El modelo del hombre dionisíaco

lunes, mayo 18, 2015


«Lo sublime y lo ridículo están un paso más allá del mundo de la bella apariencia, pues en ambos conceptos se siente una contradicción. Por otra parte, no coinciden en modo alguno con la verdad: son un velamiento de la verdad velamiento que es, desde luego, más transparente que la belleza pero que no deja de ser un velamiento. Tenemos, pues, en ellos un mundo intermedio entre la belleza y la verdad: en ese mundo es posible una unificación de Dioniso y Apolo.

Ese mundo se revela en un juego con la embriaguez,
no en un quedar engullido completamente por la misma.

En el actor teatral reconocemos nosotros al hombre dionisíaco, poeta, cantor, bailarín instintivo, pero como hombre dionisíaco representado (gespielt). El actor teatral intenta alcanzar el modelo del hombre dionisíaco en el estremecimiento de la sublimidad,

o también en el estremecimiento de la carcajada:

va más allá de la belleza, y sin embargo,

no busca la verdad.

Permanece oscilando entre ambas.

No aspira a la bella apariencia, pero sí a la apariencia,

no aspira a la verdad, pero sí a la verosimilitud.

(El símbolo, signo de la verdad.) El actor teatral no fue al principio, como es obvio, un individuo: lo que debía ser representado era, en efecto, la masa dionisíaca, el pueblo: de aquí el coro ditirámbico. Mediante el juego con la embriaguez, tanto el actor teatral mismo como el coro de espectadores que le rodeaba debían quedar descargados, por así decirlo, de la embriaguez. Desde el punto de vista del mundo apolíneo hubo que salvar y expiar a Grecia: Apolo, el auténtico dios salvador y expiador, salvó al griego tanto del éxtasis clarividente como de la náusea producida por la existencia – mediante la obra de arte del pensamiento trágico-cómico.»

«En la obra de arte trágico-cómica fueron salvados, al quedar sumergidos también ellos en el mar de lo sublime y de lo ridículo: cesaron de ser sólo «bellos», absorbieron dentro de sí, por decirlo de este modo, aquel orden divino anterior y su sublimidad. Ahora se separaron en dos grupos, sólo unos pocos se balanceaban en medio, como divinidades unas veces sublimes y otras veces ridículas.

Fue sobre todo Dioniso mismo el que recibió ese ser escindido.»

«¡Piedad, máscara extrañísima del instinto vital!

¡Entrega a un mundo onírico perfecto, al que se le confiere la suprema sabiduría moral!

¡Huida de la verdad, para poder adorarla desde la lejanía, envuelto en nubes!

¡Reconciliación con la realidad, porque es enigmática!

Aversión al desciframiento de los enigmas, porque nosotros no somos dioses!

¡Placentero arrojarse al polvo,

sosiego feliz de la infelicidad!

¡Suprema autoalienación del ser humano en su suprema expresión! ¡Glorificación y transfiguración de los medios de horror y de los espantos de la existencia, considerados como remedios de la existencia!

¡Vida llena de alegría en el desprecio de la vida!

¡Triunfo de la vida en su negación!»

«La ilusión, el delirio se encuentran en su cúspide.»

«Al espectador se le hace, pues, la exigencia dionisíaca consistente en que a él todo se le presenta mágicamente transformado, en que él ve siempre algo más que el símbolo, en que todo el mundo visible de la escena y de la orquesta es el reino de los milagros. ¿Pero dónde está el poder que traslada al espectador a ese estado de ánimo creyente en milagros, mediante el cual ve transformadas mágicamente todas las cosas? ¿Quién vence al poder de la apariencia, y la depotencia, reduciéndola a símbolo? Es la música.»

«según esto, el límite de la poesía queda determinado por la expresabilidad del sentimiento. Las otras dos especies de comunicación son completamente instintivas, actúan sin consciencia, y sin embargo lo hacen de una manera adecuada a la finalidad. Son el lenguaje de los gestos y el de los sonidos.

El lenguaje de los gestos consta de símbolos inteligibles por todos y es producido por movimientos reflejos. Esos símbolos son visibles: el ojo que los ve transmite inmediatamente el estado que provocó el gesto y al que éste simboliza:

casi siempre el vidente siente una inervación simpática de las mismas partes visuales o de los mismos miembros cuyo movimiento él percibe.

Símbolo significa aquí una copia completamente imperfecta, fragmentaria,
un signo alusivo, sobre cuya comprensión hay que llegar a un acuerdo: sólo que, en este caso, la comprensión general es una comprensión instintiva, es decir, no ha pasado a través de la conscincia clara.»

Wilhelm Nietzsche Friedrich, La Visión Dionisíaca del Mundo. (verano de 1870)

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