Hipólito, El suicidio como único acto libre.

jueves, mayo 14, 2015



«Yo poseía una pistolita de bolsillo, que me procuré de niño, a esa edad absurda en que se deleita uno con historias de duelos y de salteadores y en que uno imagina que puede ser provocado a desafío y se siente dispuesto a afrontarlo con valentía. Examiné la pistola hace un mes, y vi que se hallaba en buen estado. La caja que la guarda contiene dos balas y un cuernecillo de pólvora con cantidad suficiente para tres cargas. Es un arma deleznable, con la que nunca se hace blanco, ni alcanza a más de quince pasos; pero útil, sin duda, para saltarse los sesos si se aplica el cañón a la sien.

He decidido morir en Pavlovsk, al salir el sol. Para no dar un escándalo aquí, iré a matarme al parque. Mi «explicación» aclarará suficientemente mi muerte a la policía. Los psicólogos, y en general todo el que quiera, pueden sacar de este escrito las conclusiones que gusten. Pero no deseo que sea dado a la publicidad. Ruego al príncipe que haga copia de él y la conserve, y que envíe otra a Aglaya Ivanovna. Tal es mi voluntad. Lego mi esqueleto a la Facultad de Medicina en provecho de la ciencia.


No reconozco a hombre alguno el derecho a juzgarme


y sé que ningún castigo podrá infligírseme.


No hace mucho formulé una hipótesis que me divirtió: «Si ahora se me ocurriese matar a alguien, asesinar, por ejemplo, a diez personas, cometer el más horrendo crimen del mundo, ¿qué podría hacer, dada la abolición de la tortura, un tribunal en presencia de un acusado al que sólo quedan dos o tres semanas de vida? Yo moriría cómodamente en el hospital, donde, bien caliente, atendido por un médico celoso, estaría sin duda mejor que en mi casa.» No comprendo cómo no se les ocurre esa idea, al menos en calidad de broma, a las personas que se encuentran en mi situación. Pero acaso la piensen. Hay mucha gente de buen humor, incluso en Rusia.

»Mas, aunque ningún tribunal pueda nada contra mí ni yo le reconozca tal derecho,

sé que se me juzgará cuando sólo sea un acusado sordo y mudo. No quiero, pues, irme sin pronunciar unas palabras de defensa, de una defensa voluntaria, no forzada, no tendente a justificarme ni a pedir perdón a nadie, sino debida a que deseo exponerla y nada más. Y mi última explicación es ésta: si muero, no es porque me falten energías para soportar otras tres semanas. Me siento bastante fuerte para eso y, de querer, siempre encontraría valor en el sentimiento de la injuria que el destino me hace al forzarme a morir tan joven... Hasta una mosca participa también en el banquete de la vida, concurre al concierto de todas las cosas y es feliz. Sólo yo soy un paria... Pero no quiero consolarme de esa manera. En mi acto encuentro un aspecto más seductor: al limitar mi vida a tres semanas, la naturaleza restringe de tal modo mi esfera de acción que acaso

el suicidio sea el único acto que mi voluntad pueda presidir íntegramente, del principio al fin.

Y quizá quiera aprovechar esa última posibilidad de acción.

A veces una protesta dista mucho de ser un acto minúsculo...»


* * *


Había terminado la «explicación». Hipólito se interrumpió. En ciertos casos excepcionales, un hombre nervioso, irritado, fuera de sí, llega a tal grado de franqueza cínica que no tiene miedo de nada y produce, incluso con satisfacción, el más monstruoso escándalo. Entonces es capaz de precipitarse sobre cualquiera, albergando en su interior la intención vaga, pero firme, de tirarse un momento después desde lo alto de una torre, substrayéndose así a las consecuencias que su loca conducta pudiera originarle.»



«—¿Cree que volverá a intentar matarse?
—No; no reincidirá. Pero hay que tener cuidado con estos tipos.


Es un asesino en ciernes.


Le aseguro que el crimen es con frecuencia la salida de estas nulidades ambiciosas, rebeldes e impotentes.

—¿Le considera así?
—Creo que el mozo es de esa manera, aunque tal vez el destino le haya reservado otra misión. Usted verá si ese señor es, o no,

capaz de degollar diez o doce personas, aunque sólo sea por «bromear»,

como decía antes de su «explicación». Esas palabras van a quitarme el sueño...»

Dostoievski, El idiota.

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