Aquí no estamos ante la fatalidad del Destino griego, ni ante la mecánica rueda energética del Eterno Retorno, tampoco estamos ante el culto a la muerte egipcio como único recurso, ni ante la resignación ante la vida carnal y brevemente temporal. Aquí estamos ante la creencia de un yo omnipotente que pretende cambiar el mundo a la imagen de su delirio.
No olvidemos que la locura del discurso es ciegamente compartida por todos aquellos que inevitablemente lo usan. El yo no tiene capacidad de análisis del discurso del cual está constituido, puesto que la base natural de su funcionamiento está sustentada en la ciega creencia del contenido que lo constituye. Este es un callejón sin salida del cual es imposible escapar dado que el mismo yo no tiene registro de este dato.
Puesto que el yo solo come de aquel contenido que ya ha comido, y que su capacidad de análisis funciona con la ayuda de la rudimentaria analogía, podríamos suponer que todos aquellos yo que se comunican ideas entre ellos acaban, tarde o temprano, teniendo un contenido, en cuanto a las hipótesis fundamentales sobre las que se sustenta su pensamiento, bastante semejante. Podríamos constatar diferencias en los contenidos secundarios; pero si desmenuzamos estos podríamos encontrar en su origen los apriori comunes.
Se trata aquí de crear un mito donde un pueblo sea el sujeto del mito a través de personas concretas y reales. Creo que esta es la única vez que este fenómeno social se ha concretizado en la historia. Para este propósito necesitamos un primer hombre. Se elige que sea un primer hombre puesto que estamos, en este caso, en una sociedad totalmente patriarcal en cuanto a la organización social. No sabemos aún qué tipo de matriarcado convive con esta rígida estructura. Se elige pues a un primer hombre que debe ser elevado en el discurso colectivo al estatuto de jefe o de realeza; al cual se le atribuye sin ningún atisbo de duda todas las cualidades que supuestamente tal rango conlleva. El primer hombre no debe ser tocado por defecto humano, ni físico ni mental, alguno. De esto sí sufrieron los hombres y mujeres originarios; pues ellos no eran sujetos fundadores, solo eran el origen necesario que lleva siempre inmanente la imperfección. Este pasaje de lo imperfecto a lo perfecto parece ser necesario para marcar una clara distinción con los otros pueblos.
Dios marca desde el principio para este hombre su misión futura. No será una misión individual sino colectiva, volcada toda para el bien del grupo. Ya veremos más adelante cuan difícil les resultará a los miembros aceptar la renuncia a la individualidad hasta fusionarse en una sola identidad idéntica para todos. La identidad individual solo pertenecerá a algunas personas sobresalientes, a aquellos que hayan aportado un gran bien al propio pueblo. Los demás deberán contentarse con ser dignos miembros de este.
Al origen este pueblo no debe habitar aislado; debe cohabitar con otros pueblos para que se perciba con claridad el proceso de distinción que los principios de vida y pensamientos irán produciendo en el transcurrir de los tiempos. Situemos a este pueblo en injusta situación práctica en relación con el pueblo anfitrión. Esta injusticia acabará creando rebeldía y rabia, tanto como deseo de unión inquebrantable con los semejantes.
Y este fue el principio. El principio de la escritura de la historia. Esta es la historia de una larga rebeldía, tan larga que aún dura desde hace siglos. Partieron del convencimiento de que la libertad les había sido arrebatada. Se veían pues con derecho a reconquistarla. Ante tan grave atentado todo medio sería legítimo, incluido el de la ficción para poder justificarlos. Nada está por encima de la libertad; ni siquiera la moral del otro. Digo la moral del otro, porque para ellos la única moral válida es la propia. Ellos no creen en una moral universal válida para todos; pues es la suya la única que cuenta.
Partieron de un principio eficaz. Un pueblo debe tener conciencia de ser un solo individuo. Cada uno es ese individuo en potencia. Su plena realización dependerá de que se concretice en él todas las cualidades y circunstancias requeridas. Esto ocurrirá a cada paso de forma continua, hasta que la acumulación temporal de todos los esfuerzos permita la concreción en un individuo notable. Tomemos como ejemplo uno de estos casos.
Y nace este hombre ya marcado por la misión que le atañe, señalado y visible ante la mirada de todos los hombres. Germinaran en él todos los pensamientos del grupo como elaborados por él mismo. He aquí el principio que lo llevará a realizar los legítimos proyectos del grupo. Esto supone una gran amenaza para los otros grupos. Estos, por supuesto, al tomar desde el principio conciencia del hecho, intentan eliminar al hombre que los amenaza. En su injustificado odio masacrarán a todo justo que se le parezca con la esperanza de haberlo eliminado a ciegas. Pero ignoran que el bien se infiltra en la fértil tierra que nadie eliminaría sin buscarse a sí mismo la ruina.
La mejor forma de eliminar lentamente al enemigo es introducirse en su casa y, a base de astucia y ganada confianza, permitirle que nos entregue las riendas de su poder y de sus finanzas. Bajo este procedimiento el enemigo solo intenta defenderse cuando la traición ha hecho tales estragos que solo queda como solución la amputación de varias partes del cuerpo, sin la cual el cuerpo entero perecería. Pero, aunque esta operación permite vivir al cuerpo empobrecido, este queda deudor de por vida ante las partes perdidas. No olvidemos que el mal interior no se puede erradicar sin destruir al organismo enfermado. Esta historia se basa en el pago de la deuda a través de invasiones o de defensas, según el caso, ante todos, pues todos son deudores y siempre enemigos. Teóricamente esta tesis es bastante difícil de entender; pero resulta asequible si la abordamos desde la óptica de un individualismo egocéntrico a ultranza.
En unas aguas donde el infierno tienes grandes fauces va la vida buscando el futuro de la promesa. Todos los objetos son para ser poseídos, y todos, por derecho, me pertenecen. Estamos en la fascinación irrefrenable que cada objeto produce, incluido el propio cuerpo. En esta fascinación vive el feroz narcisismo. Por ser así de nacimiento se ve así mismo como el estado más natural de todos los estados. En él no hay autocrítica ni duda. Es la bendición de una felicidad que se desconoce así misma. La verdad es un canto a voces procedente de la boca del agua. Si esta te trae el origen bajo forma carnal abre tu seno para darle vida, y que sea rey entre tus reyes, jefe de los sabios y de los ejércitos, amo del destino de los hombres. Introduce un barco mensajero en el puerto enemigo y derriba sus murallas sin destrozos.
Cumplida su arrogancia en la fuerza de su juventud, empieza a cumplirse en él el origen de un pueblo. Pero no olvidemos que se enfrenta a la peor arma del enemigo: la envidia. El poder, sin embargo, debe recaer, sobre el más capacitado para ejercerlo, no en aquel que tiene derecho por linaje. No se construyen estados ni ciudades con el prestigio del nombre, sino con el esfuerzo del constructor que ve el futuro.
Para ganar su confianza, empezarás venciendo al enemigo de tu principal enemigo; te verá así como un imprescindible aliado;y fingir estar al servicio del principal enemigo mientras tal artimaña sea necesaria. El poder se gana en el corazón del poderoso, hasta que un día, en un lejano futuro, este esté tan debilitado que puedas vencerlo con su propio convencimiento. Es necesario, paralelamente, crear la ficción de tus atributos, convencer a todos que tu presencia es más benéfica que el antiguo poder; y subvertir sutilmente la ideología dominante.
El éxito de tus victorias despertará la irremediable envidia de tu falso hermano, fue así siempre y lo será hasta el final de los tiempos. Intentarás calmarla con oro y abundantes regalos, es el método más eficiente para el corazón ajeno, aún más que las dulces palabras. Has de mostrarle que tu victoria es con él compartida, que no deseas de ningún modo quedártela toda para ti como lo haría un ingrato verdadero hermano. Muéstrale sumisión, pero sin rebajarte demasiado, ante el público, de tal manera que este no sepa, en un primer tiempo, a cual de los dos elegir. Para que parezca que eres naturalmente magnánimo, trata al vencido como si no hubiese perdido su independencia. Su enorme vanidad le hará creer que este espejismo es cierto. Pensará que el vencedor no es sanguinario como en la batalla, sino que en realidad es ético. Convencer al enemigo que su derrota ha sido necesaria es un doble triunfo sobre él; porque tendrás a un servir aliado asegurado al menos por un tiempo, hasta que despierte de su esclavitud, fenómeno social raras veces verificado. No temas nunca repetir públicamente una mentira hasta que se convierta en una verdad en la creencia del otro, ya sea enemigo interno o externo. No olvides la historia y aprende; no cometas el error de aquellos que creen en el progreso interior del hombre y yerran en sus actos por creer que el hombre actual es mejor, moral e intelectualmente, que el antiguo hombre. Una cosa son los nuevos discursos plagados de buenas intenciones y otra muy diferente la realidad del humano corazón inmutable. No caigas en el error de confundir el progreso del saber y el innegable avance de la tecnología con la supuesta evolución interior del hombre, una no conlleva a la otra inherentemente.
Intenta alejar al rival de los puestos de mando cercanos; otórgale mandos, aunque sean más importantes, en la periferia, allí donde la comunicación sea lenta, dificultosa, y de lugar a lecturas ambigüas.
Sé justo con tus aliados; y sobre todo ten la precaución de que ellos lo constaten en tus actos. Debes defender al pobre e indefenso aunque este muestre rebeldía. Eso elevará tu valía ante los ojos de todos; es un recto camino hacia el natural liderazgo, legitimado por el futuro voto ajeno. Sé justo con el que por ser minoría tiene poca fuerza pero tiene tanto derecho como los grupos mayoritarios. No hagas distinción de raza o etnia. No derrames sangre con injusticia. Debes de igualar a todos en cuanto a los derechos políticos y sociales.
La ambición debe ser subterránea, callada y con las fauces cerradas. Ya llegará el día de abrirlas y tragarse a los obstáculos pasados.
Para ganar su confianza, empezarás venciendo al enemigo de tu principal enemigo; te verá así como un imprescindible aliado;y fingir estar al servicio del principal enemigo mientras tal artimaña sea necesaria. El poder se gana en el corazón del poderoso, hasta que un día, en un lejano futuro, este esté tan debilitado que puedas vencerlo con su propio convencimiento. Es necesario, paralelamente, crear la ficción de tus atributos, convencer a todos que tu presencia es más benéfica que el antiguo poder; y subvertir sutilmente la ideología dominante.
El éxito de tus victorias despertará la irremediable envidia de tu falso hermano, fue así siempre y lo será hasta el final de los tiempos. Intentarás calmarla con oro y abundantes regalos, es el método más eficiente para el corazón ajeno, aún más que las dulces palabras. Has de mostrarle que tu victoria es con él compartida, que no deseas de ningún modo quedártela toda para ti como lo haría un ingrato verdadero hermano. Muéstrale sumisión, pero sin rebajarte demasiado, ante el público, de tal manera que este no sepa, en un primer tiempo, a cual de los dos elegir. Para que parezca que eres naturalmente magnánimo, trata al vencido como si no hubiese perdido su independencia. Su enorme vanidad le hará creer que este espejismo es cierto. Pensará que el vencedor no es sanguinario como en la batalla, sino que en realidad es ético. Convencer al enemigo que su derrota ha sido necesaria es un doble triunfo sobre él; porque tendrás a un servir aliado asegurado al menos por un tiempo, hasta que despierte de su esclavitud, fenómeno social raras veces verificado. No temas nunca repetir públicamente una mentira hasta que se convierta en una verdad en la creencia del otro, ya sea enemigo interno o externo. No olvides la historia y aprende; no cometas el error de aquellos que creen en el progreso interior del hombre y yerran en sus actos por creer que el hombre actual es mejor, moral e intelectualmente, que el antiguo hombre. Una cosa son los nuevos discursos plagados de buenas intenciones y otra muy diferente la realidad del humano corazón inmutable. No caigas en el error de confundir el progreso del saber y el innegable avance de la tecnología con la supuesta evolución interior del hombre, una no conlleva a la otra inherentemente.
Intenta alejar al rival de los puestos de mando cercanos; otórgale mandos, aunque sean más importantes, en la periferia, allí donde la comunicación sea lenta, dificultosa, y de lugar a lecturas ambigüas.
Sé justo con tus aliados; y sobre todo ten la precaución de que ellos lo constaten en tus actos. Debes defender al pobre e indefenso aunque este muestre rebeldía. Eso elevará tu valía ante los ojos de todos; es un recto camino hacia el natural liderazgo, legitimado por el futuro voto ajeno. Sé justo con el que por ser minoría tiene poca fuerza pero tiene tanto derecho como los grupos mayoritarios. No hagas distinción de raza o etnia. No derrames sangre con injusticia. Debes de igualar a todos en cuanto a los derechos políticos y sociales.
La ambición debe ser subterránea, callada y con las fauces cerradas. Ya llegará el día de abrirlas y tragarse a los obstáculos pasados.