Relato: Amor, celos y sexo

miércoles, noviembre 19, 2014


Puede sentir todo contigo. Silencios llenos de amor. Silencios de ausencia. Se desprendía de nosotros el aire. Se notaba el amor; o algo similar al amor. Nuestras batallas para hacerlo real. A veces, respirábamos a kilómetros de distancia; esto es lo que tienen las redes. Otras estábamos tan cerca como si acabáramos de separarnos en cualquier calle; y simplemente veníamos de cerrar el chat. Estábamos juntos; era lo importante. ¿Se nos acababa el amor al apagar la pantalla e irnos a la cama? No. Seguíamos juntos: tú conmigo en mi cama; yo contigo en tu apartamento. Imagino lo que me hacías. Alguna vez me lo contabas. Ahora que lo recuerdo, creo que es verdad que ese día lo hicimos: tú en tu casa; yo en la mía. Algo similar pasaba a kilómetros de distancia. Este era el amor en los tiempos de las redes. Aquí la espera era el tiempo de conectarse. No había espera en el patio, en el jardín o en la calle: para ver si el otro pasaba, salía de compras o iba al trabajo. Aquí no había mensajes en los huecos de los árboles. En todo caso, alguna vez escribí poemas en las paredes de tu calle, o en esas ante las cuales pasaba tu tren; esos poemas que desaparecían bajo las mangueras de los servicios de limpieza, no sin antes leerlos, mover la cabeza y decir en voz alta, casi gritando: «Están locos, estos enamorados». Ellos no comprendían que esta locura nacía después de cientos de horas de escribirnos, de hablarnos, de compartir fotos, canciones, comentarios. Entre conexión y conexión respirábamos silencios y sospechas. Pasó hoy; y no sé por qué digo esto. Me habré acordado de mis celos. Son inconfundibles y me provocan confusión. Luego hablaré, sin duda, de ellos. No acaban con el amor. Bueno, luego.

Tenía ganas de seguirte a todas partes. Y tú, como hombre, a ti te parecía excesivo tanto apego. Creías, como todo el mundo, que eso era simplemente dependencia, falta de seguridad en mí misma. Para nada, para nada es eso. ¡Qué sabrán ellos del amor si no aman ni a su perro! Era natural este amor, esta esperanza, estas ganas de seguirte a todas partes. Batallaba por no hacerlo. No podía mostrarte desinterés. No podía hacerlo; porque no lo sentía, porque no lo quería, ni me daba la gana, dijeran lo que dijeran ellos. ¡Qué me importaba lo que dijeran! Me miraban como a una loca por culpa de las redes, de Twitter, de Facebook, de internet. Decían que era adicta, que era una droga. Pues sí: el amor es una droga, una adicción; y de las más fuertes. Ese chute de emociones no es comparable con nada. Sufría; pero vivía; y eso no lo cambio por nada.

No podía vivirlo de forma natural. Todo contigo era diferente. Te inhalaba, te expulsaba, te quería y te quiero. No era perfecto pero aún me queda el aire: tu aire. Digo esto y yo misma río a carcajadas, pensando que estoy loca. Pero no estoy loca. Bueno sí: estoy loca por ti, por todo lo tuyo. Y eso no es malo como ellos creen. Eso es un vicio; mi vicio, tú mi vicio. A veces se me desprendía el alma, el corazón, el cuerpo, y solo era grito, llanto, cama; mirando permanentemente la pantalla para ver si te conectabas. Y sí, loca. ¿Qué pasa? Loca y feliz. Loca y desgraciada. Loca por tu corazón, por tu alma, por tu cuerpo. Tu cuerpo casi perfecto: tu barbilla afilada, tu nariz respingada, tus hermosos ojos que me dejaban pasmada, tus labios tóxicos, y tus manos... y tus manos sobre mi vientre gritando el deseo. Parecía hipnotizada, intoxicada, borracha, embriagada, sintiéndote todo, todo tu cuerpo de hombre. Tus labios solían decirme bajito cosas que no me atrevo a revelar. Me gritabas intrigas. Me ponías el fin en ninguna parte. Y así sintiéndote todo cada vez que nos encontrábamos.

Pero llegaba el momento de separarnos. ¿Te dejaría ir otra vez? No podía; porque parecía que había llegado el fin de todo. Lo sentía y no podía aceptarlo. Se me llenaba la cabeza de intrigas. Había otra; seguro. Podía sentirlo; lo intuía; lo sabía todo. Sabía que de vez en cuando te ibas con otras; pero esta vez te veía diferente. Había algo en ti, en tu cuerpo, en tus gestos, en tu forma de mirarme, que era diferente. Había otra que estaba tomando para ti importancia. Todo había llegado al final. Todo se derrumbaba. No podía soportalo. Era más fuerte que yo, todo lo que sentía. Todo había sido una farsa: me habías engañado. Te habías cansado de mí. Ya ni te gustaba. Ya no disfrutabas conmigo en la cama. Te aburrías. Ya no me amabas. Era como morir. Sin ti. Sin nada. Sin nuestros momentos. Sin nuestros encuentros clandestinos. Todos los instantes pasaban por mi cabeza. Todo pasaba por mi cabeza: nuestras mañanas, nuestras tardes, las noches separados, nuestras escapadas.
Aquellas pocas mañanas en las que despertábamos juntos, en cualquier sitio; poco importaba donde, si estaba contigo. A tu lado, con esa sensación como si me enseñaras un mundo nuevo bueno que no conocía. Como esas tardes con el terror de que llegara la noche y tuviéramos que separarnos. Conocía tus brazos, tus brazos velludos, tus manos grandes y fuertes, tus caricias. Ya no importaba nada.

Recuerdo aquella noche de escapada. No: recuerdo la mañana siguiente. Te levantaste frío. Me puse triste. Me entró un dolor por la espalda. Me quedé mirando mientras te vestías. Un simple «después me conecto». Tengo cosas que hacer. Iré al trabajo. Yo me quedé callada. Apenas me miraste. Hablamos después, dijiste con pocas ganas. Hiciste un gesto de desconfianza sobre tu ropa. Yo la veía perfecta. Te vi tan guapo y elegante. Sabía que ese gesto no era por la ropa sino por nosotros. No comprendí. La noche juntos fue magnífica. Algo te había preocupado al levantarte. No sé: tal vez hastío. Pero no lo parecías mientras me besabas. Me hubiese dado cuenta; ahí nunca me equivoco.  ¿No vas a desayunar?, te pregunté. No, no tengo tiempo; no puedo pararme. Ya voy tarde. Y era temprano. ¿Por qué tanta prisa? Te pusiste nervioso con mi pregunta. Una simple pregunta y te hace ese efecto. ¡Qué raro! Hice como si no me hubiese dado cuenta para no molestarte con mi sospecha. ¿Llegas tarde a dónde? pensé. ¿Quién te espera? ¿A quién vas a buscar? ¿Con quién has quedado tan temprano? ¿No has tenido suficiente sexo con el que te he dado esta noche? No creo. ¿O estás fascinado por alguna nueva? Será eso; estoy segura. No quiero reprocharte nada. No quiero estropear esta noche. No quiero que te vayas enfadado. Simulo creerte y me siento al borde de la cama. Te pregunto si estás preocupado por el trabajo. Me dices que sí; pero noto que es mentira. Me preguntas si va todo bien. Te digo que sí al mismo tiempo que se me revuelve el estómago. Iba a llevarme la mano a la boca del estómago; pero la freno y la dejo sobre la cama. Todo se arreglará, me dices. Sí, todo, pienso. Todo menos lo nuestro. Esto no me gusta. Aquí hay algo; me lo huelo. ¿Estás segura? me preguntas con pocas ganas. Si claro. No te preocupes, te respondo con los ojos brillantes.

Se fue aquel día y ayer quedamos de nuevo. Cada encuentro como segundas partes. No me dejó tiempo de gritar en su apartamento. Me cogió que si el corazón se le fuera. Volvió con la fuerza del regreso. No me dio tiempo a tener frío. Me despertó el alma. Desde la última vez la tenía dormida. Es verdad que hablábamos por el cel, por el chat. Pero no es igual que cuando estamos cuerpo a cuerpo. Aquí regreso. Aquí nos tocamos todo el tiempo. Aquí hay besos por todas partes. Lo dejé sin respiración. Lo dejé vacío. La última vez que lo hicimos le salió solo una gota. Fue para él doloroso y placentero. Gritaba de placer entre convulsiones de su miembro. Se agitaba como si fuese a escupir todo lo que tenía en sus bolsas. Como si fuese a abrir y expulsar las entrañas en mi boca.

Lo besé tanto como pude, aquí y ahora. En un abrir y cerrar de ojos, en los ojos, junto a la boca, besé su frente y su cuello, sus orejas. Besé su olor, y los restos que caían sobre la sábana. Quería tenerlo siempre ahí, prisionero de mi cuerpo; verlo y decirle tantas cosas. Pero de vez en cuando me interrumpían las lágrimas: sabía que él estaba ya huyendo. Cada vez que lo veía temía su huida y a la vez me consolaba: estaba allí, allí conmigo, entregado en cuerpo y alma; y en ese instante era suficiente, era todo, todo lo que deseaba. El sufrimiento vendría después, al estar separados se instalaban todas las dudas. Siempre quise contárselo todo. Pero temía que este exceso apresurase la huida. Entonces cerraba la boca, contenía las palabras con su cuerpo. Lloraba incluso al besarlo. El no comprendía como podía estar feliz y triste al mismo tiempo. Yo le decía que lloraba de felicidad. Mentira: lloraba de tristeza. Lloraba por mí, lloraba por él; lloraba porque yo no había entrado en su vida como él en la mía. Yo había entrado rozando su piel como un cometa roza a la Tierra. El, sin embargo era un gran meteorito inmenso que había reventado todo al impactarme. No era el momento de pensar. Estaba allí con él con el corazón roto, saltando en mil pedazos por el aire. Me faltó fundirme con su roca. Eso ocurriría en cualquier momento.

Éramos dos mundos paralelos. Yo veinte. En cada uno de mis mundos él era una cosa diferente. No sé como explicarlo. En uno de esos mundos me imaginaba con él toda la vida, así, como ahora: viéndonos a escondidas sin importarnos nada. Cuando estaba dulcemente soñadora imaginaba un mundo paralelo donde éramos una familia estable y tranquila. En otros mundos entraban otras, todas las otras posibles; odiosas rivales que me lo arrebataban. También lo vi caer enfermo, parapléjico para que no se me escapara. Lo vi ancianito colgado de mi brazo; bebé dependiente; incluso perro. En uno de esos mundos él había nacido ciego; yo su lazarillo. En otro vivíamos aislados en una montaña, o en una isla. Pero entonces estaría celosa de su felicidad. Yo quiero que seas feliz conmigo, solo conmigo.

Recuerdo aquella vez: la de la traición. Era ese tiempo en el que mejor me cuidabas. Me hiciste soñar y creer que habíamos llegado al máximo, que yo era todo lo que necesitabas. Pero te odio por aquel día en el que me enteré de que estabas con otra al mismo tiempo. Te odio y no creo que se borre. No podía creer que todo lo que vivíamos era mentira. Que las mismas palabras se las decías a otra. Te odiaba y no podía odiarte porque al mismo tiempo te amaba. En esto el tiempo no hace mella. No podía aceptar esa mentira, ni puedo. No podía creer que sintieras por ella lo mismo. Era imposible. No podía compartir tu boca, tu cuerpo, esas manos que me acariciaban. No podía imaginarte con ella en la cama, con esa boca de satisfacción que ponías. Tu sudor era mío. Tu cabello era mío. Tu tiempo, tus horas, tus desvelos, tus prisas, las tiendas que te hacían pensar en mí, los taxis, las calles, los metros, los pasos dados, las horas de espera... No podía creer que no fuese nada. Yo sé que para ti lo era todo. ¿Entonces? No podía comprenderlo. No podía admitirlo. Era absurdo. Tal vez era mentira que estuvieras con otra. La gente es tan mala que han querido hacerme daño. Quisieron romperme pero no lo han conseguido.

¿Qué hiciste, corazón? ¿Por qué te fuiste de mi lado? ¿Por qué te alejaste de sentimiento? ¿A dónde fue todo ese amor que me dabas? ¿Y nuestros proyectos, nuestras noches, nuestro mundo? ¿Por qué me hiciste esto? ¿Por qué me hiciste perder toda la confianza? ¿Por qué me estropeaste nuestros recuerdos? ¿Por qué rompiste nuestras promesas? ¿Por qué me besabas si después te ibas a ir con otra y darle a ella esos mismos besos? Ojalá pudiera olvidar tus besos. Ojalá pudiera olvidarte. Ojalá mi cabeza se rompiera y nunca más funcionara. Me tenías a tu lado; y ahora me has echado fuera. Me dices que no me queje, que me sigues queriendo, que si no me doy cuenta. Y te digo que ya no te creo, que cuando me besas pienso que estás pensando en ella. Me dices que eso es absurdo, que cuando estás conmigo estás conmigo. Y no te creo: siempre veo un escape: un detalle que te traiciona. Ojalá pudiéramos hacer retroceder el tiempo y escaparnos de aquí, empezar de nuevo, amarnos en otro mundo menos real. ¿Por qué soy tan estúpida y aún quiero salvarte? ¡Si fuera posible salirnos de aquí! Quiero que vayamos al mundo donde te sueño: allí todo es perfecto. Allí donde tu traición fuese mentira, un error, una pesadilla. Y me abrazaras sin nadie por medio. Y me hicieras feliz.

Porque hacer el amor no es lo que tú piensas. Hacer el amor es hacernos. Hacernos cama de amantes, deshacernos en piezas, anudarnos, desatarnos con el sexo y con la boca. Hacernos nudos imborrables. Hacernos todos los juegos de amor, corazón y cama. Hacer el amor es imitarnos, crearnos, nadar en burbujas. Negarnos, destruirnos, rehacernos. Hacer el amor es ir más allá de la piel: dentro, muy dentro del cuerpo; hasta llegar allí donde ningún otro ha llegado. Hacer el amor es ponernos todos los adjetivos, cortarnos en frases, mojarnos con aliento, leernos, escribirnos, usarnos, tomar cuidado, rompernos las narices contra la cama, contra todas, en cada sitio, en las calles, en los bancos, en el césped verde. Hacer el amor es hacerlo a la sombra, comiendo el fresco, tapándola, rodando sobre ella. Hacer el amor es darnos frases para escribirlas por todas partes. Arrancarlas de las paredes, pisarlas riendo. Y recordarlo después tomando un café, con las manos juntas, soltarnos solo para coger la taza, y volver al cobijo de tus manos. Hacer el amor es tener miedo, mucho miedo de que esto se acabe. Hablarnos como si fuera el primer minuto de habernos conocido. Hacer el amor es vivir en el triunfo, radiantes, libres, sueltos. Hacer el amor es compartir, es victoria. Hacer el amor es que nada nos parezca suficiente, dejar todo de lado, es deseo permanente.

Las cosas que aún nos quedan por decirnos. Deberíamos escribirnos mutuamente, uno al otro, tú sobre mí, yo sobre ti, separados y a la vez juntos. Deberíamos hablarnos de nuestro tacto memorizado en el roce de nuestros cuerpos. Deberíamos escribirnos hasta que las palabras nos separen y desear entonces juntarnos como gatos enmarañados. ¿Cómo decirte que ahora estoy sola y por ti fascinada? ¿Cómo decirte que me pierdo en la memoria? ¿Cómo explicarte? Mis dedos tiemblan. Se eriza mi memoria. Tanto tumulto que no me encuentro. Hay algo que necesito: tu presencia. Necesito tu voz. Cuando me dices, ... abrazada... y nos veo en el tiempo. Porque algo es cierto: estás. Dormir abrazados en un beso nocturno. Hacernos. Cerrar los ojos y respirar en ti. Hacértelo saber. Me detengo, te miro; en mi sonrisa, entrega. Me besas, me lleno. Mi cuerpo crece. Oigo el roce de tu piel. Cuando pasas tu mano por mi rostro cierro los ojos, noto el calor, me concentro. Veo el brillo de las horas que paso contigo. ¡Qué intensidad cerrar los ojos en ese momento! Todo está lejos de aquí. Respiro: ya quedan pocas horas. Empiezo a angustiarme: no soporto nuestras despedidas. Lo siento, cariño. Sé que para ti no es lo mismo, que tú te cansas, piensas en tus amigos, en vuestras cosas tontas, en bobadas, en vuestros juegos locos a tiros. Un día temo que te maten por alguna deuda mal pagada. No juegues, mi amor. Deja el vicio. No soportaría no verte. Verte bajo tierra, ¡terrible! No, no quiero pensar en eso. Estás loco yendo a esos garitos de mala muerte, con esa gente: tiraos de la vida, derrumbes de alcohol y drogas. Vámonos lejos de aquí; anda, vamos. Aunque en otro lugar seamos dos vagabundos, vámonos. Aún nos queda un rato. Y este no es soledad.


Carlos del Puente

You Might Also Like

0 comments

Popular Posts

Like us on Facebook

Flickr Images