Friedrich Nietzsche Su Hermana Elisabeth
viernes, octubre 11, 2013
"Sucedió por primera vez entre Elisabeth y yo, la noche en que nuestro hermano menor, Joseph, murió, aunque no teníamos idea de que estuviera moribundo, cuando se deslizó en mi lecho, quejándose de que hacía frío, porque sabía que yo estaba siempre templado. En realidad, eso no era verdad. Aun en esos lejanos días, sufría de escalofríos que me atacaban en los momentos más diversos e inesperados. Y esa noche me sentía especialmente destemplado... Toda la tarde, el pequeño Joseph había alborotado la casa con sus gritos y suspiros de agonía... De improviso, sentí las cálidas manecillas de Elisabeth en las mías, su susurrante vocecita en mi oído, y comencé a sentirme acalorado por doquier."
"Amaba y vituperaba al mismo tiempo ese cálido bienestar que Elisabeth me traía en esas inesperadas horas de la noche. Generalmente me encontraba en medio de un profundo sueño, cuando entraba en mi cama, y pese a las agudas sensaciones que experimentaba por los menesteres de sus deditos regordetes, ello suponía el quedar despierto durante horas y horas. Además, aunque mi naturaleza consciente ignoraba completamente lo que estaba sucediendo, he debido sentir que mi hermana traía a mi vida, como hechos consumados, sensaciones cuyo verdadero valor para un niño estriba en ir descubriéndolas en las experiencias del crecimiento. Me estaba regalando triunfos que yo debía alcanzar por derecho, sólo mediante mis propios esfuerzos en un mundo mucho más restringido."
"Cuando mi presencia física no estaba tan alejada de Elisabeth como para que pudiera olvidarme, en la mayoría de las cosas éramos ella y yo contra el mundo."
"Mi cielo se ha manchado en mis relaciones con cuatro mujeres, y mientras agonizo (...)
"Mi principal tarea desde ahora hasta el día de mi muerte será evitar que estas notas caigan en manos de mi hermana,
que ejemplifica debidamente el dicho de Mateo: Por sus frutos los conoceremos.
Por temer la tentación, ha sido tentada más allá de lo que es común en el género humano, y me ha arrastrado irresistiblemente hacia sus incestuosas entrañas.
Pero invito al lector a recordar la parábola de las cizañas: si se recogen las malas hierbas de nuestro ser, se corre el riesgo de extirpar también el trigo.
A pesar de sus inclinaciones incestuosas, Elisabeth ha sido para mí un padre y una madre.
Sin su estricta disciplina, mi genio se habría anulado en mi temprana juventud cuando me di cuenta por vez primera que Dios estaba muerto y que estamos atrapados en el «vacío» de un torbellino, un caos de vida sin sentido"
"He sido como un zorro astuto en mi impostura, pero Lou Salomé y las otras sirenas me desenmascararon:
se adhirieron a sus peligrosas rocas y mi cabeza se ha estrellado contra ellas. La dorada radiación que desciende de sus cabellos pesa fuertemente sobre mí como la tapa de un ataúd. No puedo ya amar y, por lo tanto, no puedo vivir como un bosque petrificado cuyas ramas grises se desmoronan en polvo.
Todo lo que temo son los ojos malvados de Lama,
pues ella debe sospechar que, si llega la oportunidad y la fuerza para evadirla, trataré en alguna forma de desviar mi lenta agonía en una victoria sobre la muerte."
" (...) cuando Lou Salomé me asaltó con el total impacto de su naturaleza erótica, me rendí a ella con una sensación de infinito desahogo y deleite."
Igual que el guardián cuida las torres purpúreas de una ciudad, así hizo guardia sobre las purpúreas torres de nuestra pasión incestuosa.
El amor de una mujer es en verdad un bálsamo para el alma herida, pero
el incesto es un jardín cerrado, una fuente sellada,
donde las aguas de la vida se secan y las flores recién abiertas se marchitan con sólo tocarlas. Así me retraigo interiormente en mi desesperación, y sólo recuerdo los besos culpables de aquella que cerró toda salida a la vida de amor,
condenándome a un odio hacia Dios, hacia el hombre y hacia mí mismo
que consume totalmente, y se agrupa a mi alrededor como un sueño sin forma, atrapándome en el terror de mí mismo; el miedo de un hombre que ha sido ensombrecido por el amor que él ha matado..."
"He tratado de imaginar lo que mi hermana es capaz de decir al mundo sobre mí. ¿Diría que en los tempranos años de la niñez tomó la costumbre de
deslizarse dentro de mi cama los sábados por la mañana para jugar con mis órganos genitales,
y después de un tiempo se habituó a ocuparse de ellos como si fueran sus juguetes predilectos?
¿Diría al mundo que durante muchos años obsesionó la órbita de mis sentidos con sus maravillosos dedos, llevándome a un despertar prematuro y desesperado, de tal modo que por un espasmo total de mi vida estuve incapacitado de pensar en la belleza o el placer excepto en relación a sus ojos y a sus infames y prodigiosos dedos? ¿Y que pulió en tal forma mi vida que en lugar de la extraña diosa que visita la imaginación de todo adolescente normal, sólo podía enfrentarme con jaquecas y una hermana? Éstas no son las cosas que Elisabeth diría de mí al mundo, si existe algún loco que la haya animado a escribir sobre mí. Entonces, ¿qué diría Elisabeth en los artículos que amenazan comprarle? A fe mía, no puedo adivinarlo. ¿Diría con qué ansia se unía a cada esperanza mía y cómo se alejaba cuando la pesadumbre me atacaba? ¿Diría en qué forma cada vez que aparecía alguna persona que podía haber sido un verdadero amigo, hombre o mujer, encontraba alguna razón para que cortara esa relación, generalmente con la excusa de una razón moral?
¿Diría cómo instigaba a mi madre para que la secundara en difamar la reputación de Lou Salomé
hasta que yo mismo me uniera a la injuria que las dos acumulaban sobre ella?"
"La impotencia del amor cristiano hizo que mí hermana se lanzara a un desesperado esfuerzo para satisfacerse
en un área de expresión erótica oscura y prohibida.
Adiestrada por mí madre a reprimir sus naturales emociones sexuales, descubrió muy tarde que su esfuerzo para contener sus deseos eróticos sólo desataban un torrente de pasiones tenebrosas y anormales, que fluía a través de su ser, hasta que se convirtió en una fuerza destructiva de la naturaleza, que arrasaba todas las barreras de la moral y de la civilización."
"Fue entonces que yo, Nerón, el primero de los agustinos, vi a la vestal Elisabeth, quien me incitó a penetrar en su gruta entoldada
y luego me rechazó, uniéndose a las sirenas de la terraza, cuyos cuerpos estaban cubiertos por una red que descubría,
sin embargo, los deleites más íntimos. Estreché a la vestal, y en el éxtasis de su arrobamiento hizo verter sangre de mis labios, sangre de un César.
Estimulado en mí locura caí sobre mí madre Agripina
y la estrangulé con una fibra del cíngulo de Venus. Su sombra desapareció en las regiones de impenetrable oscuridad, y por fin me dejó en paz."
"Mí hermana proclamó la caída de Zaratustra en Tautenburg, que anunció al mundo como mí Waterloo moral. Es cierto que mediante su pernicioso y antinatural dominio sobre mis emociones me retrogradó hasta «el pequeño pastor» que zahirió a la señorita Salomé por su liviano comportamiento, y su erótica bohemia.
Pero si mí hermana hace de esto un hecho capital y trata de tornar a Nietzsche, el sátiro, en un santo de yeso que fue tentado como San Antonio a pecar, (...)"
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