Tarkovski Andrei Esculpir en el tiempo Características de la obra maestra
lunes, septiembre 02, 2013
"Otro ejemplo: el cuadro de Leonardo da Vinci Retrato de mujer joven ante un enebro, que cito en mi película El espejo, en aquella escena en que, durante la guerra, el padre se reúne brevemente con sus hijos.
Los cuadros de Leonardo da Vinci impresionan siempre por dos cosas: por la sorprendente capacidad del artista de observar un objeto desde fuera, desde una esquina, con una mirada absolutamente tranquila, esa mirada que también caracteriza a Johann Sebastian Bach y León Tolstoi. Y a la vez el hecho de que se puede reaccionar ante sus cuadros con dos posturas contradictorias. Es imposible describir la impresión última que nos causa ese retrato. Ni siquiera es posible decir con determinación si a uno le gusta o no le gusta esa mujer, si le resulta simpática o desagradable. Nos atrae y a la vez nos repele. Hay en ella algo inexplicablemente bello y algo declaradamente diabólico, que nos asusta. Algo diabólico no en el sentido de la atracción romántica. Algo que, simplemente, está más allá del bien y del mal. Una magia de signo negativo, que encierra algo casi degenerado y, sin embargo…, bello. En El espejo utilizamos ese retrato, por una parte, para introducir en los acontecimientos la dimensión de lo eterno. Pero, por otra parte, estaba pensando como contrapunto a la protagonista de la película, puesto que la Terechova, que hacía ese papel, también puede ser a la vez atractiva y atemorizante.
El intento de desglosar el retrato de Leonardo en sus partes constitutivas no llevaría a ninguna parte. Al menos, no aclararía nada. El efecto emocional de este retrato de mujer se basa precisamente en la imposibilidad de extrapolar de él algo unívoco, definitivo. No se puede entresacar de la totalidad un detalle concreto o dar preferencia sobre los demás a una impresión momentánea, queriendo fijarla para sí mismo como algo definitivo, para obtener así una relación equilibrada con respecto a la imagen aquí presentada. Nos abre la posibilidad de entrar en relación con lo infinito…, y captar esto es la meta suprema de toda obra de arte importante.
Un sentimiento similar lo despierta también el carácter cerrado de la imagen, que causa efecto precisamente por el hecho de que no se puede desglosar en partes. Tomado de modo aislado, cualquiera de sus elementos, separado de los demás, está muerto. En cambio, en cada elemento de un cuadro, por muy insignificante que sea aquél, se encuentran las mismas características que configuran la obra en su totalidad. Y esas características son el resultado del efecto recíproco de elementos antagónicos, cuyo sentido fluye de uno al otro, como en los vasos comunicantes. El rostro de mujer representado por Leonardo está marcado por una gran idea y, a la vez, esta mujer parece algo corriente, con cierta tendencia hacia características bajas. El retrato nos ofrece la posibilidad indefinida de ver en él muchas cosas. A la busca de su sentido y su esencia, uno se pierde en un inmenso laberinto del que no hay salida. El verdadero placer se obtiene en este caso precisamente al darse cuenta emocionalmente de que este retrato es inagotable, de que no es explicable en sus últimos extremos. Una idea auténtica en una imagen lleva al espectador a una vivencia simultánea de sentimientos tremendamente complejos, contradictorios y en algunos casos que se excluyen mutuamente.
Es imposible captar el momento en que lo positivo se transforma en su contrario o, mejor dicho, en que lo negativo penetra en lo positivo. Lo infinito es algo inmanente a la estructura de la imagen. Pero en la práctica, en su vida, el hombre indefectiblemente prefiere una cosa a otra, elige y sitúa la obra de arte en el contexto de su experiencia personal. Y así como toda persona, sin querer, actúa de forma pragmática, es decir, defendiendo en lo grande y en lo pequeño su propia verdad, así también trata la obra de arte según su propio arbitrio. Lo sitúa en el marco de sus propias conexiones vitales y lo une con determinadas fórmulas de pensamiento. Pues las grandes obras maestras de arte, por su naturaleza, son ambivalentes y ofrecen ocasiones para interpretaciones de lo más diversas."
Tarkovski Andrei, Esculpir en el tiempo, p.72
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