Dos sexos, dos formas de amor

lunes, mayo 18, 2015


«363. Cómo cada sexo tiene sus prejuicios acerca del amor.

Esto implica que el hombre y la mujer entienden cada uno a su vez cosas diferentes por el término "amor"

–y una de las condiciones del amor entre los dos sexos

es que uno no presuponga en el otro el mismo sentimiento,

la misma idea de "amor"–.

Está bastante claro lo que la mujer entiende por amor: perfecta entrega (no sólo abandono) del cuerpo y del alma sin limitaciones ni reservas; la idea de una entrega condicionada y casual es para la mujer motivo de vergüenza y de terror. Dada esta carencia de condiciones, su amor es una creencia, la única que tiene la mujer.

Cuando el hombre ama a una mujer, exige de ella precisamente ese amor, por lo que él está totalmente alejado de este principio previo del amor femenino.

Suponiendo que existieran también hombres a quienes no les resultara extraño el deseo de abandono total, éstos no serían hombres. Un hombre que ama a una mujer se convierte en esclavo;

pero una mujer que ama como mujer se convierte en una mujer más perfecta...

La pasión de la mujer en su renuncia absoluta a los derechos propios presupone precisamente que no existe en el amante un pathos, una voluntad de renuncia idénticos, pues si ambos renunciasen igualmente a sí mismos por amor, resultaría... ¿qué sé yo?, tal vez un espacio vacío. La mujer quiere ser tomada y aceptada como propiedad, quiere fundirse en la idea de "propiedad", de "ser poseída"; por consiguiente, desea que un hombre la agasaje, que no se deje estar ni se abandone, puesto que, por el contrario, debe enriquecer su "yo" mediante un aumento de fuerza, de felicidad y de creencia –esto constituye lo que la mujer le da cuando se entrega a él–. La mujer se abandona, el hombre se enriquece; creo que ningún contrato social ni la mejor voluntad de justicia permitirán nunca superar este antagonismo  natural,  por  deseable  que  pueda  ser  no  estar  constantemente contemplando todo lo que ese antagonismo tiene de duro, de terrible, de enigmático y de inmoral. Pues el amor, entendido en su totalidad, su grandeza, su plenitud, es naturaleza y en cuanto tal algo eternamente "inmoral". La fidelidad, según esto, está incluida en el amor de la mujer, brota de la noción misma de este amor; en el hombre puede fácilmente crecer después de su amor, por gratitud, por una idiosincrasia de su gusto o por una llamada afinidad electiva, pero no pertenece a la esencia de su amor – tan poco forma parte de ella que sería lícito hablar de una contradicción natural entre el amor y la fidelidad en el hombre–. Este amor varonil no es sino una voluntad de tener y no una renuncia ni un abandono, pues la voluntad de tener acaba por lo general cuando se tiene la posesión... Realmente, en el hombre, que raras veces y muy tarde reconoce ante sí mismo este "atener" lo que hace que subsista su amor es la sed más sutil y recelosa de poseer, de manera que es posible incluso que aumente todavía después del abandono de la mujer, ya que no acepta fácilmente que una mujer no tenga nada que "entregarle".»


Wilhelm Nietzsche Friedrich, De La Gaya Ciencia.

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