Dos mujeres en el esplendor de su boca
sábado, junio 14, 2014
Dos mujeres. Una señora muy hermosa muy hermosa y una hija muy hermosa muy hermosa -con la sola diferencia de la distancia que las separa. Sus cuerpos, a unos centímetros uno del otro, se mantienen erguidos en su lozanía. Mismo pelo y cara; con la diferencia del tiempo en las curvas de su cuerpo. Mismo carácter; aunque la madre me mira y me habla más cercana y fresca, sin entrega pero cercana. La hija no lo expresa en su cara, pero su cuerpo vibra, al igual que el de su madre.
Tienen unos ojos negros profundos, como esos de la noche. Es sonriente leve; la hija casi tierna. La madre se vuelve de cara pero no hace gesto de entrega. La hija mira de cara un momento y por dentro vuelve brevemente la espalda. Van y compran rosquillas diminutas de chocolate y una coke de fresa; beben y comen con delicia. Yo quise estar en su boca.
Observo que sus cuerpos son tropicales, pero no su acento. Conversación fallida cuando nombro a otro. A pesar de eso sigo hablándole con el pensamiento.
«Señora ¿por qué es usted tan bella? -No lo sé, me dice ella. ¿Tú qué crees? -Yo estoy muerto de encanto. -Pues no te mueras tan pronto ¡hijo! -Ya quisiera yo no morirme; o si me muero que sea ahora en sus brazos. Me sonrió creyéndome. Le sonreí gustoso. Y tuve ganas de tocar su cuerpo hermoso. Ella lo notó; notó el ardor en mis manos. Cargué el cuerpo de la hija sobre el cuerpo de la madre. ¡Las dos juntas y separadas, cada una tan hermosa. Hice remedio de imaginación para seguir disfrutando. Miré cada una de sus partes; recorrí el conjunto. Cada cual más bella; con ninguna me quedaba y con ambas.
»Soñé un viaje; en el autobús, un viaje. Ambas entran, se sientan, y la madre me dice cuando llego que me siente entre ellas. Qué hago yo allí entre dos aguas. Me llega el olor distinto de ellas y el roce de sus brazos. -¡Mira, hija, qué manos más grandes tiene! ¿Son tuyas todas ellas? ¡Sorprendente! Se te veían de pie caídas, con el cigarro parecían otras. Ahora aquí sentado, te crecen. ¿Puedo tocarlas? -me pregunta. -Puedes -le digo. -¡Ay, Dios mío, qué manos más suaves tienes! ¡Ay, Dios mío, qué grandes! -exclama. Me lo dice mirando mientras yo la miro. Me mira la mano y yo su cara. Tiene ella el gusto de la sorpresa y yo el del deseo. -Mira, niña, toca; ¡es sorprendente! La hija toca la mano cuando la madre retira la suya. La joven no dice nada; sonríe pero no dice nada. Yo no digo nada y quiero. Pero estoy hechizado por el descubrimiento de mi mano.»
Si las manos hablarán dirían esto:
»¡Ay, mano de madre! ¡Ay, qué templanza! ¡Ay, mano de hija, qué suave! ¡Cómo me tocas los nudos de los dedos!; y tus nudos que son sudor y seda ¡qué agradables!
-Mira, mano de hija, qué encuentro. Y la hija mira la mano abierta. -Sí, mamá, es sorpresa; tanto, que ya ni hablo ni sé. -Yo si sé, y tú sí sabes. No finjas que te conozco. -Ay, madre, no digas eso; ni esas cosas se cuentan; que estoy con mi mano sobre su mano y ella me habla. -Y te dice? -Me dice que tu mano le ha dicho cosas secretas; que no me las cuente, cuando mi mano venga. Y yo le digo que entre manos no hay secretos. -¡Ay, qué mano más mentirosa! ¡Menos mal que me gusta! Si no, otras manos cantarían. -Ay, mamá ¿qué piensas? -Yo no pienso nada, hija. Es mi mano la que con su mano habla y yo con mi cabeza a penas me entero. A ver, déjame el sitio; que llevas rato. Y a mí me toca: le toca a mi mano.
»Me ha dicho, hija, que la lleve a mi casa; que estaba muy fría y sola; y ahora, ahora... que quiere que la lleve. Le he dicho que sí -mi mano-; ¿tú qué piensas? -Mi mano dice que venga. Dice la mano: qué bonita casa tienes. Su mano me contesta: -Ven, y te sientas. Aquí, los tres juntitos, vamos a ver lo que dicen nuestras bocas.»
Si las bocas hablarán dirían esto:
«-¡Ay, qué dos bocas, más iguales y mas perfectas! -Nuestras bocas son iguales pero no nuestras lenguas -dijo una de ellas. -Ven que lo pruebe y tome la prueba. Es tu boca grande; y se ha agrandado sobre mi boca. -Se ha agrandado por el rojo de tus labios. -No son tan rojos: aún tienen frío. -Pues a mí me arden y los tuyos me queman. -Déjame tu saliva para el consuelo. -Toma mis labios y hazme. -Tomo tus labios y soy boca. Soy boca en tus manos, en la confusión de tus falanges. ¡Ay, qué misterio este: el de una boca y una mano! -Se me va el misterio de tu boca a mi mano, de mi mano a la boca. -Esta es la mía ¿o no lo notas? -Sí lo noto... mientras la otra, la otra... -¿Qué notas? Diferencia. -Noto la suavidad sin pliegues de tu lengua. -¡Ay, qué bello eres de mano y boca! -Tú sí que eres bella, boca. -¿Y? -¿Y? Espera que pruebe tu fresco lenguaje. Todavía te sabe a fresa y chocolate. -La tuya sabe a chicle y tabaco; y a esa respiración que tienes, que me tiene loca la boca.
Carlos del Puente
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