Kafka "En lo esencial tan hermético como ellos" "ciudadano innato de la mentira"

sábado, abril 26, 2014

"INVESTIGACIONES DE UN PERRO


 Se me trata con consideración, sin comprender mi real naturaleza;


todo se refería a mí; creía que grandes cosas sucedían a mi alrededor porque yo era su motor, 

cada cual afirmaba las patas delanteras en el lomo del precedente de manera que el primero sostenía, erguido, el peso de los demás,   

¿Y si no fueran perros? 


Estos perros violaban la ley. 


como si la naturaleza fuese un error,

 y volvían a levantarse en seguida, sus miradas parecían pedir disculpas por haber interrumpido de momento 

sus prácticas pecaminosas. 

¿Estaba el mundo al revés? 

que siguieran despatarrándose, que siguieran cometiendo pecados e induciendo a otros al silencioso pecado de contemplar; 

Acaso ni siquiera lo comprendían, pues ladraba sus preguntas en forma casi ininteligible. 

O tal vez lo comprendían y, sobreponiéndose, le contestaba, pero él, el pequeño, inhabituado a la música, no sabía separar ésta del ruido.

quería mostrar a todos dónde estaba yo 

y de dividirlo en partes, y de apreciarlo a la luz del criterio de los presentes, 
importunándolos sin consideración, ocupado tan sólo con mi asunto

Comencé entonces con mis investigaciones sobre las cuestiones más sencillas; 

no me faltaba material; 
lamentablemente, fue la superabundancia 
de éste la causa de mi desesperación en horas oscuras. 
Comencé a averiguar de qué se alimentaba la perrada. 
Esta no es, si bien se mira, pregunta fácil de contestar; nos ocupa desde los primeros tiempos;

es el principal objeto de nuestras meditaciones; 

las observaciones, experimentos y puntos de vista fueron innumerables en este terreno; 

se convirtieron en una ciencia 

que por su enorme amplitud excede lo abarcable por un individuo, y también por todos los sabios; que únicamente puede ser soportada por toda la perrada, y esto sólo en parte y no sin suspiros, 

ello sin hablar de las dificultades y de las condiciones previas casi imposibles de cumplir, que exigen mis investigaciones. 


Me basta en este aspecto la quintaesencia del saber, 

la pequeña regla, 

Pero mis propios trabajos se orientan en otra dirección. 

La simple observación me enseña que la tierra, si se la rocía y 

trabaja según las normas científicas, 


entrega alimentos de tal calidad y en tales cantidades, de tal manera, en tales lugares y a tales horas, 

según las leyes parcial o totalmente establecidas por la ciencia. 

Eso lo doy por sentado, pero mi pregunta es: "¿De dónde saca la tierra estos alimentos?" Pregunta que en general se simula no comprender o a la que se contesta en el mejor de los casos: 

"Si no tienes bastante de comer, te daremos de lo nuestro." 


–¿de dónde se lo hubiera podido sacar?–

 y si por casualidad se tenía, en la urgencia del hambre se olvidaba cualquier otra consideración; les ofrecimientos eran siempre serios,

 y aquí y allá obtenía efectivamente alguna pequeñez si me apresuraba a atraparla

 por mis ansias de investigación. 


Pero el más locuaz de los perros es más hermético que los lugares donde se hallan los mejores alimentos.



¿por qué reprochas a los otros su mutismo cuando tú también callas?"

 Fácil respuesta: soy un perro. 

En lo esencial tan hermético como ellos, 

resistiéndome también a las mismas preguntas, rígido de miedo. ¿Pregunto acaso –al menos desde que soy adulto– para que se me conteste? No alimento tan absurdas esperanzas. Veo los fundamentos de nuestra vida, presiento su hondura, 

veo a los obreros en la construcción, en su obra oscura, 

¿he de esperar que gracias a mis preguntas todo se acabe, sea destruido, abandonado? No; ya no espero eso, desde luego. Los comprendo, soy sangre de su sangre, de su pobre sangre, siempre renovadamente joven y siempre renovadamente ansiosa. 

Pero no sólo tenemos en común la sangre, 

sino también el saber, 

y no tan sólo el saber, 

sino también las llaves para lograrlo. 

No lo poseo sin intervención de los demás, 

no puedo tenerlo sin ayuda. 

Los huesos duros, los de más noble tuétano, 
sólo son accesibles a las dentelladas conjuntas de todos los perros. 

Esta es desde luego sólo una analogía muy exagerada; si todos los dientes estuvieran preparados ya no necesitarían morder, el hueso se abriría y su tuétano estaría al alcance del cachorro más débil. Si me mantengo dentro de este símil debo decir que mis preguntas, 

mis investigaciones, tienden a algo mayor. 

Quiero lograr esta asamblea de todos los perros, 

quiero hacer que por la amenaza de todos los dientes se abra el hueso; 


quiero luego despedirlos para que vivan su vida, que les es cara, y quiero después, solo, absolutamente solo, chupar el tuétano. 

Esto suena a monstruosidad, casi es como si no quisiera vivir del tuétano de un hueso, sino del tuétano de la perrada misma.

 Pero es sólo un ejemplo. El tuétano de que se habla aquí no es alimento, es lo contrario: es veneno.


somos verdaderos baluartes del silencio.

En los últimos tiempos reflexiono con mayor frecuencia sobre mi vida, busco el error decisivo que fue culpable de todo, pero no lo encuentro. Y sin embargo, debo de haberlo cometido, pues, 

si a pesar de no existir, el trabajo probo de toda mi vida no me hubiese permitido alcanzar la meta, ello demostraría que lo que me proponía era imposible, 

y habría que caer en la absoluta falta de fe, en la desesperanza. 



¡La obra de una vida! 



Primero las investigaciones relativas a la pregunta: 
¿De dónde toma la tierra nuestro alimento? 

Perro joven, ávido de vida, renuncié a todos los goces, evité toda diversión, sepulté la cabeza entre las patas ante las tentaciones y me puse a trabajar. 

No era un trabajo científico, 
ni por preparación ni por método, ni por finalidad perseguida. 

la independencia precoz son poco propicias al aprendizaje sistemático. 

Pero he visto y oído mucho, y hablé con perros de las más diversas especies y oficios, y no asimilé mal ni relacioné mal las observaciones, 

lo que reemplazó un tanto el aprendizaje sistemático; 

además, aunque la independencia es un inconveniente para el estudio ordenado, 
se torna una ventaja para la investigación personal. 

Era tanto más necesaria en mi caso, cuanto que 
no podía seguir los métodos propios de la ciencia, 
es decir, 

utilizar los trabajos de los precursores 

y relacionarme con los investigadores de mi época. 

Entregado a mi propio esfuerzo, comencé desde el principio con el convencimiento, muy agradable para la juventud, pero abrumador para la vejez, de que el punto final que habría de colocar sería también el definitivo. 

¿Pero estuve en realidad tan aislado en mis investigaciones? 

Sí y no. No es imposible que haya habido siempre, también hoy, algunos perros aislados en mi propia situación. Lo que no es tan grave; no me desvío ni el grosor de un pelo de la costumbre colectiva. 

Todos los perros sienten como yo el impulso de preguntar y yo, como ellos, el de callar. 

En cada uno existe el impulso de la pregunta. Si no fuera así, las mías no habrían provocado la menor conmoción, conmociones que me llenaban de dicha, dicha exagerada, además. 

Y en cuanto a mi tendencia a callar, lamentablemente no necesita demostración especial. 

Luego, en el fondo, no soy distinto de los demás; a pesar de todas las discrepancias ellos me reconocerán y yo procederé como ellos. Tan sólo la dosificación de los componentes es distinta, diferencia que personalmente puede ser muy importante, pero que desde el punto de vista colectivo es mínima. 

¿Y será posible que nunca, en el pasado y en el presente, la dosificación haya sido parecida a la mía, 
y si esta mezcla se llama desgraciada, 


ningún prejuicio se oponía a mi capacidad de asimilación, 

he seguido el rastro de los rumores más descabellados, 

y lo más disparatado en esta vida insensata llegó a parecerme más verosímil que lo razonable,

 y  más provechoso en mis investigaciones. 


aquí y allá se habla de arte y de artistas, eso es todo. 



Están obligados, ya que no pueden hacerlo abiertamente 

–lo que implicaría infringir el deber de callar–, 

a conseguir que se les perdone de alguna manera, su género de vida o, al menos, 

a desviar la atención, a lograr su olvido, 

y tratan de conseguirlo, según se me informa, 

mediante un parloteo casi insoportable. 

Siempre tienen algo que contar, sea de sus meditaciones filosóficas, 

en las que pueden ocupar su tiempo puesto que han renunciado a todo esfuerzo corporal, sea acerca de lo que ven desde su altura. Y aunque no se caracterizan por su talento, lo que, habida cuenta de su vida ociosa, es perfectamente comprensible, 

y aunque su filosofía sea tan inútil como sus observaciones e igualmente inútiles para la ciencia, 

que no puede supeditarse a fuentes tan despreciables, 


extraña es solamente mi manera de ser 

Todas las preguntas suenan igual, lo importante es la intención y ésta generalmente está oculta, 

aun para el que las formula. Además, preguntar es propio de la perrada, todo el mundo hace preguntas, éstas se entrecruzan; 

hasta parece que hubiera el propósito de borrar el rastro de las preguntas verdaderas. 

Es la ciencia de las reglas, 
pero no resulta fácil comprenderla ni aun en sus planteamientos más elementales, 
y sólo una vez comprendida viene la verdadera dificultad: 
aplicarla a las circunstancias ordinarias. 

En esto casi nadie puede ayudar; cada hora y cada lugar de la tierra crea nuevos problemas. Nadie puede afirmar que está instalado en algún punto de manera definitiva y que su vida transcurrirá como por sí sola; ni siquiera yo, con mis necesidades decrecientes cada día que pasa. Y todo este esfuerzo infinito, ¿para qué? 

Sólo para sepultarse cada vez más en el mutismo, 
para no poder ser sacado de él ya nunca y por nadie.

 y dedicar el poco tiempo que me resta en forma exclusiva a mis investigaciones.


Por entonces era tan fuerte que hice algo inaudito, 

algo en contradicción  con  todos nuestros principios

 y que todo testigo presencial recuerda como siniestro. 

la ciencia se ocupa de estas cosas en forma velada y fragmentaria, 

ya que conoce los métodos para la obtención de alimentos: el cultivo del suelo propiamente dicho

 y las labores accesorias o de refinamiento en forma de aforismo, danza y canto. 

Encuentro en ello una clasificación que, si bien no perfecta, bastante clara. 

Si era así, todas mis conclusiones carecían de valor. 


Otro experimento,  aunque  un tanto colateral, tuvo más éxito y causó cierto revuelo.

 Pero en casos aislados se produjo algo diferente, realmente maravilloso; 

 la mayor realización de mi vida.

la posición de la ciencia era ahora amistosa; 
ella misma se encargaría de la interpretación de mis resultados
 y esta promesa ya era casi tanto como el éxito;

en verdad pasaré por las rendijas para cuya localización tengo un olfato especial. 


Tres prohibiciones en lugar de una y yo las había violado todas. 

¿qué sentido tenían mis investigaciones, pueriles intentos de pueriles épocas felices?; 

donde no se encuentra a nadie de quien obtener la verdad,

 tampoco de mí, 

ciudadano innato de la mentira. 

El calló y creí reconocer lo que no había averiguado ningún perro antes

 –al menos no se encuentra en la tradición el menor indicio de ello–

Algunas insinuaciones que no lograba reprimir se diluían en las conversaciones sin dejar rastro. 

Físicamente me recuperé en pocas horas; pero aún hoy sufro las consecuencias.

Extendí mis investigaciones a la música de los perros. 

Tampoco estaba inactiva la ciencia en este sector; la ciencia de la música es probablemente, si no estoy mal informado, más amplia aún que aquélla de la alimentación, y mejor fundada. Ello se explica porque en este campo se puede trabajar con más desapasionamiento que en aquél y porque aquí sólo se trata de 

simples observaciones y de su sistematización;"

Kafka















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