Kafka El médico Herodias El farmacéutico Un muchacho rubio, de más o menos diez años de edad

domingo, abril 20, 2014



"Un hombre, en especial, atrae la mirada, a cada uno de sus lados hay una mujer, pero apenas se las distingue, están agachadas o hundidas, o están hundiéndose oblicuamente contra el hombre, hacia abajo; son del todo secundarias,

mientras que el hombre también tiene algo de femenino.

Es vigoroso, viste una blusa azul de obrero, su cara es ancha y franca; la nariz achatada, es como si se la hubiera apretado recientemente, y las fosas nasales lucharan, retorciéndose, para subsistir; las mejillas tienen mucho color vital. Todo el tiempo mira hacia el interior de la farmacia, mueve los labios, se inclina de derecha a izquierda, como si buscara algo adentro.

En la tienda llama la atención un hombre que no pide nada, ni a quien se atiende; yendo erguido de uno a otro lado trata de observarlo todo,

apretando el labio inferior inquieto con los dos dedos, y a veces mira el reloj de bolsillo. Evidentemente es el propietario, los compradores le señalan entre sí,

es fácil reconocerle por las numerosas correas delgadas, redondeadas y alargadas que cuelgan sobre su busto, ni muy tensas ni muy flojas.

Un muchacho rubio, de más o menos diez años de edad, está cogido a su chaqueta, de vez en cuando también quiere tomarse de las correas, pide algo que el dueño no quiere  concederle.

En ese momento suena la campanilla de la puerta. ¿Por qué suena? Tantos compradores vinieron y se fueron sin que sonara, pero ahora suena. La muchedumbre se aparta de la puerta, es como si se hubiera esperado el campanilleo,

hasta parecería que la multitud supiese más de lo que confiesa.

Ahora se ve también la puerta de vidrio grande, de dos hojas. Afuera está la estrecha calle vacía, empedrada pulcramente con ladrillos, es un día nublado  que presagia lluvia, pero aún no llueve. Un hombre ha abierto la puerta desde la calle y puesto la campanilla en movimiento, pero ahora duda, retrocede de nuevo, relee el nombre en el cartel, sí, está bien, y entonces entra.

Es el médico Herodias, todos lo conocen.

Con la mano izquierda en el bolsillo avanza hacia el farmacéutico,

que ahora está solo, de pie en el espacio libre; hasta el niño, si bien  en  primera fila, se ha quedado atrás y observa con los grandes ojos azules abiertos.

Herodias tiene una manera de hablar sonriente, y con aire de superioridad, la cabeza echada para atrás, y aun cuando sea él mismo quien habla produce la impresión de estar escuchando.

Con todo, es muy distraído, a veces hay que repetirle las cosas,

es trabajoso penetrar hasta él, y también por eso parece sonreír.

Cómo no iba un médico a conocer la farmacia, y sin embargo mira a su alrededor,

como si estuviera allí por primera vez

y sacude la cabeza ante las colas de gente y los vendedores. Luego se dirige hacia el dueño,

 lo rodea con el brazo derecho a la altura de los hombros, lo hace girar, y entonces ambos siguen caminando, muy juntos, por entre la multitud que retrocede a un lado,

hacia el interior del negocio, el niño delante de ellos, mirando otra vez tímidamente hacia atrás.

Llegan tras los mostradores hasta una cortina, que el niño levanta, luego

continúan a través de las salas del laboratorio y por último a una puertita que, como el muchacho no se atreve a abrir, debe franquear el médico.

Existe el riesgo

de que la multitud que ha llegado hasta allí, también quiera seguirles a esa habitación.

Pero los vendedores, que entre tanto se han abierto paso hasta la primera línea, se vuelven contra la multitud sin esperar hacia atrás a la muchedumbre que, por otra parte, sólo se ha desplazado hasta allí por su peso y no con intención de molestar. De todos modos

se hace sentir un movimiento contrario: lo origina el hombre con las dos mujeres;

ha abandonado el lugar en la ventana, ha entrado en la tienda y ahora quiere llegar aún más lejos. Precisamente

la docilidad de la multitud, que por lo que se ve, respeta ese lugar, se lo permite.

A través de los vendedores, a quienes aparta más con la mirada que con los codos, ya se ha acercado con sus dos mujeres hasta donde se encuentran los dos señores, y a través de sus cabezas él, más grande que ambos, mira hacia la oscuridad del cuarto.
–¿Quién viene?– pregunta débilmente una mujer desde la habitación.
–Quédate tranquila, es el médico– contesta el farmacéutico, y entran en el cuarto.

 Nadie piensa en encender la luz.

El médico ha dejado al farmacéutico y se dirige solo hacia la cama.

El hombre y las mujeres se apoyan en el respaldo de la cama, a los pies de la enfermera, como sobre un parapeto. El farmacéutico no se atreve a acercarse;

el niño nuevamente se ha tomado de él.

El médico se siente estorbado por la presencia de los tres extraños.


–¿Quiénes son ustedes?– pregunta, en voz baja, por consideración hacia la enferma.
–Vecinos– dice el hombre.
–¿Qué quieren?
–Queremos –dice el hombre, hablando en voz mucho más alta que el médico..."

Kafka

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