Kafka, Cuentos policíacos

lunes, junio 02, 2014


"Pero también transcurrían horas más alegres en el cuarto de Therese.

Ya durante su primera visita vio Karl allí un texto de correspondencia comercial

y, accediendo a su pedido, ella se lo prestó. Al mismo tiempo convinieron en que Karl hiciera los ejercicios insertos en el libro y se los presentara a Therese, que ya había estudiado el contenido de ese libro, porque resultaba indispensable para cumplir sus pequeños trabajos.

Y ahora permanecía Karl durante noches enteras,

con algodón en los oídos,

en el dormitorio, sobre su cama, y para no cansarse adoptaba todas las posturas posibles, leía en el texto y garabateaba los ejercicios en un cuadernillo con una estilográfica que le había regalado la cocinera mayor, como premio por haberle preparado en forma muy práctica y con esmerado empeño un gran registro del inventario.

Logró sacar provecho de la mayor parte de

 las molestias que le causaban los otros muchachos,

 pidiéndoles reiteradamente consejos en cuestiones relativas al idioma inglés, hasta que se cansaron y lo dejaron en paz. A menudo le asombraba que los demás se hubiesen resignado de tal manera a permanecer en su condición actual, sin sentir siquiera su carácter precario –ascensoristas de más de veinte años de edad ya no eran admitidos–, y sin percibir la necesidad de decidirse acerca de su profesión futura, y que, a pesar del ejemplo de Karl, no leían otra cosa que, en el mejor de los casos,

 cuentos policíacos

 que, hechos jirones y sucios,

se entregaban de cama en cama.

Durante los encuentros, corregía luego Therese con minuciosidad excesiva; surgían opiniones que eran objeto de controversias;

 Karl citaba en calidad de testigo a su gran profesor neoyorquino,

 pero éste tenía exactamente tan poco valor

para Therese como los pareceres gramaticales de los ascensoristas. Ella le quitaba la pluma estilográfica de la mano y tachaba los puntos de cuya imperfección estaba segura; pero en caso de duda, y a pesar de que ninguna autoridad superior a Therese debía ver el ejercicio,

volvía Karl a tachar, por pura escrupulosidad,

 las marcas que había puesto Therese."

Kafka

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