no le importaba. Aquello que hacía una hora tenía importancia, ya no la tenía; se había esfumado. Desde aquí lo observo y el sujeto sigue indiferente. Está sentado delante de la ventana, con la luz encendida, aún queda para que amanezca. No tiene cara de preocupación. Está pensando en un cigarro, el segundo. Está luchando con la tentación. No es que lo necesite: es una idea. “Fumar un cigarro.” Y una idea tiene más fuerza que una adicción. Si tardaba seis o siete horas en fumar, ese primer cigarrillo le producía una leve descarga de placer en el cuerpo, menos en la cabeza. ¿No le llegaba la nicotina al cerebro? ¿No dicen que llega a los centros receptores? Pues a él le bajaba hacia abajo; le llegaba a los pies y a los brazos. Ya sé: me dirán que los brazos no están abajo. Pero sí bajaba por los hombros; a veces, hasta por las manos. Y eso es bajar, por lógica. Esa es la lógica de las cosas: de los hombros se baja. Las manos están más allá; y generalmente más abajo de otras partes, según la posición. Por las piernas se baja aunque estés tumbado. “Se sube a la cama” aunque la cama esté en el suelo. No se dice “Se baja a la cama”; aunque la cama esté más abajo que el cuerpo. Se dice “Se sube a la cama” aunque la cama, por lo general esté más abajo que la altura del cuerpo. La lógica de las palabras. Las cosas pasan de esto. No son temas de conversación que les interesen. Ellas se fascinan por las cosas, tal cual. Tal vez por eso la cosa-cuerpo había perdido el interés en averiguar el cambio en la cara ese día cualquiera. La idea del cambio desapareció. El cambio habría sucedido; pero el interés desapareció. Estas es la lógica de las cosas y el otro mundo paralelo.
Carlos del Puente
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