Shylock de Shakespeare

viernes, septiembre 11, 2015



SHYLOCK.- ¿Tres mil ducados?... Bien.

SHYLOCK.- ¿Por tres meses?... Bien.

SHYLOCK.- ¿Antonio saldrá fiador?... Bien.

SHYLOCK.- ¿Tres mil ducados por tres meses y Antonio como fiador?

SHYLOCK.- Antonio es bueno.

SHYLOCK.- ¡Oh!, no, no, no, no. Mi intención al decir que es bueno es haceros comprender que lo tengo por solvente. Sin embargo, sus recursos son hipotéticos; tiene un galeón con destino a Trípoli; otro en ruta para las Indias; he sabido, además, en el Rialto1 que tiene un tercero en Méjico y un cuarto camino de Inglaterra. Posee algunos más, esparcidos aquí y allá. Pero los barcos no están hechos más que de tablas; los marineros no son sino hombres; hay ratas de tierra y ratas de agua; ladrones de tierra y ladrones de agua; quiero decir piratas. Además, existe el peligro de las olas, de los vientos y de los arrecifes. No obstante, el hombre es solvente. Tres mil ducados. Pienso que puedo aceptar su pagaré.

SHYLOCK.- Me aseguraré que puedo, y a fin de ratificarme, voy a reflexionar. ¿Puedo
hablar con Antonio?

SHYLOCK.- ¡Sí, para recibir el olor del puerco! ¡Para comer en la casa en que vuestro profeta, el Nazareno, hizo entrar, por medio de exorcismos, al diablo! Me parece bien comprar con vosotros, vender con vosotros, hablar con vosotros, pasearme con vosotros y así sucesivamente; pero no quiero comer con vosotros, beber con vosotros, ni orar con vosotros. ¿Qué noticias hay del Rialto? ¿Quién llega aquí?

SHYLOCK.- (Aparte.) ¡Qué fisonomía semejante a un hipócrita publicano! Le odio porque es cristiano, pero mucho más todavía porque en su baja simplicidad presta dinero gratis y hace así descender la tasa de la usura en Venecia. Si alguna vez puedo sentarle la mano en los riñones, satisfaré por completo el antiguo rencor que siento hacia él. Odia a nuestra santa nación, y hasta en el lugar en donde se reúnen los mercaderes se mofa de mí, de mis negocios y de mi ganancia legítimamente adquirida, que él llama usura. Maldita sea mi tribu si le perdono.

SHYLOCK.- Estoy haciendo la cuenta de mi capital disponible al presente; y a lo que puedo fiarme de mi memoria, veo que me es imposible afrontar inmediatamente la suma de tres mil ducados. ¿Qué importa? Tubal, un rico hebreo de mi tribu, me proveerá. Pero, vamos despacio... ¿Por cuantos meses deseáis esa suma? (A ANTONIO.) Que la dicha sea con vos, mi buen signior. Acabábamos justamente de hablar de vuestra señoría.

SHYLOCK.- Sí, sí; tres mil ducados.

SHYLOCK.- Había olvidado... tres meses. (A BASSANIO.) Así lo habéis dicho, verdaderamente. (A ANTONIO.) Bien, entonces venga el pagaré y concluyamos. Pero escuchad un poco; me parece que acabáis de decir que ni prestáis ni tomáis prestado a interés.

SHYLOCK.- Cuando Jacob llevaba a pastar los rebaños de su tío Labán, este Jacob, que fue de la familia de nuestro santo Abraham, gracias a las medidas que su prudente madre tomó en su favor, el tercer descendiente...; sí, fue el tercero...

SHYLOCK.- No recibía interés, no recibía directamente interés, como decís. Pero fijaos bien lo que hizo. Labán y él habían tomado el acuerdo de que todos los recentales listados y moteados fueran para Jacob, en concepto de salario. Cuando al final del otoño los machos ardorosos buscaban a las hembras y la obra de generación se efectuaba entre los lanudos seres, el astuto pastor se proveía de algunas cortezas de árboles, y mientras verificaban el acto de la reproducción las presentaba a las ovejas lascivas, que concebían en aquel momento, y en la época de parir daban a luz corderos de diversos colores, que pasaban a poder de Jacob. Esta era una manera de prosperar, y fue bendecida su ganancia, pues la ganancia es una bendición cuando no se roba.

SHYLOCK.- No os lo puedo decir; les hago reproducirse todo lo posible; mas tomad buena nota de lo que digo, señor.

SHYLOCK.- Tres mil ducados es una suma bastante redonda. Tres meses de doce; veamos; el interés...

SHYLOCK.- Signior Antonio, veces y veces, en el Rialto, me habéis maltratado a propósito de mi dinero y de los intereses que le hago producir; sin embargo, he soportado ello con paciente encogimiento de hombros, porque la resignación es la virtud característica de toda nuestra raza. Me habéis llamado descreído, perro malhechor, y me habéis escupido sobre mi gabardina de judío, todo por el uso que he hecho de lo que me pertenece. Muy bien; pero parece ser que ahora tenéis necesidad de mi ayuda; venís a mí y me decís: «Shylock, tendríamos necesidad de dinero». Y me lo decís vos, vos, que habéis expelido vuestra saliva sobre mi barba y me habéis echado a puntapiés, como echaríais de vuestro umbral a un perro vagabundo. Pedís dinero. ¿Qué debo contestaros? ¿No debería responderos: «Es que un perro tiene dinero? ¿Es posible que un mastín preste tres mil ducados?» O bien, inclinándome servilmente, y en tono de un esclavo, con el aliento retenido y una humildad de susurro, deciros así: «Arrogante señor, habéis escupido sobre mí el miércoles último; me habéis arrojado con el pie tal día; en otra ocasión me llamasteis dogo, y por todas esas cortesías, ¿voy a prestaros tanto dinero?»

SHYLOCK.- ¡Vaya, mirad, cómo os amostazáis! Quisiera hacer pacto de amistad, ganar vuestro afecto, olvidar los ultrajes con que me habéis mancillado, subvenir a vuestras necesidades presentes, sin tomar algún interés por mi dinero, y no queréis escucharme; mi ofrecimiento es generoso.

SHYLOCK.- Pues quiero probaros esta generosidad. Venid conmigo a casa de un notario, me firmaréis allí simplemente vuestro pagaré, y a manera de broma será estipulado que, si no pagáis tal día, en tal lugar, la suma o las sumas convenidas, la penalidad consistirá en una libra exacta de vuestra hermosa carne, que podrá ser escogida y cortada de no importa qué parte de vuestro cuerpo que me plazca.

SHYLOCK.- ¡Oh, padre Abraham! ¡Vaya unos cristianos, cuya crueldad de sus propios actos les enseña a sospechar de las intenciones del prójimo! Os lo suplico, responded a esto; si por casualidad él faltara al pago el día convenido, ¿qué ganaría yo al exigir el cumplimiento de la condición? Una libra de carne humana no tiene tanto precio ni puede aprovecharse tanto como la carne de carnero, de buey o de cabra. Os lo repito: para conquistar su afecto os hago esta oferta amistosa; si quiere aceptarla, bien; si no, adiós. Y en reciprocidad de mi afecto, no me injuriéis, os lo ruego.

SHYLOCK.- Entonces, esperadme en seguida en casa del notario; dadle las instrucciones necesarias para este divertido documento, y a mi llegada os embolsaré inmediatamente los ducados. Quiero dar un vistazo a mi casa, que he dejado temblando bajo la custodia poco segura de un pillo descuidado, y al momento me reúno con vosotros. (Sale.)

SHYLOCK.- Bien; tú verás; tus ojos harán la distinción entre el viejo Shylock y Bassanio. ¡Eh, Jessica! No te atracarás, como has hecho en mi casa. ¡Eh, Jessica! Ni te darás a dormir y a roncar y a destrozar el traje. ¡Eh, Jessica, digo!

SHYLOCK.- ¿Quién te manda llamar? No te he ordenado que llames.

SHYLOCK.- Estoy invitado a cenar, Jessica; he aquí mis llaves. Pero ¿por qué había de ir? No es por afecto por lo que me invitan; quieren adularme. ¡Bah! Iré por odio, nada más que por hartarme a expensas del pródigo cristiano. Jessica, hija mía, vigila en la casa. Salgo verdaderamente contra mi deseo; algo se fragua contra mi reposo, pues he soñado esta noche con sacos de dinero.

SHYLOCK.- Y yo la suya.

SHYLOCK.- ¡Cómo! ¿Hay máscaras? Escúchame bien, Jessica. Cierra con cerrojo mis puertas, y cuando escuches el tambor o el silbido ridículo del pífano de cuello encorvado, no te encarames a las ventanas, ni alargues tu cabeza sobre la vía pública para embobarte ante los payasos cristianos de pintados semblantes, sino, al contrario, tapa los oídos de mi casa, quiero decir mis ventanas; no dejes entrar en mi severa morada los ruidos inútiles de la disipación. Por el báculo de Jacob juro que no tengo ninguna gana de festejar hoy; sin embargo, iré. Andad delante, bribón; decid que voy a llegar.

SHYLOCK.- ¿Qué dice ese imbécil de la estirpe de Agar? ¿Eh?

SHYLOCK.- Ese galopín no es mal muchacho del todo; pero come enormemente, es lento para el trabajo como un caracol y duerme por el día más que un gato montés. Los zánganos no tienen nada que hacer en mi colmena; así, pues, me separo de él y le dejo para que sirva a cierto individuo a quien quisiera que le ayudase a gastar la bolsa que ha pedido prestada. Vamos, Jessica, entrad ya. Es posible que esté inmediatamente de vuelta. Haz como te he dicho: cierra las ventanas tras ti. Quien guarda, halla. He aquí un proverbio que para un espíritu económico siempre es aplicable. (Sale.)

SHYLOCK.- Estáis enterados mejor que nadie, mejor que nadie, de la fuga de mi hija.

SHYLOCK.- Será condenada por eso.

SHYLOCK.- ¡Mi carne y mi sangre revelarse así!

SHYLOCK.- Digo que mi hija es mi carne y mi sangre.

SHYLOCK.- He ahí otro buen negocio más para mí. ¡Un quebrado, un pródigo, que apenas se atreve a asomar la cabeza por el Rialto! ¡Un mendigo, que tenía costumbre de venir a hacerse el elegante en el mercado! ¡Que tenga cuidado con su documento! Tenía el hábito de llamarme usurero; que tenga cuidado con su pagaré. Tenía la costumbre de prestar dinero por caridad cristiana; que tenga cuidado con su papel.

SHYLOCK.- Para cebar a los peces. Alimentará mi venganza, si no puede servir para nada mejor. Ha arrojado el desprecio sobre mí, me ha impedido ganar medio millón; se ha reído de mis pérdidas, se ha burlado de mis ganancias, ha menospreciado mi nación, ha dificultado mis negocios, enfriado a mis amigos, exacerbado a mis enemigos, y ¿qué razón tiene para hacer todo esto? Soy un judío. ¿Es que un judío no tiene ojos? ¿Es que un judío no tiene manos, órganos, proporciones, sentidos, afectos, pasiones? ¿Es que no está nutrido de los mismos alimentos, herido por las mismas armas, sujeto a las mismas enfermedades, curado por los mismos medios, calentado y enfriado por el mismo verano y por el mismo invierno que un cristiano? Si nos pincháis, ¿no sangramos? Si nos cosquilleáis, ¿no nos reímos? Si nos envenenáis, ¿no nos morimos? Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos? Si nos parecemos en todo lo demás, nos pareceremos también en eso. Si un judío insulta a un cristiano, ¿cuál será la humildad de este? La venganza. Si un cristiano ultraja a un judío, ¿qué nombre deberá llevar la paciencia del judío, si quiere seguir el ejemplo del cristiano? Pues venganza. La villanía que me enseñáis la pondré en práctica, y malo será que yo no sobrepase la instrucción que me habéis dado.

SHYLOCK.- ¡Hola, Tubal! ¿Qué noticias hay de Génova? ¿Has hallado a mi hija?

SHYLOCK.- ¡Oh, ay, ay, ay! ¡Un diamante perdido que me había costado dos mil ducados en Francfort! La maldición no había nunca caído sobre nuestro pueblo hasta la fecha; yo no la había sentido jamás hasta hoy. ¡Dos mil ducados perdidos con ese diamante, y otras preciadas, muy preciadas alhajas! Quisiera que mi hija estuviera muerta a mis plantas, con las joyas en sus orejas; quisiera que estuviese enterrada a mis pies con los ducados en su féretro. ¿Ninguna noticia de los fugitivos? No, ninguna. Y no sé cuánto dinero gastado en pesquisas. ¡Ah! ¿Ves tú? ¡Pérdida sobre pérdida! ¡El ladrón ha partido con tanto, y ha sido necesario dar tanto para encontrar al ladrón, y ninguna satisfacción, ninguna venganza, ninguna mala suerte para otras espaldas que las mías, ningunos otros suspiros que los que yo lanzo, ningunas otras lágrimas que las que yo vierto!

SHYLOCK.- ¿Qué, qué, qué? ¿Una desgracia? ¿Una desgracia?

SHYLOCK.- ¡Gracias a Dios! ¡Gracias a Dios! ¿Es verdad?

SHYLOCK.- Te doy las gracias, mi buen Tubal. ¡Buenas noticias! ¡Buenas noticias! ¡Ja, ja! ¿Dónde fue eso? ¿En Génova?

SHYLOCK.- Me hundes un puñal en el corazón; no volveré a ver más mi oro. ¡Ochenta
ducados de una sola vez! ¡Ochenta ducados!

SHYLOCK.- Me alegro mucho de eso; le haré padecer, le torturaré. Estoy gozoso.

SHYLOCK.- ¡Maldita sea! Me atormentas, Tubal. Era mi turquesa. La adquirí de Leah
cuando era muchacho; no la habría dado por todo un desierto lleno de monos.

SHYLOCK.- Sí, sí, es verdad; es muy cierto. Anda, Tubal; tenme a sueldo un corchete; prevenle con quince días de anticipación. Si no está puntual en el día fijado, quiero tener su corazón; porque, una vez fuera de Venecia, podré hacer todo el negocio que se me antoje. Anda, Tubal, y ven a reunirte conmigo en nuestra sinagoga; anda, mi buen Tubal; a nuestra sinagoga, Tubal. (Salen.)

SHYLOCK.- Carcelero, vigiladle. No me habléis de clemencia; ahí está el imbécil que
prestaba dinero gratis. Carcelero, vigiladle.

SHYLOCK.- Quiero que las condiciones de mi pagaré se cumplan; he jurado que serían ejecutadas. Me has llamado perro cuando no tenías razón ninguna para hacerlo; pero, puesto que soy un perro, ten cuidado con mis dientes. El dux me otorgará justicia. Me extraña, inútil carcelero, que seas lo bastante idiota para salir con él cuando te lo pide.

SHYLOCK.- Quiero que se cumplan las condiciones de mi pagaré; no quiero escucharte; por consiguiente, no me hables más. No haréis de mí uno de esos buenazos imbéciles, plañideros que van a agitar la cabeza, ablandarse, suspirar y ceder a los intermediarios cristianos. No me sigas; no quiero discursos; quiero el cumplimiento del pagaré. (Sale.)

SHYLOCK.- He informado a vuestra gracia de mis intenciones, y he jurado por nuestro Sábado Santo obtener la ejecución de la cláusula penal de mi contrato; si me la negáis, que el daño que resulte de ello recaiga sobre la constitución y las libertades de vuestra ciudad. Me preguntaréis por qué quiero mejor tomar una libra de carroña que recibir tres mil ducados. A esto no responderé de otra manera más que diciendo que tal es mi carácter. La respuesta ¿os parece buena? Si una rata perturba mi casa y me place dar diez mil ducados para desembarazarme de ella, ¿qué se puede alegar en contra? Veamos: ¿es aún buena respuesta? Hay gentes que no les agrada un lechón preparado; otras a quienes la vista de un gato les da accesos de locura, y otras que, cuando la cornamusa les suena ante sus narices, no pueden contener su orina; porque nuestra sensibilidad, soberana de nuestras pasiones, les dicta lo que deben amar o detestar. Ahora, he aquí la respuesta que me pedís. Lo mismo
que no se puede dar razón acertada para explicar por qué este no puede soportar el cochinillo preparado; aquel la vista del gato, animal necesario e inofensivo; este otro una cornamusa que suena y que está obligado a detenerse ante la misma; todos constreñidos a ceder a una humillante antipatía, que les impulsa a injuriar, porque son a su vez injuriados, así yo no puedo dar otra razón y no quiero dar otra que esta: tengo contra Antonio un odio profundo, una aversión absoluta, que me impulsan a intentar contra él un proceso ruinoso para mí. ¿Estáis satisfecho de mi respuesta?

SHYLOCK.- No estoy obligado a dar una respuesta que te cause placer.

SHYLOCK.- ¿Existe un hombre que aborrezca lo que no quisiera matar?

SHYLOCK.- ¡Cómo! ¿Querrías que una serpiente te mordiera dos veces?

SHYLOCK.- Aun cuando cada uno de esos seis mil ducados estuviese dividido en seis partes y cada una de esas partes fuese un ducado, no los recibiría; querría la ejecución de mi pagaré.

SHYLOCK.- ¿Qué sentencia he de temer, no habiendo hecho mal alguno? Tenéis entre vosotros numerosos esclavos que habéis comprado y que empleáis, como vuestros asnos, vuestros perros y vuestros mulos, en tareas abyectas y serviles, porque los habéis comprado. ¿Iré a deciros: ponedlos en libertad, casadlos con vuestras herederas? ¿Por qué los abrumáis bajo sus fardos, por qué sus lechos no son tan blandos como los vuestros, sus paladares regalados con los mismos manjares? Me responderéis: «Los esclavos son nuestros». Yo os respondo a mi vez: «Esta libra de carne que le reclamo la he comprado cara, es mía, y la tendré. Si me la negáis, anatema contra vuestra ley. Los decretos de Venecia, desde ahora, no tienen fuerza. Espero de vos justicia. ¿Me la haréis? Responded».

SHYLOCK.- Para cortar a ese arruinado lo que por estipulación me adeuda.

SHYLOCK.- No, ninguna que tu inteligencia pueda imaginar.

SHYLOCK.- En tanto que tus invectivas no borren la firma de mi pagaré, no harás, hablando tan alto, otra cosa que lesionar tus pulmones. Restaura tu entendimiento, buen joven, o va a caer en una ruina irremediable. Aguardo aquí la ejecución de la ley.

SHYLOCK.- Shylock es mi nombre.

SHYLOCK.- ¿Por efecto de qué obligación, queréis decirme?

SHYLOCK.- ¡Que mis acciones caigan sobre mi cabeza! Exijo la ley, la ejecución de la cláusula penal y lo convenido en mi documento.

SHYLOCK.- ¡Un Daniel ha venido a juzgarnos, sí, un Daniel! ¡Oh, joven y sabio juez,
cómo te honro!

SHYLOCK.- Vedle aquí, reverendísimo doctor, vedle aquí.

SHYLOCK.- Un juramento, un juramento, he hecho un juramento al cielo. ¿Echaré sobre mi alma un perjurio? No, ni por Venecia entera.

SHYLOCK.- Cuando haya sido abonado conforme a su tenor. Parece que sois un digno juez; conocéis la ley; vuestra exposición ha sido muy sólida. Os requiero, pues, en nombre de la ley, de la que sois una de las columnas más meritorias, a proceder a la sentencia. Juro por mi alma que no hay lengua humana que tenga bastante elocuencia para cambiar mi voluntad. Me atengo al contenido de mi contrato.

SHYLOCK.- ¡Oh, noble juez! ¡Oh, excelente joven!

SHYLOCK.- Es muy verdad, ¡oh, juez sabio e íntegro! ¡Cuánto más viejo eres de lo
que indica tu semblante!

SHYLOCK.- Sí, su pecho; es lo que dice el pagaré, ¿no es así, noble juez? «El sitio
más próximo al corazón», tales son los términos precisos.

SHYLOCK.- Tengo una dispuesta.

SHYLOCK.- ¿Está eso enunciado en el pagaré?

SHYLOCK.- ¡No veo por qué! ¡No está consignado en el pagaré!

SHYLOCK.- (Aparte.) He ahí los maridos cristianos. Tengo una hija; mejor hubiera
querido que se casase con uno de la raza de Barrabás que verla con un cristiano por esposo. (En voz alta.) Perdemos tiempo; te lo ruego, acaba tu sentencia.

SHYLOCK.- ¡Rectísimo juez!

SHYLOCK.- ¡Doctísimo juez! ¡He ahí una sentencia! ¡Vamos, preparaos!

SHYLOCK.- ¿Es ésta la ley?

SHYLOCK.- Acepto su ofrecimiento, entonces; páguenme tres veces el valor del pagaré y déjese marchar al cristiano.

SHYLOCK.- Dadme mi principal y dejadme partir.

SHYLOCK.- ¿No conseguiré pura y simplemente mi principal?

SHYLOCK.- Pues bien; entonces que el diablo le dé la liquidación. No quedaré aquí más tiempo discutiendo.

SHYLOCK.- No, tomad mi vida y todo. No excuséis eso más que lo restante. Os apoderáis de mi casa cuando me quitáis el apoyo que la sostiene; me quitáis mi vida cuando me priváis de los medios de vivir.

SHYLOCK.- Estoy satisfecho.

SHYLOCK.- Os lo ruego: dadme permiso para salir de aquí; no me siento bien; enviad
el acta a casa y la firmaré.



 Shakespeare, El mercader de Venecia.

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