Se trata de identidad o de amor a sí mismo a través de la imagen que los propios ojos ven en el espejo, en el espejo de cristal, en el brillo de los ojos ajenos, en la sublime imagen inconsciente que uno tiene de su propio cuerpo, el Dios de la carne.

     Si el cuerpo no responde a esa imagen inconsciente, se vive como un objeto que estorba, un obstáculo, aunque en ningún caso se ha oído decir que se vive en un cuerpo equivocado. Es el cuerpo un muro a vencer, a derrocar, destruir o asaltar con el odio que se le puede tener al enemigo. Quítale grasa, forma inadecuada, curva excesiva o su ausencia, horrible textura, imperceptibles defectos que la imagen no soporta.

     Es el cuerpo entonces impedimento para conseguir el amor, ser amado por su perfección; impedimento para el éxito en la sociedad, trabajo, relaciones; obstáculo insuperable que va por delante de uno mismo gritando el horror que uno mismo siente, y los otros, y todos, y el universo, Dios en estado de risa ante lo ridículo que uno mismo representa.

     Lo llaman complejo, complejo de inferioridad, cuando en realidad es megalomanía de la perfección, deseo insaciable de ser cada vez más perfecto, lo perfecto más allá de sí mismo, lo ultraperfecto superándose a sí mismo.

      Aunque hay casos que lo son y no se lo creen, y otros que no lo son y se lo creen. El primero, sufriendo en la ignorancia. El segundo, disfrutando en lo ridículo. No intenten convencerlos, ambos están en el espejismo.

     Si la identidad se basa en la forma corporal, ¿qué podríamos deducir? ¿dónde queda la identidad basada en el carácter, en la personalidad, en lo que se piensa, en como se actúa? Nada de eso importa si el cuerpo es perfecto. Luego se quejan de que el perfecto cuerpo del otro no se comporta como exigen las reglas sociales, o el capricho propio.

     Ser valorado primero por el cuerpo perfecto, luego ya veremos; si nos valoran por otras cosas, mejor; por la capacidad, la eficiencia, por el como somos, mejor, también. Porque casi todos creemos ser perfectos, narcisismo obliga: nuestra manera de ser es correcta, no le vemos ningún defecto; son los demás los incompetentes, son los demás los que cometen errores, a mala fe, la mayoría de las veces, por envidia, por malos, para joder al prójimo, esa es su satisfacción, porque se sienten inferiores o superiores.

     Podemos olvidar lo que hacemos, nuestro carácter, los errores cometidos, casi nunca aceptados, pero es imposible olvidar al cuerpo, ese trozo de materia que se impone permanente a la mirada; aunque no lo miremos expresamente, está siempre delante de los ojos; y si duele, o no actúa correctamente, aún menos.

     Bien le vale al narcisismo con ser el Uno y único. No comparte. Rechaza todo otro. Y al mismo tiempo quiere ser reconocido por ese otro que él excluye por inferior. Paradoja del ciego narcisismo. 

     No es una valoración de lo superficial; es un valor esencial. No se trata de rellenar un sentimiento de vacío. Algunos dicen que necesitan verificar sus emociones en el espejo para estar seguros de que las sienten. Tal vez sea porque no las sienten, y ni siquiera saben lo que es. ¿O tal vez con la mirada puesta en el espejo intentan verificar que la expresión del rostro es correcta? 

     El narcisista tiene una visión unitaria y perfecta de sí mismo, la cual no permite ni ausencia ni errores. Todo debe funcionar a la perfección y siempre. Las cosas no son en sí mismas incompletas. Y esta creencia inconsciente es aplicable a todos los ámbitos de lo humano y no humano. La imperfección de una pequeña parte produce dolor, rabia, y deseo de destrucción hacía dicha parte. 

     Es el espejo pues uno de los complementos esenciales unidos al cuerpo. El espejo es vital para que el cuerpo siga unificado, para que no se disperse continuamente el cuerpo en sus partes. Sin su efecto permanente, el cuerpo acabaría disperso.

                                                     Carlos del Puente