Que eran conspiradores
domingo, junio 28, 2020—Que eran conspiradores —contestó Nicholas—. Habían urdido las muertes de todos los que fueron asesinados: el doctor King, los dos Kennedy, Jim Pike, Malcolm X, George Lincoln Rockwell, el dirigente del Partido Nazi…, de todos ellos. Phil, pongo a Dios por testigo de que tuve esa visión.
Nicholas contestó:
—No creo que tenga intención de esperar. Creo que para ellos planificar es lo mismo que actuar. Planifican y actúan simultáneamente; pensar en algo es realizarlo. Son formas mentales absolutas, mentes puras. Ella es una inteligencia omnisciente para la que no existen secretos. Es espeluznante.
«Parecía exactamente lo que necesitábamos. Protección divina. La guardiana de la República había oído nuestras súplicas desde los pasadizos del tiempo, tal y como acostumbraba. Al fin y al cabo, ¿acaso no eran los Estados Unidos una prolongación de la República romana, a través del tiempo lineal? En muchos aspectos lo era. Habíamos heredado la Sibila; puesto que era inmortal, había seguido existiendo tras la desaparición de Roma. Ésta había desaparecido, pero seguía existiendo bajo nuevas formas, con nuevos sistemas lingüísticos y nuevas costumbres. El núcleo del imperio persistía; una lengua, un sistema jurídico y monetario, buenos caminos; y la cristiandad, la última religión legal del Imperio Romano. Después de la Alta Edad Media lo habíamos reconstruido tal como era, e incluso perfeccionado. Las ramas del imperialismo se habían extendido hasta el Asia Sudoriental. Y, pensé, Ferris F. Fremont es nuestro Nerón.»
«Sentado allí, pálido y preocupado, Nicholas me explicó que estaba intentando, según su método particular, extraer la toxina de su organismo; en sus libros de referencia se había informado de que las vitaminas solubles en agua obraban sobre el organismo como diuréticos; tomándolas en suficiente cantidad esperaba poder eliminar las destellantes ruedas dentadas de fuego multicolor que le atormentaban por la noche o bien al parpadear.»
«Había procurado dejar la radio encendida en la mesilla de noche, puesta en una emisora que emitía rock blandengue, pero tras unas horas la música tomó un sonido siniestro y amenazador; las letras sufrieron un grotesco cambio, y tuvo que parar la radio.»
«En el sueño estaba encerrado en una minúscula jaula debajo del Coliseo en la antigua Roma; arriba en el cielo inmensos lagartos alados le estaban buscando. De repente, los lagartos voladores percibían su presencia debajo del Coliseo; se arrojaban hacia él y pugnaban furiosamente por abrir la puerta de la jaula. Atrapado, con la muerte a un paso, lo único que Nicholas podía hacer era dar siseos para ahuyentar a los lagartos; por lo visto estaba convertido en un pequeño mamífero de alguna especie. Rachel le despertó del sueño y entonces él, medio dormido aún, había sacado la lengua y continuado siseando de una manera furiosa, inhumana. A pesar de que tenía los ojos completamente abiertos, dijo ella.»
«Tras esto dejaba la radio sintonizada en una emisora de rock blandengue. Hasta que una noche oyó que se dirigían a él desde el receptor. Le hablaban de un modo sucio y malévolo.
—Nicky el gili —decía la radio, imitando la voz de una popular vocalista cuyo último disco acababa de ser presentado—. Escucha, Nicky el gili: eres despreciable y vas a morir. ¡Inadaptado! ¡Gili, Nicky! ¡Muere, muere, muere!
Se incorporó, y lo oyó despierto del todo. Sí, la radio decía «Nicky el gili», en efecto, y la voz se parecía a la de una conocida cantante; pero comprendió con horror que era sólo una imitación. Era demasiado cruel, demasiado metálica y artificial. Era una parodia mecánica de su voz, y, de todas formas ella no hubiera querido decir esto, y, de haberlo dicho, la emisora no lo habría radiado. Y la voz le hablaba directamente a él.
Después de esto, nunca más volvió a encender la radio.
Durante el día tomaba cantidades cada vez mayores de vitaminas solubles en agua, en particular vitamina C, y se pasaba la noche en vela, agobiado por un tropel de pensamientos aterradores, viendo girar ante sus ojos las dentadas sierras circulares de subidos colores que escondían la puerta por completo. ¿Y si se producía una emergencia nocturna?, se preguntaba. ¿Y si Johnny caí enfermo? No había posibilidad de que Nicholas pudiera llevarlo al hospital; en realidad, si se prendía fuego el edificio, no era probable que Nicholas pudiera encontrar siquiera la salida.
Una noche, la muchacha que vivía en el otro lado del rellano le había pedido que fuera con ella a la planta baja para revisar la caja de fusibles principal; la había acompañado por la escalera exterior sin problema, pero luego, cuando ella volvió a subir corriendo a contestar el teléfono que sonaba, se había quedado indeciso, a ciegas en la oscuridad, sobrecogido y desorientado al máximo, hasta que por fin Rachel bajó y le rescató.»
«Tembloroso y asustado, sin saber lo que le pasaba, se retiraba a su dormitorio sin querer —sin poder— ver a nadie.»
«... el dolor atravesó como un rayo su mandíbula suturada.»
«Todavía oigo la voz en mi mente. Pronunciando muy despacio, con mucha insistencia. Como cuando alguien intenta programarte. ¿Entiendes? Programándome para morir. La voz de un demonio. No era humana. Me pregunto cuántas veces la habré oído en sueños sin acordarme después. Si no hubiera padecido insomnio…»
«—Existen posibilidades técnicas, tales como una señal electrónica superpuesta, proveniente de un pequeño transmisor amplificador situado muy cerca; pongamos que en el piso contiguo. De este modo no afectaría a los demás receptores, sólo al mío. O procedente de un satélite que pasara por el cielo.»
«—Se producen muchas interceptaciones ilícitas vía satélite de emisores de radio y televisión en los Estados Unidos —dijo Nicholas—. Normalmente, el material es subliminal. Yo debí captarlo conscientemente de alguna forma, lo cual no estaba previsto que ocurriera. Habrá habido un problema en la transmisión, o algo así. Está más claro que el agua que me despertó del todo, y eso es exactamente lo que no estaba previsto que ocurriera.»
«—No lo sé. No tengo ninguna teoría. Alguna sección del gobierno, supongo. O los soviéticos. Actualmente hay muchos transmisores secretos soviéticos en el cielo, que emiten sobre las zonas pobladas como ésta. Radian inmundicias y basura, e insinuaciones perversas. Dios sabe qué tipo de cosas.
—Pero tu nombre…
—Quizá todos los que escuchaban oyeron su propio nombre —repuso Nicholas—. «John, cacho cabrón», o «Vera, eres una bollera». No lo sé. Estoy agotado de intentar resolverlo. —Señaló con el dedo la vela votiva, que vacilaba ligeramente.
—Así que por eso quieres tenerla encendida en todo momento —dije, comprendiendo— Para expulsar…
—Para mantenerme cuerdo —interrumpió Nicholas.»
Philip K. Dick
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