El idealismo de Platón y de Spinoza a sanfre fría

martes, mayo 19, 2015



«¿Por qué no somos idealistas?

Antiguamente, los  filósofos  temían a los  sentidos;

¿no habremos  olvidado demasiado ese temor? Hoy todos los filósofos, tanto los actuales como los futuros, somos sensualistas, y no en cuanto a la teoría, sino en la práctica. Aquellos, por el contrario, estimaban que los sentidos corrían el riesgo de atraerlos fuera de su mundo, del frío reino de las "ideas", y de llevarlos a una isla peligrosa y más meridional donde temían que se les derritieran sus virtudes de filósofos igual que la nieve se derrite al sol. El requisito para filosofar antes era ponerse cera en los oídos,

un verdadero filósofo no tenía entonces oídos para la vida;

como la vida es música, negaba la música de la vida

–considerar que toda música es música de sirenas constituye una superstición muy antigua del filósofo­.

Pero hoy tenderíamos a pensar precisamente lo contrario (lo que podría ser no menos falso); es decir, que

la educación de las ideas es peor que la de los sentidos,

con toda su apariencia fría y anémica y a pesar de esa apariencia.

Estas ideas han vivido siempre de la "sangre" del filósofo,
han vaciado siempre sus sentidos
y, si se nos quiere creer, también su "corazón".

Los filósofos antiguos no tenían corazón,

filosofar  consistía  siempre  una  en  especie  de  vampirismo.  ¿No  notan  en  tales fisonomías, como la del propio Spinoza, algo profundamente enigmático e inquietante?
¿No comprenden el espectáculo que se representa aquí, ese palidecer progresivamente,

la insensibilización interpretada de un modo cada vez más idealista?

¿No adivinan que detrás se encuentra  una  sanguijuela,  oculta desde mucho  tiempo,  que empieza atacando a los sentidos para acabar dejando sólo los huesos y el crujido que hacen éstos, es decir, categorías, fórmulas, palabras? (que se me perdone, pero

todo lo que ha quedado de Spinoza, de su amor intelectual a Dios, no es nada más que crujido de huesos.

¿Qué amor y qué Dios van a existir sin la menor gota de sangre?). En definitiva,

todo idealismo filosófico ha sido hasta ahora una especie de enfermedad,

cuando no era, como en el caso de Platón, la precaución de una salud exuberante y peligrosa, el miedo al poder excesivo de los sentidos, la sabiduría de un socrático prudente.

¿Acaso los modernos estamos lo bastante sanos como para necesitar el idealismo de Platón? Y no tememos a los sentidos, por lo cual...»

Wilhelm Nietzsche Friedrich, De La Gaya Ciencia.

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