He estado esperando toda mi vida que apareciera en la puerta

domingo, junio 28, 2020

«Nicholas dijo:
—He estado esperando toda mi vida que apareciera en la puerta. La reconocí nada más verla. Allí estaba, y llevaba lo que sabía que iba a llevar. Tuve que preguntarle qué era, me fue del todo imposible evitarlo. Phil, estaba programado para formular esa pregunta. Era mi destino.
—Pero eso no fue algo negativo, como las sierras circulares y lo que oíste por la radio.
—No —convino Nick—. Fue la experiencia más importante que he tenido nunca, como un vislumbre de… —Estuvo un rato en silencio—. Tú no sabes lo que es aguardar año tras año, preguntándote si eso, si ella aparecerá alguna vez…, y al mismo tiempo, saber que aparecerá a la larga. Y entonces, cuando menos lo esperas, pero cuando más falta te hace… —Me dedicó una sonrisa.»

«La mayor parte de su tensión nerviosa había remitido, pero me dijo que seguía viendo colores por la noche. No ya las ruedas dentadas, sino manchas un tanto imprecisas que flotaban sin más. Los tonos parecían variar con arreglo a sus pensamientos; había una relación directa. En los largos estados hipnagógicos anteriores al sueño, cuando pensaba en temas eróticos, las manchas de color nebuloso se enrojecían; en cierta ocasión creyó ver a Afrodita: desnuda, hermosa y con enormes pechos. Cuando pensaba en temas sagrados, las manchas coloreadas se tornaban de un blanco purísimo.
Ello me trajo a la memoria lo que había leído en el Libro de los Muertos tibetano, la existencia del Bardo Thodol después de que sobrevenga la muerte. El alma avanza encontrándose con luces de diferentes colores; cada color representa una clase distinta de matriz, un tipo diferente de renacimiento. El alma desencarnada debe evitar las matrices malignas y llegar por último a la nítida luz blanca. Decidí no contárselo a Nicholas; ya estaba lo bastante jodido.»

«—Phil —me dijo—, mientras avanzo por entre esas manchas de luz de diferentes colores, me siento… Es muy extraño. Siento como si me estuviera muriendo.»

«—Pero algo ocurre. Algo bueno. Creo que ya he pasado la peor parte. La voz de la radio burlándose de mí e insultándome de ese modo tan grosero, y las sierras dentadas giratorias que casi me quitaron la vista…, ésa fue la peor parte. Con esta vela me siento mejor —señaló con el dedo la delgada llamita de la vela que ardía junto a su cama—.»
»Pero cuando vi a la muchacha allí en la puerta, y el signo dorado del pez… Verás, Phil, en la religión órfica griega, alrededor del año 600 antes de Cristo, solían mostrar al iniciado un signo de oro y le decían: «Eres un hijo de la tierra y de los estrellados cielos; recuerda tu nacimiento». Es curioso: «de los estrellados cielos».
—¿Y la persona lo recordaba?
—Debía recordarlo; ignoro si de verdad surtía efecto o no. Debía verse libre de la amnesia y luego empezar a recordar sus orígenes sagrados. Era éste el objeto de todas las ceremonias de los misterios, según tengo entendido. Anamnesis, lo llamaban: supresión de la amnesia, el bloqueo que nos impide recordar. Todos sufrimos ese bloqueo.
»Asimismo existe una anamnesis cristiana: el recuerdo de Cristo, de la Última Cena y la Crucifixión; en la anamnesis cristiana tales acontecimientos se recuerdan del mismo modo, como un recuerdo real. Es el santo milagro íntimo del culto cristiano; es lo que provocan el pan y el vino. «Haced esto en memoria mía», y al hacerlo se recuerda a Jesús de repente. Como si uno le hubiera conocido pero luego se hubiera olvidado de él. El pan y el vino, al tomarlos, lo traen a la memoria.

«—Tuve la misteriosa sensación, así Dios me salve… tuve la increíble experiencia, Phil, después de verle el collar y durante unos minutos, de que estaba en la Roma primitiva, en el siglo primero después de Jesucristo. Bien lo sabe Dios. Ella dijo eso y de golpe volví a la realidad. Al mundo actual. Placentia, Orange County, Estados Unidos, todo se había desvanecido. Pero luego regresó.»

«—Si me muero —continuó Nicholas—, ¿quién o qué va a controlar mi cuerpo durante los próximos cuarenta años? Es mi mente la que se está muriendo, Phil; no mi cuerpo. Me estoy marchando. Algo tiene que suplantarme. Algo me suplantará; estoy seguro.»

«—¿Lo notas cambiado? Está empezando a cambiar. No sé por qué. No sé en qué sentido. Inclinándome, acaricié al gato. Parecía menos fiero que de costumbre, más parecido a una oveja, menos felino. Se diría que las características carnívoras le estaban abandonando.»

«—Phil, este gato empezó a cambiar el mismo día en que vi por primera vez las sierras circulares y tuviste que traerme a casa. Así que te marchaste, me quedé tendido en el sofá con una toalla sobre los ojos, y Pinky se levantó como si supiera que me pasaba algo. Se puso a buscar qué me estaba haciendo mal. Quería encontrarlo y curarlo, hacer que me repusiera. No paró de caminar a mi lado, encima de mí y a mi alrededor, buscando y buscando. Yo percibí lo que le pasaba, su inquietud, su amor. No llegó a encontrarlo. Al final se tumbó sobre mi barriga y se quedó allí hasta que me levanté. Hasta con los ojos cerrados percibía que intentaba todavía dar con el problema. Pero con ese cerebro tan pequeño… Los gatos tienen cerebros realmente pequeños.»

«La estaba esperando aún. La espera debía resultar penosa, pero no tanto, ciertamente, como tener que decidir qué hacer y cuándo. Lo único que debía hacer era esperar hasta que la señal llegase por impulso propio y desinhibiera la secular entidad que dormía dentro de él.»

«Parecía exactamente lo que necesitábamos. Protección divina. La guardiana de la República había oído nuestras súplicas desde los pasadizos del tiempo, tal y como acostumbraba. Al fin y al cabo, ¿acaso no eran los Estados Unidos una prolongación de la República romana, a través del tiempo lineal? En muchos aspectos lo era. Habíamos heredado la Sibila; puesto que era inmortal, había seguido existiendo tras la desaparición de Roma. Ésta había desaparecido, pero seguía existiendo bajo nuevas formas, con nuevos sistemas lingüísticos y nuevas costumbres. El núcleo del imperio persistía; una lengua, un sistema jurídico y monetario, buenos caminos; y la cristiandad, la última religión legal del Imperio Romano. Después de la Alta Edad Media lo habíamos reconstruido tal como era, e incluso perfeccionado. Las ramas del imperialismo se habían extendido hasta el Asia Sudoriental. Y, pensé, Ferris F. Fremont es nuestro Nerón.»

«La señal desinhibidora.
La estaba esperando aún. La espera debía resultar penosa, pero no tanto, ciertamente, como tener que decidir qué hacer y cuándo. Lo único que debía hacer era esperar hasta que la señal llegase por impulso propio y desinhibiera la secular entidad que dormía dentro de él.»

«me pregunto cómo piensa llevarlo a cabo.
—Puede que causando defectos de nacimiento a sus hijos.

Me eché a reír.
—Ya sabes a qué suena eso, ¿no? Jehová contra los egipcios.»

«—¿Sabes lo que van a coger? —pregunté—. Coágulos sanguíneos, hipertensión, enfermedades cardíacas, cáncer; sus aviones se estrellarán, las sabandijas devorarán sus jardines, el agua de sus piscinas de Florida se cubrirá de moho letal. ¿Sabes cuáles son las consecuencias de tratar de oponerse a Jehová?»

«—Phil…, lo único que veo son deslumbrantes ruedas de fuego. ¿Cómo voy a volver a casa? —La voz le temblaba de miedo—. Ruedas de fuego, como fuegos artificiales… ¡Dios bendito, estoy casi ciego!
Fue el principio de su transformación. ¡En qué condiciones tan desfavorables había empezado! Tuve que llevarle a casa con su mujer y su hijo, como si fuera un niño. Durante todo el camino estuvo murmurando atemorizado, encogiéndose y agarrándose a mí. Nunca le había visto tan asustado.»

«—Aquel extraño día —dije.
El día, pensé, en que todo empezó a modificarse para Nicholas, dejándole débil y pasivo, tal cual estaba ahora: dispuesto a aceptar lo que viniera.
—Dicen —expliqué— que al final de los tiempos, en la Parusía, se producirá un cambio en los animales. Todos se amansarán.»

Philip K. Dick

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