Las etapas para alcanzar la sabiduría. ¿Quién es competente para estudiar el Vedanta con el fin de realizar la verdad?

lunes, mayo 25, 2015


«En el campo especial de la filosofía brahmánica ortodoxa encontramos un buen ejemplo de la actitud del discípulo hindú con respecto a su materia si consultamos las primeras páginas de un pequeño tratado para principiantes que data de mediados del siglo XV de nuestra era, conocido con el título de Vedantasara: “La esencia (sara) de la doctrina del Vedanta“. Desde luego, podemos leer la traducción de este texto de la misma manera que uno lee un ensayo de Locke, Hume o Kant; pero hay que tener en cuenta que sus estrofas no fueron escritas para ser asimiladas de ese modo. En rigor, desde el principio la pregunta preliminar nos pone en guardia: “¿Quién es competente y, por ende, está capacitado para estudiar el Vedanta con el fin de realizar la verdad?” Esta cuestión puede contestarse fácilmente por lo que a nosotros respecta: “No nosotros los occidentales. No los intelectuales”. Esto se aclarará en seguida.

Cuando el “estudiante competente” (adhikarin) se pone a estudiar el Vedanta debe experimentar una actitud no de crítica o de curiosidad sino de completa fe (sraddha) en que con las fórmulas del Vedanta que le van a comunicar podrá descubrir la verdad. Además tiene que desear fervientemente liberarse de las cargas de la vida mundana y querer realmente escapar de la esclavitud de esta existencia de individuo atrapado en el torbellino de la ignorancia. Esto recibe el nombre de mumuksutva o moksa-iccha: “el deseo de liberación“. Así como el hombre que lleva sobre su cabeza una carga de leña incendiada correrá a un charco a apagar las llamas, así también el adhikarin, quemado por los agudos dolores del fuego de la vida mundanal, su nacimiento, su muerte, su complacida ineficacia, vuela hacia el gurú versado en los Veda, que, habiendo ya alcanzado el ideal del Vedanta., ahora vive sereno, consciente sin cesar de la esencia del ser imperecedero. El adhikarin debe llegar a este gurú trayendo presentes en la mano, listo para servir y preparado para obedecer en toda forma. “El estudiante competente es un aspirante que, habiendo estudiado los Cuatro Veda y sus miembros (Vedanga), de acuerdo con el método prescrito, ya tiene una comprensión general del saber védico.

También tiene que haberse purificado de todos los pecados provenientes de esta vida o de otras anteriores, absteniéndose de todos los ritos tendientes a cumplir deseos mundanos y a causar daño a los demás, y realizando fielmente todos los días las devociones ortodoxas y los ritos obligatorios especiales para ocasiones como, por ejemplo, el nacimiento de un niño. Además tiene que haber practicado las austeridades especiales conducentes a la expiación del pecado y todas las meditaciones ortodoxas usuales que tienen por objeto la concentración de la mente. Mientras los “ritos” penitenciales —especiales y cotidianos— que hemos señalado tienen por finalidad depurar la mente, las “meditaciones” se proponen llevarla a un estado de concentración en un solo punto (el estado de la “punta única”) .

Según la creencia tradicional, la realización de estos ritos y devociones prescritos llevará al devoto después de la muerte al “cielo de los antepasados” (pitr-loka) o a la “esfera de la verdad” (satya-loka) superior. Pero el adepto del Vedanta no da importancía a estos resultados placenteros, ni los considera deseables; son meros productos marginales de la disciplina, puestos en los que el viajero debe detenerse, que ya no le interesan. Están todavía dentro de los mundos del nacimiento y no representan sino una continuación de la ronda de la existencia (samsara), aunque sea en realidad un episodio muy feliz, que, se dice, dura por incontables milenios. Más que las bienaventuranzas del cielo, el vedantino desea ver a través y más allá del carácter ilusorio de la existencia en cualquiera de sus formas, tanto del burdo plano terrestre como de las esferas más altas. Ha sacrificado por completo toda idea de gozar de los frutos de sus buenas obras; toda recompensa que reciba como resultado de su perfecta devoción la entrega a la divinidad personal a quien sirve.

Sabe que no es él quien actúa sino la Persona Espiritual que mora, omnipresente, dentro de él mismo y de todas las cosas, y a quien él, como devoto, está totalmente dedicado: el Dios que es el Yo (atman) dentro de su corazón. El medio necesario que el estudiante debe emplear para trascender la ilusión es, ante todo, “la discriminación entre las cosas permanentes y las transitorias” (nitya-anitya-vastu-viveka). “Solo el Brahman —dice la doctrina— es la sustancia permanente; todo lo demás es transitorio“. Todos los objetos de este mundo, agradables a los sentidos: guirnaldas de flores, perfumes, mujeres hermosas, placeres de toda clase, son meramente transitorios; llegan como resultado de nuestros actos (karman). Pero los placeres del otro mundo, que también son resultado de nuestros actos, tampoco son eternos.

El segundo requisito de quien estudia el Vedanta es un resuelto desdén por todo lo ilusorio. Tiene que renunciar, sincera y eficazmente, a todo fruto posible de sus actos virtuosos. Éste es el verdadero renunciamiento (ihamutrarthaphalabhogaviragah, “indiferencia (viragah) al goce (bhoga) de los frutos (phala) de la acción (artha) tanto aquí (iha) como en el más allá (amutra)”.

El tercero de los medios necesarios es la concentración, tratada en el capítulo de “Los seis tesoros” el primero de los cuales es sama, “quietud mental, pacificación de las pasiones“. El sama es la actitud o forma de conducta que mantiene a la mente libre de las perturbaciones que provocan los objetos sensibles; la única actividad sensorial que le está permitida al estudiante de filosofía es la de escuchar atentamente a su gurú.

El segundo tesoro, dama, representa una segunda etapa en el autodominio: “el sometimiento de los sentidos“. Según la psicología clásica hindú, el hombre tiene cinco facultades de percepción (oído, tacto, vista, gusto, olfato), cinco facultades de acción (habla, prensión, locomoción, evacuación, generación) y un “órgano interno” de control (antahkárana) que se manifiesta como yo (ahankara), memoria (cíttam), entendimiento (buddhi), y pensamiento (manas). La palabra dama se refiere al hecho decisivo de alejar del mundo externo todo este sistema.

El tesoro siguiente, úparati, es el “completo” cese de las facultades que tienen por objeto la percepción y la actividad sensibles.

El cuarto, titiksa, “paciencia, aguante”, representa el poder de soportar sin la menor inquietud el calor y el frío extremos, la buena y la mala fortuna, los honores y los insultos, las pérdidas y las ganancias y todos los demás “pares de opuestos” (dvandva).

El discípulo está ahora en condiciones de dirigir su mente más allá de las distracciones mundanas. Ahora puede obtenerse, por lo tanto, el quinto tesoro: samadhana, “la constante concentración de la mente”. El discípulo es capaz de mantener su atención fija en las enseñanzas del gurú, puede sumirse ininterrumpidamente en los textos sagrados o en los símbolos y temas inefables de sus intensas meditaciones. Sam-a-dha significa “juntar, unir, componer, coleccionar, concentrar, fijar, aplicar atentamente (como el ojo o la mente)”. Samadhana es el estado alcanzado y también la actividad misma. Consiste en fijar la mente en algo, en una contemplación absolutamente imperturbada e imperturbable: “meditación profunda, estabilidad, compostura, paz interior, perfecta absorción de todo el pensamiento en el único objeto”.

Después de esto puede lograrse el sexto tesoro, que es la fe perfecta. Discriminación, renunciamiento, los “seis tesoros” y el deseo de liberación (mumukautva), son precisamente los medios por los cuales el filósofo hindu llega a su meta de entendimiento. El neófito debe ser competente para poder dominarlos. Su corazón y su mente ya tienen que haber sido depurados por los ritos y austeridades preliminares de las prácticas religiosas ortodoxas de su comunidad. Tiene que estar suficientemente instruido en las escrituras sagradas. Entonces será capaz de conquistar estos “medios necesarios” para trascender la ilusión. “Tal aspirante —dice la doctrina—, es un estudiante calificado“.»

 HEINRICH ZIMMER, FILOSOFÍAS DE LA INDIA

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