Dosto había tenido una de las más fuertes crisis epilépticas
vividas hasta el momento. Era aproximadamente las dos de la madrugada cuando
recobró el conocimiento. Fue a aumentar
la llama de la luz que su esposa había dejado semi encendida sobre la mesita de
noche, antes de ella ir a dormir al cuarto de invitados contiguo al
dormitorio conyugal. Había dejado también una extraña carta sobre la mesita, justamente
apoyada sobre la ruedecita de encendido. Dosto abrió el sobre como pudo y empezó a
leer lentamente:
“La eterna Rusia está fortificada. Y es justo que los justos
se refugien allí donde no puedan causarle daño. Muy señor mío, su palabra es
infalible. Me dirijo a usted pues como último escudo de la nación.
¡Las causas, las causas! Todas las causas suben a una causa
primera, la fuente, señor; y usted la conoce, tanto a la primera como a las
otras. Las tememos todas; y todos los hombres de la nación están de rodillas. Estamos
de rodillas ante su presencia. Ya sabe usted que su presencia es infinita, extensa
como nuestra amplia llanura, omnipresente como la nieve en nuestro invierno. Con
solo nombrarla nos tiemblan las rodillas, señor. Quiera Dios, ¡bendito sea! que
se inviertan las fuerzas, que su corazón generoso haga del mundo un goce
generoso. Dios lo escuche. ¡Amén!
Siete son los caminos, las vías que nos iluminan con sus
promesas. ¡Siete, señor! ¡Ni más ni menos! Alguna de ellas nos será accesible; aunque las otras se cierren, o no lleven a ninguna
parte, o nos lleven a la confusión de los nombres; al menos Él nos reservará
una, una para su pueblo preferido. ¿No
cree, señor? ¿No está de acuerdo, señor? Sus ojos brillan de inteligencia;
vienen a buscarnos con temor en el corazón pero con esperanza. Alza los ojos a
su luz, levántalos, busca su fuente
verdadera. Este pueblo tiene corazón para ver la Rusia verdadera, para amarla y
adorarla como su fuente. Llevamos inscrito en nuestra sangre eslava que nuestra
sangre sea la sangre, el hermano hermano, el misterio y la prueba de nuestra
sacra hermandad nórdica. ¡Alabado sea nuestro corazón en el círculo de los
justos, en la revelación de los misterios, en la perfecta asamblea de las
almas. Señor, que vuestra sabiduría sea
eterna y nos ilumine. Le seguiremos con nuestros rectos corazones como el
primer y único mandamiento."
Bajo la emoción, Dosto volvió a tener una pequeña ausencia.
"Oremos por Dios. Oremos en la limpieza de la sangre. Tomemos
sus señales. Revélanos tu misterio. Te alabaré Señor en toda tu misericordia. Métenos,
Señor, en el círculo de los justos. Haznos miembros de tu asamblea. Tómanos en
tu misericordia. Creemos en tu doctrina perfecta y en tu testimonio. Eres,
Señor, el Verídico. Tu presencia nos reconforta el alma. Por ti somos las vías
de tu corazón infinito. Te alabamos, Señor. Tu mandamiento nos ilumina. Haz sabios a estos ignorantes; y luego
revélanos tus misterios. Vos, el primero y oculto, revélanos tu presencia. Muéstranos
la vía que te alcance; si este es tu deseo. Entréganos las llaves de tus
puertas. Retíranos los obstáculos. Y aquel pueblo que de ti reciba esta ofrenda
sea por la eternidad bendito."
Carlos del Puente