Lutero, una máquina destructiva

lunes, mayo 18, 2015


«La reforma luterana fue en toda su extensión la revolución indignada de la simplicidad contra lo "matizado", por hablar con prudencia; un malentendido tosco, ingenuo, donde hay mucho que perdonar. No se entendía la expresión de una Iglesia victoriosa y no se veía en ella más que corrupción; se juzgó mal el escepticismo aristocrático, ese lujo de escepticismo y de tolerancia, que se permite todo poder victorioso, seguro de sí mismo...

Hoy vemos con toda claridad cómo Lutero, en todas las cuestiones cardinales del poder, actuó de forma nefasta, superficial, sin discernimiento, aturdido, como hombre de pueblo a quien le faltaba la herencia de una casta dominante, todo instinto de poder, hasta el extremo de que su obra, su voluntad de reconstruir el edificio romano, fue, involuntaria e inconscientemente en su origen, una empresa destructora.

Se puso a desligar y a desgarrar con verdadera ira lo que la vieja araña había tejido con más laboriosidad y paciencia. Entregó a todo el mundo los libros sagrados, que llegaron a manos de los filósofos, es decir, de los destructores de toda creencia basada en libros.

Al rechazar la fe en la inspiración de los concilios destruyó la idea de "Iglesia", la cual conserva su fuerza suponiendo previamente que el espíritu inspirador que la fundó continúa viviendo en ella, construyendo y prosiguiendo la edificación de su morada. Devolvió al sacerdote la relación sexual con la mujer; pero las tres cuartas partes del respeto que el pueblo, sobre todo la mujer del pueblo, es capaz de tener, se basa en la creencia de que un hombre que es excepcional en ese aspecto no lo será menos en otros puntos. Aquí precisamente la creencia popular en algo sobrehumano en el hombre, en el milagro, en Dios redentor en el hombre, había encontrado al defensor más sutil y fascinante. Lutero, después de haber devuelto la mujer al sacerdote, debía retirarle la facultad de escuchar confesiones, lo que psicológicamente era justo; con este hecho quedó, en definitiva, suprimido el sacerdote cristiano, cuya utilidad más profunda había sido siempre ser un oído santo, un pozo de silencio, una tumba para los secretos.

Bajo fórmulas como "cada uno es sacerdote de sí mismo" y su astucia de campesino se escondía el odio profundo de Lutero al “hombre superior" como lo había concebido la Iglesia.

De este modo, destruyó un ideal que no había podido alcanzar, mientras parecía que estaba combatiendo y aborreciendo la degeneración de dicho ideal. En realidad, este monje imposible rechazó lejos de sí el dominio de los hombres religiosos, con lo que hacia el interior del orden eclesiástico no hizo otra cosa que suscitar lo que con tanta intolerancia combatía en el orden civil: una "sublevación de campesinos".

En cuanto a todo lo bueno y lo malo que haya surgido a partir de su Reforma, que puede más o menos valorarse hoy, ¿quién será lo bastante ingenuo para pretender simplemente alabar o censurar a Lutero por semejantes consecuencias?

Él es inocente de todo, no sabía lo que hacía.

El aplanamiento del espíritu europeo, principalmente en el norte, su exceso de bondad, si se prefiere decirlo con un término moral, dio un prodigioso paso hacia delante gracias a la Reforma luterana, eso está fuera de duda. También se desarrollaron, en virtud de ella, la movilidad y la inquietud del espíritu, su sed de independencia, su creencia en el derecho a ser libre, su "naturaleza".  Si,  como último  aspecto,

queremos  concederle  el  mérito  de haber preparado  y  favorecido  lo  que  hoy  honramos  como  "ciencia  moderna",

hay evidentemente que añadir que la Reforma contribuyó a la degeneración del sabio moderno, a su falta de respeto, de pudor y de profundidad, a toda esa confianza y bondad en las cosas del conocimiento, en última instancia, a ese espíritu plebeyo que caracteriza a los dos últimos siglos y del que no nos ha redimido aún en modo alguno el pesimismo reciente. También las "ideas modernas" demuestran aún esa sublevación de campesinos en el norte contra el espíritu más frío, más equívoco, más desconfiado del sur, cuyo monumento más grandioso es la Iglesia cristiana.

No olvidemos, en definitiva, lo que representa una Iglesia, principalmente por oposición a cualquier "Estado"; una Iglesia es ante todo una estructura de dominio que asegura al hombre más espiritual el rango supremo y que cree en el poder de la espiritualidad, a fin de prohibirse todo recurso a medios de violencia más toscos; sólo por eso, la Iglesia es, en todos los sentidos, una institución más noble que el Estado.»

Wilhelm Nietzsche Friedrich, De La Gaya Ciencia.

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