Emociones mal comprendidas
domingo, octubre 06, 2013
"Sin embargo, para los estoicos las emociones no tienen significado ni función alguna.
Según ellos, la naturaleza ha proveído de modo perfecto a la conservación y al bien de los seres vivos, dando a los animales el instinto y al hombre la razón.
Las emociones son consideradas como perturbaciones del ánimo,
como opuestas a la razón.
Las emociones no son provocadas por ninguna fuerza natural,
son opiniones o juicios dictados a la ligera y, por tanto, fenómenos de estulticia y de ignorancia.
Los estoicos distinguen cuatro emociones fundamentales:
el anhelo de los bienes futuros y la alegría por los bienes presentes (originadas por bienes presuntos);
y el temor a los males futuros y la aflicción por los males presentes (originadas por males presuntos).
A tres de estas emociones, el anhelo, la alegría y el temor, les correspondían tres estados normales propios del sabio, es decir, la voluntad, la alegría y la precaución, respectivamente, todos ellos estados de calma y de equilibrio racional.
Los estoicos reducían las demás emociones a las cuatro fundamentales,
consideradas todas como enfermedades crónicas,
capaces a su vez de generar otras emociones de aversión y de deseo.
Para estos filósofos, el hombre sabio no puede más que tomar conocimiento y
vivir conforme a la razón, es el ser racionalmente perfecto,
el mundo como orden racional no puede amenazar al sabio. Por consiguiente,
la aflicción o el temor, tanto como el anhelo o la alegría constituyen un bien
fuera de la razón o un mal que pueda amenazar a la razón.
Por lo tanto, para el estoicismo, las emociones son juicios errados, opiniones vacías y privadas de sentido."
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El pensamiento cristiano vuelve a dotar de importancia a las emociones.
San Agustín subraya el carácter activo y responsable de las emociones,
cobrando importancia la noción de voluntad.
Dice al respecto en su obra “La ciudad de Dios”:
“La voluntad se halla en todos los movimientos del alma (...)
¿qué son la codicia y la alegría sino consciente voluntad por las cosas deseadas?
¿Y qué otra cosa sino la voluntad que rechaza las cosas no queridas, el miedo y la tristeza? (...)
la voluntad humana ora atraída ora rechazante, se cambia y se transforma en esta o en aquella emoción”
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Por su parte, Santo Tomás restablece el concepto de la emoción como afección,
es decir, modificación súbita, y la refiere a ese aspecto del alma por el cual ésta
es potencialidad y puede recibir o padecer una acción.
Para este autor, y en especial en su obra “Suma Teológica”
(en la que en su parte segunda y en las cuestiones 22 a 48 se analizan las pasiones
del alma, utilizando un encabezamiento idéntico al que posteriormente utilizaría Descartes)
las emociones pertenecen más a la parte apetitiva del alma que a la aprehensiva y
específicamente al apetito sensible más que al apetito espiritual, ya que a menudo
están unidas a mutaciones corporales.
Para Santo Tomás hay emociones que se refieren a la parte irascible
y otras que se refieren a la parte concupiscible.
Las emociones que se refieren al bien y al mal
tomados por si pertenecen a la facultad concupiscible, por ejemplo,
la alegría, la tristeza, el amor, el odio, etc.
En cambio, las emociones que pertenecen al bien o al mal en cuanto éstos son
difíciles de conseguir o evitar respectivamente, pertenecen a la facultad irascible,
por ejemplo, la audacia, el temor, la esperanza, la desesperación, etc.
Las emociones que pertenecen a la parte concupiscible
se refieren al movimiento por el cual se obtiene un bien o se aleja un mal,
las que pertenecen a la parte irascible condicionan la realización de emociones concupiscentes.
Así, en un mundo donde el bien es difícil de obtener y el mal difícil de evitar,
la anticipación de bien o del mal y el esfuerzo para conseguirlo o evitarlo
respectivamente median para las otras emociones."
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