Hermann Hesse, El juego de los abalorios. Despropósitos de un chino cargado de opio
viernes, noviembre 28, 2014
Delirios implícitos:
«Ergo: cuanto más rumorosa es la música, más melancólicos se tornan los hombres, más amenazado está el país, más hondo cae el príncipe. De esta manera se pierde también la esencia de la música.»
«Por eso la música de una época bien ordenada es tranquila y alegre y el gobierno uniforme. La música de una era inquieta es excitada y rencorosa y su gobierno, invertido. La música de un Estado en decadencia es sentimental y triste y su gobierno peligra.»
«Además, la relación de nuestra cultura con la música tiene un antiquísimo modelo sumamente respetable; el juego de abalorios le otorga elevada veneración. En la China legendaria de los “antiguos reyes”, debemos recordarlo, se atribuía a la música un papel directivo en la vida estatal y cortesana; hasta se identificaba el bienestar de la música con el de la cultura y la moral y aun del reino, y los maestros de música debían velar severamente por la conversación y la pureza del “antiguo lenguaje musical”. La decadencia de la música era considerada una señal de la ruina del gobierno y del Estado. Y los poetas contaban terribles leyendas de las melodías prohibidas, diabólicas y enemigas del cielo, por ejemplo, la melodía Ching Chang y Chin Tse, la “música de la perdición”; cuando ella resonaba sacrílega en el castillo real, el cielo se oscurecía, los muros temblaban y se derrumbaban, y caían el príncipe y el reino. En lugar de muchas otras palabras de los viejos autores, citamos algunos pasajes del capítulo sobre música de Primavera y otoño, de Lue Bu We:
“Los orígenes de la música se remontan muy atrás en el tiempo. Nace ella de la medida y arraiga en el gran Uno. El gran Uno procrea los dos polos; los dos polos generan la fuerza de la tinieblas y la de la luz. “Cuando el mundo está en paz, cuando todas las cosas están en calma, cuando todas en sus mutaciones siguen a las que les son superiores, la música se completa, se verifica. Cuando los deseos y las pasiones marchan por la ruta correcta, la música se perfecciona. La música perfecta tiene su causa. Nace del equilibrio. El equilibrio emana del derecho, el derecho surge del sentido del mundo. Por eso sólo se puede hablar de música con un hombre que ha conocido el sentido del mundo. “La música descansa en la armonía entre cielo y tierra, en la concordancia entre las tinieblas y la luz. “Los Estados decaídos y los hombros maduros para la ruina no carecen seguramente de la música, pero ella no es alegre. Ergo: cuanto más rumorosa es la música, más melancólicos se tornan los hombres, más amenazado está el país, más hondo cae el príncipe. De esta manera se pierde también la esencia de la música. “Lo que todos los príncipes sagrados apreciaron en la música, fue su alegría. Los tiranos Giae y Chu Sin hacían música rumorosa. Creían hermosos los sonidos fuertes e interesante el efecto de masa. Anhelaban nuevos y extraños efectos sonoros, tonalidades que no hubiese oído el hombre: trataban de superar y exceder medida y meta. “La causa del ruina del Estado de los Chu fue porque inventaron la música mágica. Esa música es seguramente bastante ruidosa, pero en verdad ella se ha alejado de la esencia real de la música. Y porque se ha alejado de la verdadera sustancia musical, no es alegre. Si la música no es alegre, el pueblo murmura y la vida es dañada. Todo esto se debe a que se desconoce la esencia de la música y se llega solamente a rumorosos efectos sonoros. “Por eso la música de una época bien ordenada es tranquila y alegre y el gobierno uniforme. La música de una era inquieta es excitada y rencorosa y su gobierno, invertido. La música de un Estado en decadencia es sentimental y triste y su gobierno peligra.”
Los pasajes de este chino nos indican con claridad suficiente los orígenes y el verdadero y casi olvidado sentido de toda música. Como la danza y cualquier otro ejercicio artístico, en efecto, la música fue en los tiempos prehistóricos un recurso de hechicería, uno de los antiguos y legítimos medios de la magia. Comenzando con su ritmo (batir de palmas, zapatear, golpear maderas, primitivo arte tamboril), fue un recurso enérgico y comprobado
para poner de acuerdo una pluralidad y una multiplicidad de seres humanos, para llevar al mismo compás su respiración, sus latidos y sus estados de ánimo,
para estimular a los hombres a la invocación y al conjuro de las potencias eternas, a la danza, a la competición, a las campañas guerreras, a la acción sagrada. Y esta esencia original, pura y primitivamente poderosa, la esencia de un hechizo, se mantuvo para la música mucho más tiempo que para las demás artes; recuérdese solamente las numerosas manifestaciones de los historiadores y los poetas acerca de la música, desde los griegos hasta la novela de Goethe. Prácticamente, la marcha y la danza nunca perdieron su importancia.»
«El juego fue aceptado e imitado de vez en cuando por casi todas las ciencias, es decir, empleado en su propio terreno por ellas, como está demostrado en el campo de la filología clásica y la lógica. La consideración analítica de las obras musicales había llevado a concebir secuencias musicales mediante fórmulas físico-matemáticas. Poco después comenzó a trabajar con este método la filología y a calcular figuras idiomáticas en la misma forma en que la física calculaba procesos naturales. Se agregó después la investigación de las artes plásticas, que estaban en relación con las matemáticas desde mucho antes por la arquitectura. Nuevas relaciones, analogías y correspondencias se fueron fraguando luego en las fórmulas abstractas descubiertas de este modo. Cada ciencia que se apoderaba del juego, creó para sí misma con este fin una lengua de juego compuesta de fórmulas, abreviaturas y posibilidades de combinación; en todas partes la más selecta juventud espiritual prefería los juegos de series y los diálogos formulistas.»
«La obra de un solo hombre llevó entonces el juego de abalorios, casi de un salto, a la conciencia de sus posibilidades y por consiguiente hasta el umbral de la capacidad universal de perfección; una vez más el vínculo con la música logró este progreso. Un sabio músico suizo, al mismo tiempo fanático aficionado a las matemáticas, dio al juego una nueva dirección y la posibilidad de su máximo desarrollo. El nombre civil de este grande hombre no puede ser averiguado ya, su época ignoraba el culto personal en el terreno espiritual; vive en la historia como Lusor Basiliensis (o también loculator)2. Su invento, como todo invento, fue ciertamente por entero obra y gracia personal suya, pero no procedía en absoluto solamente de una necesidad y de una aspiración personales, sino que estaba impulsado por un motor más fuerte. Entre los intelectuales de su tiempo, existía por doquiera un apasionado anhelo incitador hacia la posibilidad de expresión de una nueva esencia del pensamiento; se aspiraba a una filosofía, a una síntesis; se sentía la insuficiencia de la felicidad momentánea por el puro retraimiento en la propia disciplina; aquí y allá, algún sabio rompía los compartimientos de la ciencia especializada y trataba de avanzar en lo general; se soñaba con un nuevo alfabeto, con una nueva lengua de signos con la que fuera posible establecer y además intercambiar las nuevas vivencias espirituales. Notable testimonio de ello nos ofrece la obra de un sabio parisiense de estos, años: Admonición china. El autor de este libro, en su época ridiculizado como una especie de Don Quijote, por lo demás sabio respetado en su terreno de la filosofía china, explica a cuáles peligros se exponen la ciencia y la cultura espiritual a pesar de su valiente postura, si renuncian a elaborar una lengua gráfica internacional, que como la antigua escritura china permita expresar lo más complicado (sin eliminaciones) de la fantasía y la invención personales de una manera gráfica inteligible para todos los sabios del universo. Y bien, el paso más importante hacia el cumplimiento de tal demanda lo dio el Joculator Basiliensis. Para el juego de abalorios inventó los fundamentos de una nueva lengua, es decir, de una lengua de signos y fórmulas, en la que participaban por igual las matemáticas y la música, y hacía posible así unir fórmulas astronómicas y musicales, llevar a un común denominador matemáticas y música, simultáneamente. Aun cuando con eso no se completaba en absoluto la evolución, el desconocido sabio de Basilea colocó entonces los cimientos de lo ulterior en la historia de nuestro juego querido.»
«Desde la hazaña del sabio de Basilea, el juego evolucionó hasta ser lo que es hoy: universal contenido de lo espiritual y musical, culto sublime, unio mystica3 de todos los miembros aislados de la Universitas Litterarum4. En nuestra existencia posee por un lado el papel del arte, por el otro el de la filosofía especulativa; y, por ejemplo, en la época de Plinius Ziegenhals fue denominado muchas veces con una expresión, resabio todavía de la literatura de la época folletinesca y que por entonces indicaba la meta nostálgica de muchas almas llenas de intuición: “teatro mágico”.»
«Pero si el juego de abalorios, desde sus comienzos, creció hasta lo infinito en técnica y volumen de las materias y se convirtió en ciencia noble y arte elevado, por lo que se refiere a las aspiraciones espirituales de los jugadores, le faltó sin embargo, en los tiempos del sabio de Basilea algo esencial aún. Hasta ese momento, cabe decir, todo juego había sido un enfilar, ordenar, agrupar y oponer ideas concentradas de muchos campos del pensar y la belleza, un rápido recordar valores y formas ultratemporales, un breve vuelo virtuosista por los reinos del espíritu. Sólo más tarde penetró también poco a poco sustancialmente en el juego el concepto de la contemplación y, sobre todo, de los usos y las costumbres de los peregrinos de Oriente. Se había hecho visible el inconveniente de que artistas de la memoria, sin otras virtudes, efectuaran juegos virtuosistas y deslumbrantes y pudieran sorprender y confundir a los participantes con la rápida sucesión de innúmeras ideas. Este virtuosismo sufrió paulatinamente severas prohibiciones sucesivas y la contemplación se convirtió en componente muy valioso del juego, más aún, se tornó cosa capital para espectadores y oyentes de cada juego. Fue el viraje hacia lo religioso. Ya no importaba sólo seguir con la mente las series de ideas y todo el mosaico espiritual de un juego con rápida atención y avezada memoria, sino que surgió la demanda de una entrega más profunda y anímica. Es decir, después de cada signo conjurado por el ocasional jugador o director del juego, se verificaba una silenciosa y severa consideración de su contenido, su origen, su sentido; consideración que obligaba a cada participante a representarse intensa y orgánicamente los significados del signo. Todos los miembros de la Orden y de las Ligas del juego habían aprendido la técnica y el ejercicio de la contemplación en las escuelas de selección, donde se dedicaba la máxima atención al arte de la contemplación y la meditación. Con ello se preservaban los jeroglíficos del juego de la degeneración en meras letras de un alfabeto.»
«El juego de los juegos, merced a la alternada hegemonía de ésta o aquélla ciencia o arte, se convirtió en una especie de idioma universal, con el cual los jugadores estaban capacitados para expresar valores con ingeniosos signos y para ponerse en relación mutua. En todos los tiempos, estuvo estrechamente emparentado con la música y generalmente se desarrolló de acuerdo con reglas musicales o matemáticas. Se fijaba un tema, dos, tres; luego los temas eran expuestos o variados, y corrían la misma suerte que los de una fuga o de un movimiento de sinfonía. Una jugada podía partir de una configuración astronómica fijada o del tema de una fuga de Bach o de un pasaje de Leibniz o de los Upanishads, y desde el tema, según la intención y la capacidad del jugador, se podía proseguir y elaborar la idea madre evocada o enriquecer su expresión con ecos de ideas vinculadas con él. Si el principiante sabía establecer, con los signos del juego, paralelos entre una música clásica y la fórmula de una ley física, para un conocedor y maestro el juego conducía libremente desde el tema inicial a ilimitadas combinaciones.»
«Si se considera el juego como una especie de idioma universal de lo espiritual...»
«Cada Comisión nacional posee un archivo del juego, es decir, el archivo de todos los signos y claves hasta el momento examinados y admitidos, cuyo número desde hace tiempo se tornó mucho mayor que el de los antiguos signos de la escritura china.»
«Para el jugador independiente, sin embargo, y sobre todo para el Magister, el juego de abalorios es en primer término un hacer música, quizá en el sentido de las palabras que escribió una vez José Knecht acerca de la esencia de la música clásica: “Consideramos la música clásica como el extracto y la esencia de nuestra cultura, porque es su gesto y su expresión más clara y explicativa. Poseemos en esta música le herencia de la antigüedad y del cristianismo, un espíritu de más alegre y valiente piedad, una moral insuperablemente caballeresca. Porque, en resumidas cuentas, todo gesto clásico cultural significa una moral, un modelo de la conducta humana concentrado en gesto. Sí, entre 1500 y 1800 se hizo mucha música, los estilos y las expresiones fueron sumamente distintos pero el espíritu, mejor aún la moral, es en todas partes el mismo. La postura humana, cuya expresión es la música clásica, es siempre la misma y siempre se funda en idéntica clase de conocimiento existencial y aspira a la misma categoría de superioridad sobre el acaso. El gesto de la música clásica significa sabiduría de lo trágico de la humanidad, afirmación del destino humano, valor, alegría. Ya sea la gracia de un minué de Haendel o de Couperin, ya sea la sensualidad sublimizada en gesto delicado como en muchos italianos o en Mozart, ya sea la calma y decidida disposición a la muerte como en Bach, siempre contiene íntimamente una porfía, un valor que no teme a la muerte, una caballerosidad y el eco de una risa sobrehumana de inmortal alegría. Así también sonará el eco en nuestros juegos de abalorios y en todo nuestro vivir, hacer y sufrir”.»
Hermann Hesse, El juego de los abalorios
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