Friedrich Nietzsche La mujer
sábado, octubre 12, 2013
"Para mí, Elisabeth es primeramente una mujer, el soleado y caluroso puerto hacia el cual gravita toda mí vida."
" (...) y ya que el filósofo no puede condescender a la bestia que lleva en sí, no puede ser útil a una mujer apasionada como Lou, excepto como un objetivo del que pueda sentirse orgullosa."
"Mi veneración a la Dama Filosofía, la virgen Sofía, era un abandono herético frente
al altar de Afrodita donde Lou Salomé yacía en su lecho de damasco,
(...) que pedía una entrega completa al divino éxtasis de la carne.
Yo no ascendía a su lecho como un devoto de Afrodita, sino como un fugitivo de Palas Atenea:
nunca pude reconciliarme con mi propia bestia rubia (...) y
Lou me castigó por mi incorregible virtud,
mi preferencia por el puritanismo de mi hermana que abandoné en el pensamiento pero no en el hecho."
"No sólo los dioses, también las diosas nos protegen de nosotros mismos.
Mi Venus rusa, demostrando la capacidad destructora y la futilidad de la locura dionisíaca,
me hizo volver a mi convicción spinozista de que la divinidad del hombre se expresa por el amor a la verdad, que la orgía griega es un esfuerzo salvaje y coribántico
para borrar el miedo y la ignorancia de la vida en una histeria erótica, y prácticas sexuales desvergonzadas.
Lou Salomé llegó a ser una droga para mí,
como el cloral y el narcótico javanés que cesé de tomar durante nuestras frenéticas orgías,
una droga que me sumergió a través de todos los terribles abismos de agonía y gloria descritos por De Quincey, el consumidor inglés de opio."
"Lou aprobaba a Venus con su corazón pero la negaba con su cabeza."
"Lou Salomé tenía, como George Sand, dos ídolos: su arte y su cuerpo, y su arte se expresaba habitualmente mediante su cuerpo de Venus.
La ficción de George Sand era simplemente la confesión de su yo erótico; estudiaba cada gesto íntimo, medía cada suspiro de sus temerosos amantes y los detallaba cuidadosamente en sus libros."
"Pero esta Napoleón de dormitorio, esta estratega de infinitas campañas en las batallas desnudas de los sexos, era puramente corporal al compararla con Lou,
cuyo vestuario de estudiada simplicidad sólo acentuaba los voluptuosos contornos de su cuerpo,
y cuyo penetrante perfume, tan provocador como el desnudo encanto de Elena, inducía a la pasión, al místico ritual de Afrodita.
También como George Sand, ella era una ley en sí misma,
y sólo una mujer puede desafiar las leyes del hombre y de la naturaleza sin sufrir la venganza de los dioses.
A las mujeres (...) nunca se les permitió la condición de mortales (...)
están colocados sobre los peldaños de la escalera de Jacob que une el cielo con el infierno.
No desean existir porque son la existencia misma (...)
Ya que la mujer es una fuerza elemental ..."
"Pero Lou Salomé, educada en la escuela del nihilismo ruso, eligió la emancipación femenina y se despojó de la camisa de fuerza de la moral filistea.
Esto es lo que me atrajo a ella; como en Aspasia, era decidido su rechazo de los valores burgueses de los que yo sólo me atreví a abjurar en mis libros.
Si perdí la fe en ella es porque perdí la fe en mí mismo, en el destino de mi vida. (...)
Aunque me ha matado, todavía creo en ella."
"Fue Lou Salomé
la que se evadió con su tesis tolstoiana de la hegemonía del amor sobre el odio,
tesis que el mismo Empédocles había ya desarrollado y en la que perdí mi fe cuando, niño aún, se me expuso al helado puritanismo de Naumburg con su escalofriante atmósfera de gazmoñería y decoro.
En sus brazos pude muy bien creer con Empédocles que el amor cósmico estaba arraigado en mis propios miembros y se atestiguaba por sí mismo.
Y si obré como el Werther de Goethe cuando me fue arrebatada por las viles tácticas de Lama, fue porque estaba histérico de miedo de perder mi asidero al amor que había llegado a ser la vida misma para mí, ¡vida desnuda y triunfante!
Los creadores de leyendas vieron a Empédocles lanzándose a las vomitantes llamas del Etna, pero, ese destino no se reservó para el gran presocrático, sino sólo para mí. Cuando se me separó del amor de mi vida, el amor que me hizo humano, di mi desesperado salto a las llamas de la locura, y confié como Zaratustra en arrebatar la fe en mí mismo evadiéndome de la mente para entrar en una región superior de la cordura, la cordura del delirio lunático, ¡la locura normal de los condenados!"
" (...) en dos rostros de mujer, uno iluminado y otro oscuro."
" (...) el «rostro iluminado» me recuerda que la «lujuria» lleva una máscara angelical, detrás de la cual el demonio del deseo primario le sonríe a las ilusiones de la juventud que se inclinan hacia la gran aventura del romance."
" (...) esta belleza rubia de Bonn parecía tan distante y casta (...)"
"Esta condesa prusiana, Venus diabólica que ideaba medios para hallar placer en las más fantásticas extravagancias, me hacía partícipe de sus ímpetus y de su pasión experimental que me hubieran llevado a la locura en plena juventud, si mi arrogancia intelectual y mi deseo de cultura no hubieran actuado como un contrapeso a su incesante necesidad de fornicar. Creía ser otra Catalina de Medicis o Lucrecia Borgia, y se esforzaba en inventar nuevos deleites criminales, nuevas y sorprendentes variaciones para hacer el amor, y, al mismo tiempo, me atormentaba por haberla desviado de su casto lecho nupcial."
" (...) y para recuperar mi dignidad humana la azotaba con el látigo que guardaba en el tocador junto con sus botas de montar. Ignorante de las extrañas perversidades de esta Venus de Baudelaire, alimentaba simplemente su deseo de autotormento y crueldad, y mientras el látigo cruzaba su torso desnudo, arqueado como el de un gato asustado, llegaba al éxtasis del deleite y recibía el delicioso terror de mi furia despertada en el ocaso de sus bestiales deseos."
" (...) donde Lou Salomé, la judía rusa, cuya sabiduría y erótica pasión se equiparaban a las de George Sand,
ofreció su cuerpo en sacrificio a mí deseo de plenitud de cordura.
Contrariamente a la condesa, cuyo amor era una especie de cruel venganza, una sensualidad que desenraizaba mí ser,
Lou Salomé borró la vergüenza de mí inmortalidad y devolvió así mí orgullo por mí calidad de ser humano,
que hasta entonces había sido minado por el temor de la carne instaurado por San Pablo."
"Aquella creencia goethiana de mí juventud de que el «eterno femenino» es capaz de elevar al hombre al cielo de la plenitud y la salud, no era más que un perverso intento de franquearle a Dios la puerta del fondo de mí ser, después de haberlo arrojado por la ventana: el ateísmo es una bebida muy amarga y exige un estómago fuerte para tolerarla.
Pero mí experiencia con la condesa, la euro-asiática, mí hermana, y muchas otras hembras de su tipo, me lleva a la conclusión de que las mujeres no son seres más elevados que los hombres, sino que nuestra necesidad de dioses y semidioses nos ha llevado a deificar el «eterno femenino», como glorificamos al Superhombre de Prometeo o nos prosternamos ante el genio, como yo mismo me he inclinado reverente ante mí propia grandeza."
"¡Me pertenezco a mí misma!, exclamaba Lou Salomé. ¡No me inclinaré ante las órdenes de ninguna mujer, hombre, dios, diablo o Estado."
"¡Busca una mujer de la calle; no puedes poseerme excepto sobre la base de la comprensión y el amor mutuos!"
"Mientras estaba en Tautenburg en los brazos de mí Venus eslava, llegué a ser un perfecto luterano, es decir, un perfecto inmoralista, no sólo en el pensamiento sino en la acción."
" (...) pero mí Venus eslava me hizo conocer su bebida nacional ¡y así ahogamos al Diablo en litros de vodka!
Si no ahogamos realmente a Belcebú, lo pusimos en fuga al continuar ese comportamiento diabólico que lograba hacer sonrojar a él y a los púdicos habitantes de Tautenburg."
"Lou, como una Walkiria wagneriana cabalga incansablemente sobre el corcel del goce erótico,
y yo compadezco al flemático judío de París que debe bailar a los ritmos de «staccato» de esta hembra Centauro que golpea su vientre distendido sobre los cuerpos de sus maduros amantes."
"Cuando vi a Cósima por última vez, me miró con tanto amor y dulzura como las últimas notas del preludio de Parsifal, pero tuve que sacrificarla en el altar de mí orgullo humano y superhumano. Apasionado amante del saber, fui de pronto desarmado por el gran «enigma», la «mujer», y me convertí en su esclavo de amor.
Le hacía reverencias y me inclinaba ante ella, hacía recados, ejecutaba pequeños menesteres, y cumplía así sus deseos de empequeñecer al hombre en mí. Como era una verdadera wagneriana, su pasión amorosa se volcaba sobre sí misma y tomaba la forma de un deseo letal de humillarme, de destruirme y aniquilarme como hombre, y poder conducirme así sobre su desnuda espalda hacia el paraíso walkiriano de la dominación femenina. En la furia amorosa de su cara vi reflejado el nihilismo de nuestro tiempo que ama para destruir y destruye para amar."
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