Nietzsche: «Separar al artista de su obra.»

sábado, mayo 16, 2015


«Permítaseme expresar mi opinión en un caso como éste, que encierra muchas cosas penosas –y se trata de un caso típico–: sin duda

lo mejor que puede hacerse es separar hasta tal punto al artista de su obra

que no se le tome a aquél con igual seriedad que a ésta. En última instancia

él es tan sólo la condición preliminar de su obra, el seno materno, el terreno, a veces el abono y el estiércol sobre el cual y del cual crece aquélla,

–y por esto es, en la mayor parte de los casos, algo que se debe olvidar si se quiere gozar de la obra misma.

El indagar la procedencia de una obra interesa a los fisiólogos y vivisectores del espíritu: ¡nunca y en ningún caso a los estetas, a los artistas!

Al que creó y plasmó el Parsifal no se le excusó el trabajo de un profundo, radical e incluso terrible revivir y descender a los contrastes anímicos medievales, un hostil apartamiento de toda elevación, rigor y disciplina del espíritu, una especie de perversidad intelectual (si se me permite la expresión), de igual manera que tampoco a una mujer encinta se le ahorran los ascos y antojos del embarazo: cosas éstas que, como se ha dicho, hay que olvidar para gozar del hijo.

Debemos guardarnos de la confusión en que por contiguity [contigüidad] psicológica, para decirlo igual que los ingleses, muy fácilmente cae un artista:

la de creer que él mismo es aquello que él puede representar, concebir, expresar.

En realidad ocurre que, si él lo fuera, no lo podría en absoluto representar, concebir, expresar;

Homero no habría creado a Aquiles ni Goethe habría creado a Fausto, si el primero hubiera sido Aquiles, y el segundo, Fausto.

Un artista perfecto y total está apartado, por toda la eternidad,
de lo «real», de lo efectivo;

se comprende, por otra parte, que a veces pueda sentirse cansado hasta la desesperación de esa eterna «irrealidad» y falsedad de su más íntimo existir, –y que entonces haga el intento de irrumpir de golpe en lo que justo a él más prohibido le está, en lo real, que haga el intento de ser real.

¿Con qué resultado? Se lo habrá adivinado... Es ésta la veleidad típica del artista: la misma veleidad a la que también sucumbió el viejo Wagner y que tuvo que expiar a un precio tan alto y de un modo tan funesto (a causa de ella perdió la parte más valiosa de sus amigos).
Pero en última instancia, aun prescindiendo totalmente de esa veleidad, ¿quién podría en absoluto no desear, por amor al mismo Wagner, que se hubiera despedido de nosotros y de su arte de otro modo, no con un Parsifal, sino de una manera más victoriosa, más segura de sí, más wagneriana –de una manera menos desconcertante, menos ambigua en lo referente a todo su querer, menos schopenhaueriana, menos nihilista?...»

Nietzsche, La genealogía de la moral.

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