Diarios íntimos de mujer encontrados en la web

miércoles, octubre 29, 2014






Ella dice:


«Libre en pensamientos y actos, soy euforia, cuerpo involucrado y alma, deseo en la piel, toda pasión e impulsos, no paro de sentir en la profundidad de mi cuerpo, con toda la pasión hasta el dolor, soy lujuria desenfrenada, boca decidida de deseo y de palabras, a veces cobarde cuando del amor se trata, tengo orgasmos para quien me los busca, y suspiros, jadeo, gimo, y eso me pone la razón al borde de la locura, soy el pilar, soy la fuente, soy compañera de la fantasía, estoy presente en tus manos y en tu mirada, observo la errancia de mi cuerpo en otros cuerpos, conozco, conozco, lo cometido amplio e intenso, constantes, soy intensa en cada cosa, y fugaz, a veces me nacen raíces que me ahogan, siempre espero algo nuevo, vivo en una espera constante, siempre espero que se realicen mis sueños, siempre expectante, he vivido muchas muertes, muchas vidas, lo mejor y lo peor, nunca es la última, soy mujer y esa parte salvaje que tengo oculta que nadie conoce no razona ni quiere razonar, soy deseo irresistible, toda boca, me hundo en lo oculto, en mis sombras, en mis deseos, en el placer de las yemas de mi piel se mueve la satisfacción constante sin límites, en la humedad de mi lengua, en el calor de mi boca, en todos los excesos a la vez sin límites de cantidad ni tiempo, en esos momentos mi otro yo no se reconoce, delante de él se exhiben mis deseos, los buenos, los malos, los no permitidos, me enciendo, me habito, te habito, te enciendo, consumo el oxígeno de tu cuerpo, y recomenzamos noche tras noche y trozos del día, entregados a escondidas, no dejamos escapar esos momentos, esos deseos que nos habitan, nos arden, nos queman, mi piel en tus manos, ahí se exhibe mi piel, mis deseos, su poder, sus uñas, sus dientes, contra el suelo, contra las paredes, feroces, perdidos, con el orgullo extremo en ese momento callado, obsesionados, obsesionada porque te deseo con todo el poder de mi mente, convertida, perdida, en fiera de carne, lucho por lo que quiero sin límites, defiendo lo que es mío, te entrego mi celo, para que me reclames toda, desgarrada y sin control, soy el continente, la piel y la guerra.»





«Hacía tiempo que no sentía esta alegría al despertar por la mañana, de la siestas o antes de dormir, pensar en alguien, eso, estar enamorada y alegre, cantar, sonreír a cualquiera por la calle, sentirse con ganas de todo, veía nuevas esperanzas, experimentaba de nuevo que todo podía suceder, todas las posibilidades cercanas, esa mañana por  primera vez él fue su primer pensamiento, el día sonreía, y supo, que su corazón latía de nuevo, parecía absurdo pero real como si ya tuvieran en común recuerdos, iba a disfrutar de la vida, de esos momentos, no importaba cuántos esfuerzos necesitaría para poder verlo, para encontrarse con él fuera de la rutina diaria, lo conseguiría, sus ganas la convencían de que todo era posible, si no enfermaba, como cuando tiempo después de las primeras citas él las cancelaba, y me volvía patética, en llanto, en una soledad evidente, entonces me sentía culpable de esta relación enfermiza, algo había hecho mal, y repasaba cada conversación, leía cada mensaje con temor de encontrar la razón de su comportamiento, veía ya su vida sin él, ese temor de perderlo le resultaba insoportable durante horas hasta que caía agotada, no podía aceptarlo, no podía aceptar no verlo, no verlo nunca más aún menos, se imaginaba las peores de las vidas, era inaceptable, se arrastraba sin dignidad por la cama, vestida, despeinada, llorando, con la almohada negra de los ojos, aceptaría todo para no perderlo, renunciando a su amor propio, porque su amor propio era él, no el suyo, se odiaba, lo odiaba por eso, lo escondía para que nadie notara hasta qué punto ella se abandonaba, no había llegado tan lejos con ningún otro, era inaceptable, ¿qué le pasaba ahora? se arrastraba, quería estar siempre ahí, no perderlo nunca, no tener con él límites, siempre disponible cada vez que él la llamaba, porque ella quería, anulaba todas las citas, se arreglaba con cuidado hasta el más mínimo detalle, allí estaba delante del espejo radiante, sonriéndole a él, a ese ingrato canalla, lo sabía pero no podía evitarlo, él la hacía sentirse así, más bella, más joven, aunque solo fuera porque él la necesitaba, aunque fuera solo eso, valía la pena, el dolor de otras veces, de otros momentos donde él no la necesitaba porque tal vez estaba con otras, feliz, sin pensar en ella, insensible a su sufrimiento, al dolor que sentía ante la posibilidad de ser abandonada, lo odiaba, en esos momentos lo odiaba, pero todo esto desaparecía cuando él la llamaba, se me venía la imprudente idea de llamarlo a su casa o al trabajo, pero temía que esa llamada precipitara la ruptura o un enfado con el siguiente mayor tiempo sin verlo, no podía soportar esta idea, no me perdonaría el haberlo llamado, aunque solo fuera por unas horas, lo que sentía durante esas pocas horas valía la pena, compensaba todos los demás días, aunque sintiera patética, no importaba, valía la pena, yo le daba lo que él buscaba y a cambio yo lo amaba mientras mi cuerpo sentía sus orgasmos, uno tras otro, en celo, precipitados, con poco tiempo para recuperar las fuerzas, casi sin palabras, mirándonos entre caricias, entre nuestras lenguas locas, calientes, cogiéndonos como desesperados, a toda prisa, se acercaba su deseo animal y el mío bestia, y luchábamos para devorarnos, entre palabras desesperadas, sudábamos como dos cuerpos enfurecidos, satisfacíamos nuestras fantasías, todas aquellas que creíamos que nadie tenía, nos creíamos los más perversos, los más locos, los más desesperados, en cada despedida, cuando me dejaba en cualquier boca del metro, se me llenaban los ojos de lágrimas, no oía los autos ni las voces, ni veía a mi alrededor nada, estaba otra vez sola, muy sola, era insoportable, lo odiaba, ¿por qué me hacia esto? ¿por qué me dejaba allí, en ese maldito lugar como una furcia? pensaba en vengarse de mil maneras, una y otra vez, pero luego se le olvidaba, quería lastimarlo, humillarlo, pero no quería, quería odiarlo más fuerte, siempre, una y otra vez, para olvidarlo,  quería borrarlo de su vida, de la vida, que él nunca hubiese existido, le dolían los dedos de apretarlos, iría a su casa y le escribiría mensaje de insulto, de odio, de reproches, le reprocharía que él no la quería, al menos tanto como ella, mucho menos que ella, le diría que era un asqueroso machista, que lo odiaba, que no quería volver a verlo, le recordaría toda su indiferencia, todo lo que ella le había dado, todos los riegos que había corrido para verlos, que se podía haber arruinado la vida y haberlo perdido todo solo porque ella lo amaba y no podía evitarlo, le dolía recordar cada locura que había hecho, cada cosa que ocultaba, tener que aparentar vivir como si no pasara nada, le había dedicado cada minuto de su vida y todos sus pensamientos, y él no se daba cuenta o se daba cuenta y no le importaba, y sentía que el odio le estallaba dentro del cuerpo, que era espantoso todos aquellos mensajes que le podía haber escrito en aquellas horas de rabia, sentía su boca seca, su garganta de piedra, sus pies flojos, y no sabía en qué andén del metro estaba, aquel olor insoportable no la dejaba pensar ni leer los letreros de las líneas, los dedos le temblaban, le iba a dar algo y caerse, o se quedaría allí hasta que alguien le ayudara a encontrar su metro, había perdido la hora, tampoco le importaba, sentía ese monstruo de túneles devorándola noche tras noche, porque nadie la echaría de menos, pero ya nada tenía importancia, ya nada le importaba, solo quería salir corriendo si hubiera podido, huir de todas partes, ser cruel con todos los hombres, odiarlos, usarlos como ellos hacían, dejarlos en las bocas del metro, arrancar el auto sin mirar atrás, sonreírle a la vida, sentir la plenitud de la aventura con los hombres, con esos desconocidos, amor pasional de un rato, orgasmos renovados sin complicaciones, sin deber nada por ambas partes, sin reproches, ni exigencias, sin llamadas ni mensajes, siendo cruel de una vez por todas con todos ellos, sin pararse a distinciones, convertirse en un monstruo devorador, un monstruo con el cuerpo lleno de heridas, incontrolado y sin consuelo, aullando en cada cama, desgarrando los cuerpos del sexo, cruel, muy cruel, destruyendo a la especie, una y otra vez hasta que no quedara rastro de vida ni de dolor, me sentía incondicional en el amor y en el odio en aquel momento, le había dedicado tantos esfuerzos, todo lo verdadero de mí, que me desconsolaba cuando pensaba que ese hombre no podía amarme, o no sabía amar? no sé, porque cuando pensaba que sí podía amar y que amaba o había amado a otra me ponía aún más furiosa, me consolaba pensando que no podía amar porque nadie lo había amado, porque había sido víctima, que él no tenía la culpa, que él ni siquiera lo sabía, yo veía que él intentaba amarme, imitarme a su manera, me correspondía en las emociones, se alteraba, lloraba, me besaba desesperado cuando me veía sufrir, pero luego, cuando estábamos lejos, parecía como si todo eso hubiese desaparecido, no quedaba ni rastro de todos esos sentimientos que yo había visto en él mientras estábamos juntos, durante años y aún ahora tengo esas dudas, ... de regreso a casa, sin ser consciente de haber cogido el tren del metro, llego a casa y me tiro en la cama, y rebobino esas horas que hemos pasado juntos, vuelvo a sentir todos los olores, veo todas las imágenes, repito las palabras, las caricias que nos hemos hecho las repito con mis manos sobre mi cuerpo, hasta que agotada, me duermo, y al despertar por la mañana, sigo con mi vida delante del mundo como si nada hubiese pasado.»



 «No hago otra cosa que esperar buscando, no podía dormir, estaba inquieta e insomne, tenía a ese hombre en la cabeza desde que hace pocos días cuando lo conocí, pensaba en él sin poderlo remediar, todo el día, toda la noche puesta en él, él era diferente, se me entregó desnudo, sin máscara, sin excusas sobre su manera de ser, me contaba sus defectos sonriendo, mirándome de forma natural a los ojos, como si el supiera que yo no lo iba a juzgar, contaba su dolor, sus fracasos con toda naturalidad, pero no como una confidencia que espera otra a cambio, me lo contaba porque sí, porque le apeteció, lo escuchaba tranquila, con una tranquilidad nunca sentida antes, sin buscar a comprender, sin intentar ordenar su historia, sin querer comprender, sin intentar justificarlo ni darle la razón, sentía alivio, una sensación indescriptible, acomodada en sus palabras, sin prisa, sin esperar nada, ¡qué alivio comprenderse! comprendernos así de fácil, empatizar tan rápido, casi en un segundo, con la primera mirada, cuestión de bocas que se desean súbito, nos sentíamos cómodos, cercanos, sin tensión, como la caída del agua, sin esperarlo, como cuando cae la lluvia por sorpresa, él se desnudaba lentamente en aquel lugar público, desprovisto de miedo, tan sensual como un felino nuevo en una sabana clara y verde, no necesitaba ayuda para profundizar en su desnudez, el dolor no había dejado reparos, escucharlo era un deleite, él tenía el remedio para mi dolor, me sentía honesta, fresca y clara, revoltosa por dentro, podía haberlo escuchado horas, su voz, su voz tranquila me tranquilizaba y me alteraba todas las emociones vivas, podía caerme en su pozo, en el de sus manos, en el de sus ojos, en su vientre, quería caerme dentro de su cráneo, en su corazón flotar en el charco de su sangre, no había escapatoria, aquello venía, venía solo dentro de mi cuerpo, en dirección hacía mis piernas, toda resistencia era impotente, y él se daba cuenta y seguía como si no viera nada, y yo cada vez más deseaba que se diera cuenta de lo que me estaba produciendo, había llegado al lado oscuro de ambos, venía transitando todos mis caminos como un familiar paseante, yo respiraba, solo pedía hacer eso, se me cayeron todas las estrategias de las bragas, me quedé desnuda sin que se me cayese la ropa, estaba expuesta a su peligro, a su magia, al vértigo, cerré los ojos un momento porque no sabia donde estaba, y vi su cuerpo sobre un fondo negro, se me impuso un salto imaginario, maníaco, enloquecido, febril, con todos mis sentidos, me sentía atravesada, sin juicio, literalmente ciega, encandilada, deliciosamente intoxicada, quería desaparecer con él, a otro mundo, a donde sea, pero solos él y yo, solo solos, en aquel instante todo era posible, lo pensaba, lo creía, lo sentía, era una verdad sentida, sentí una dependencia extrema, me sentí absolutamente poseída, suya, sin juegos, mi mundo cambió en ese momento.»



 «Supe desde el primer día que tú no eras de los hombres que se quedan, te conocí y lo supe, pero a pesar de eso me quedé el primer instante mirándote, era como esperar la lluvia en un desierto, eras un error desde el principio, fuiste un extraño al que extrañaba, te extrañaba demasiadas veces para no ser nada, te metiste en mi cabeza como una canción que oyes y luego canta sola, me sumergiste en la desesperación, cada día más hondo, me diste un abrazo de noche, un abrazo demasiado humano, y produjimos el insomnio juntos, ayer te vi llorar porque te ibas, debías irte, era tu lógica, el guión de tu vida, pero esta vez llorabas, me abriste el alma.»



«No sabías las horas que pensaba en ti, te pensaba en canciones, en fotos, en los ruidos de la calle, cada vez que un extraño pasaba, a las señales de los pájaros, cada vez que cambiaba el tiempo, si el autobús no llegaba, si me daban un susto, si tenía miedo, o cada vez que perdía algo, lloraba por ti al romperse una cosa de casa; pensaba en ti cada vez que apagaba la TV, cuando un bebé lloraba,  cuando tenía amores tristes y fracazados, cuando estaba alegre, cuando elegía un vestido, cuando me maquillaba, paseando, sentada, bajo una farola, en el cine, al lamer un helado, pensaba en ti cada vez que tomaba una decisión, en los veranos terribles, en la lluvia, bajo tu paraguas, cuando un día se me hacia corto o largo, o triste, o aborrecido, o sola, pensaba en ti cuando trataba de olvidar algo, cuando era imposible, cuando las puertas chirriaban, en lugares insospechados, en vacaciones, en los trenes, en la carretera, cuando el horizonte era demasiado grande, en el peso del alma, en los limones, en la fruta, en las ensaladas, pensaba en ti cada vez que alguien se daba un beso, iban de la lamo, se separaban, en los olvidos, después y antes de sufrir, cuando me inventaba mentiras, cuando hablaba de amor, del perro de la casa o del tiempo, cuando me daba cuenta que todo era difícil.»


«Con él sentí las grietas desde el principio, todas las señales me advertían, cuidado éste está inacabado, no responde, él siempre está al principio, solo le gusta los comienzos, el primer acto de la obra, no tiene salida de emergencia en caso de incendio, ni escaleras en las ventanas, llevaba la advertencia en su mirada, atención peligro, y a pesar de todo allí estaba entre las grietas del pasado, él me pagaba sin querer con olvidos, lo hacia sin esfuerzos con esa mirada de adiós que le era propia, era un tren sin vagones en campo abierto, sin estaciones de parada, cuando lo miraba mi casa parecía pequeña, a pesar de todo me hizo adicta, sin remitente de rehabilitación, intentaba cada día sacármelo de la cabeza porque del corazón era imposible, pretendía rehabilitarme a mí misma como una drogadicta, no conseguía desengancharme, dejaba de verlo, me alejaba, no lo llamaba, ni le respondía cada vez que retomaba contacto, seguí todos los pasos del olvido, pero a veces no podía resistirme y recaía, me convencía a mí misma que solo sería por esa vez, que sería la ultima, para despedirme, pero evidentemente me engañaba, mientras más tomaba más quería, más lo extrañaba, totalmente obsesionada, me insultaba a mí misma, escribía los porqués en un papel que luego olvidaba.»



Quise librarme de ellos, de los celos, irresistibles que sentía hacía ti, y tú sin enterarte, los tenía por todas partes, en todas las partes de mi cuerpo, me salían espesos por los ojos, se hacían brea en las orejas, piedras en la garganta, piedras de molino en el pecho, y una metralleta disparando dentro del cerebro no paraba de traquetear metálica, seca, metálica y de fuego, odiaba a cada una de mis vecinas, tus vecinas favoritas, a esas que saludabas tan amablemente cuando salías y llegabas, esas que buscaban cualquier escusa para pararse a hablar contigo en las escaleras, las que te pedían el correo para mandarte mensajes clandestinos, o anónimos, las que te llamaban por teléfono entre semana solo para oír tu voz, las que te preguntaban los nombres de los bares a donde ibas, las que te comentaban que estaban releyendo por enésima vez Cincuenta Sombras de Grey, que si te gustaba Anastasia Steele, que si te parecías en algo a Christian Grey, que claro menos rico, pero que igualmente rico, que en eso el dinero era lo de menos, que si a él alguna vez le hacia falta que se lo dijera, y yo escuchando detrás de la puerto o por la ventana, oyendo siempre su voz y la tuya, los pasos de ellas descalzas a altas horas de la madrugada esperando a que volvieras borracho, y recordaba cada una de las veces que alguna había salido al portal, y los silenciosos ruidos que hacíais en el portal, en la escalera, en tu cuarto, que estaba justo encima del mío, quise tantas veces salir a esperarte, vestirme de otra y seguirte por la ruta de los bares, me los aprendí de memoria, las horas en las que podía encontrarte si algún encuentro no rompía la ruta, me vestí de tantas formas que me convertí en otra, en muchas otras, ensayaba la voz todos los días para tener siempre una nueva de repuesto, preparada para cuando te encontrara de nuevo, elegía preferentemente las noches en las que ya estabas suficientemente borracho para que tus manos no reconocieras mi cuerpo, ese cuerpo que poseíste tantas veces sin saber que lo tenías libre justo debajo de tu cama cada noche.»


«Hoy me he dado cuenta juntando todos esos recuerdos que cada una de esas veces estuve verdaderamente enamorada. Que nunca tuve respuestas para todas esas incógnitas. Que tuve gana de veros, de volver por un día, aunque solo fuera eso, un día.»


Carlos del Puente

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