Casanova: «Si no has realizado cosas dignas de escribir, escribe, por lo menos, cosas dignas de leerse.»
sábado, noviembre 22, 2014
«Para escribir bien, no tengo más que imaginarme que ellas me leerán.»
«He visto con mucha frecuencia que tras un acto imprudente, que debía haberme llevado al precipicio, venía la felicidad; y, mientras me censuraba, daba gracias a Dios. También he visto, por el contrario, cómo una conducta mesurada y dictada por la prudencia traía dolorosas desgracias. Esto me humillaba; pero, convencido de haber tenido razón, me consolaba fácilmente»
«A pesar de un fondo de excelente moral, fruto obligado de los divinos principios arraigados en mi alma, he sido, durante toda mi vida, víctima de mis sentidos;
me he complacido en descarriarme, he vivido continuamente en el error, sin más consuelo que el de saberme en él.»
«Son locuras de juventud; observaréis que me río de ellas, y, si sois indulgentes, reiréis conmigo.
Reiréis cuando veáis que no he tenido escrúpulos para engañar a los alocados, los granujas y los tontos cuando me era preciso.
Por lo que toca a las mujeres, se trata de engaños recíprocos que no entran en la cuenta, porque cuando el amor se mete por medio, es cosa común que los unos engañen a los otros.
Por lo que a los tontos respecta, es cosa muy distinta. Me congratulo siempre que me acuerdo de haber hecho caer en mis redes a alguno de ellos, porque son insolentes y presuntuosos, más allá de toda razón. Se venga a esta cuando se engaña a un tonto, y la victoria merece la pena, porque el tonto está acorazado y, con frecuencia no se sabe por dónde cogerlo. Creo, en fin, que engañar a un tonto es una hazaña digna de un hombre de ingenio. Lo que me ha metido en la sangre desde el primer día esta aversión invencible para la ralea de los necios, es que yo mismo me encuentro tonto cuando estoy en su compañía. Estoy lejos de confundirlos con las personas a las que se califica de estúpidas; porque a estas, que no lo son sino por defecto de educación, les tengo cierto afecto. He conocido a algunas de ellas, harto cabales, y que dentro de su estupidez no les falta ingenio y poseen un recto sentido común que les distingue profundamente del género de los necios. Son ojos enfermos de cataratas, sin cuya enfermedad serían muy bellos.»
«He tenido, sucesivamente, todos los temperamentos:
el colérico en mi infancia,
el sanguíneo en la juventud;
más tarde, el bilioso,
y, por fin, el melancólico,
que, probablemente, no me abandonará ya.
He adaptado mi alimentación a mi constitución, y siempre he gozado de buena salud; y como aprendí pronto que lo que la altera es siempre el exceso, sea de alimentos o de abstinencia, nunca he tenido otro médico que yo mismo. Debo decir ahora que encuentro el exceso por falta mucho más peligroso que el exceso por hartazgo; en efecto, si este último produce una indigestión, el otro puede producir la muerte. Hoy, que soy viejo, necesito, a pesar del buen estado de mi estómago, no hacer sino una comida al día; pero lo que me compensa de esta privación es el dulce sueño y la facilidad con que llevo mis razonamientos al papel sin necesidad de paradojas ni de sofismas, que más podrían engañarme a mí que a mis lectores, porque nunca podría decidirme a darles moneda falsa sabiendo yo que lo era.
El temperamente sanguíneo me hizo muy sensible a los atractivos de la voluptuosidad; estaba siempre alegre y siempre dispuesto a pasar de un goce a otro nuevo, siendo, al mismo tiempo, muy ingenioso para inventarlos. De ahí me vino, sin duda, mi inclinación a trabar nuevas amistades y mi facilidad para romperlas, aunque siempre con conocimiento de causa y nunca por pura ligereza.
Los defectos del temperamento son incorregibles, porque este no depende de nuestras fuerzas; no así el carácter. Lo que constituye el carácter es la razón y el corazón; el temperamento no cuenta casi para nada, pues depende de la educación, y, por consiguiente, se puede corregir y reformar.
Dejo a otros decidir si es malo o bueno; pero, tal como es, está grabado en mi fisonomía, y todo hombre experimentado puede percatarse. Solo en ella se hace el carácter asequible a la vista: esta es su sede.
Observemos que los hombres que no tienen fisonomía ninguna - y son muy numerosos-, tampoco tienen lo que se llama un carácter, y deduzcamos de ahí la regla según la cual la diversidad de las fisonomías iguala a la de los caracteres.
Reconociendo que durante toda mi vida he actuado más a impulsos de los sentimientos que obedeciendo al resultado de mis reflexiones, he creído reconocer que
mi conducta ha dependido más de mi carácter que de mi razón,
que habitualmente han sido opuestos, y, en sus choques constantes,
nunca me pareció tener una razón a la altura de mi carácter
ni un carácter a la altura de mi razón.
Pero dejémoslo aquí, porque, si es cierto que:
Si brevis esse volo, obscurus fio
(si quiero ser breve, me torno oscuro),
creo que, sin ofender a la modestia, puedo aplicarme estas palabras de mi querido Virgilio:
Nec sum adeo informis: nuper me in littore vidi / cum placidum ventis staret mare.
(No soy tan feo: me he visto últimamente en la orilla / cuando el mar estaba sereno).
Mi ocupación principal fue siempre cultivar el goce de mis sentidos; nunca tuve otra más importante.
Como consideraba que había nacido para el bello sexo, lo he amado siempre y me he hecho amar por él cuanto he podido. También he gustado de las delicias de la buena mesa, y siempre me ha apasionado cualquier objeto que excitara mi curiosidad.
He tenido amigos que me han hecho bien, y gozado la dicha de mostrarles mi agradecimiento. También he tenido enemigos odiosos que me han perseguido, y
a los que no he exterminado porque no estaba en mi poder hacerlo.
Nunca les habría perdonado, si no hubiera olvidado el daño que me han hecho. El hombre que olvida una ofensa, no la perdona, la olvida, pues el perdón parte de un sentimiento heroico, de un corazón noble, de un espíritu generoso, mientras que el olvido viene de una debilidad de la memoria, o de la despreocupación, amiga de un alma pacífica, y frecuentemente, de la necesidad de calma y de tranquilidad; en efecto, el odio, a la larga, mata al infortunado que se complace en alimentarlo.
Si se me califica de sensual, se cometerá una equivocación, porque la fuerza de mis sentidos nunca me ha hecho descuidar mis deberes cuando los he tenido. Por esta misma razón, nunca se debería haber llamado beodo a Homero:
Laudibus arguitur vini vinosus Homerus.
(Por los elogios que le hace, Homero se revela amante del vino)
Me han gustado los manjares de sabor fuerte; el paté de macarrones hecho por un buen cocinero napolitano, la olla podrida de los españoles, el bacalao de Terranova, bien pegajoso, la caza de aroma embriagador y los quesos cuya perfección se pone de manifiesto cuando los pequeños seres que en ellos se forman empiezan a hacerse visibles.
En cuanto a las mujeres, siempre me ha parecido dulce el olor de las que he amado.
Se dirá que son gustos depravados, que es una vergüenza saber que se tienen y no sonrojarse. Estas críticas me dan risa; en efecto, gracias a mis gustos bastos,
me creo más feliz que otros, puesto que estoy convencido de que gracias a ellos puedo gozar de mayores placeres.
Felices aquellos que, sin hacer daño a nadie, saben conseguirlos, e insensatos los que se imaginan que el Ser Supremo pueda celebrar los dolores, las penas y las abstinencias que les ofrecen como sacrificio, y que solo ama a los extravagantes que se las imponen.
Dios no puede exigir a sus criaturas sino la práctica de las virtudes cuyo germen Él ha colocado en su alma,
y no nos ha dado nada cuyo fin no sea hacernos felices:
amor propio, ambición de alabanzas, sentimiento de emulación, fuerza, valor, y una facultad de la que nada puede privarnos: la de matarnos si, tras un cálculo, acertado o erróneo, tenemos la desgracia de considerar que ello nos conviene. Esta es la prueba más sólida de nuestra libertad moral, que tanto ha combatido el sofisma. La Naturaleza toda, sin embargo, aborrece esta facultad; y con razón deben todas las religiones proscribirla.»
«Nada me quitará lo que me he divertido. ¡Tedio cruel! Solo por olvido no te han hecho los autores de las penas del infierno figurar entre ellas.»
«La muerte es un monstruo que expulsa del gran teatro a un espectador atento antes que haya acabado una obra que le interesa infinitamente. Solo esta razón debe bastar para hacerla odiosa.
No se encontrarán en estas Memorias todas mis aventuras; he omitido aquellas que hubieran podido molestar a las personas que participaron en ellas, porque hicieron mal papel.»
«Nequidquam sapit qui sibi nos sapit.
(Quien no conoce su propio sabor, no puede gustar de las cosas).
Por la misma razón, siempre he necesitado de los elogios de las gentes de bien:
Excitad auditor studium, laudataque virtus.
(el auditor excita el celo, el elogio acrecienta la virtud)
Crescit, et inmensum gloria calcar habet.
(y la gloria es un poderoso aguijón)
Con gusto habría hecho gala aquí de este orgulloso axioma:
Nemo laeditur nisi a seipso
(Nadie se ve perjudicado más que por sí mismo),
si no hubiera temido escandalizar a las muchísimas personas que ante todo lo que les desfavorable suelen exclamar: "¡No es culpa mía!". Hay que dejarles este pequeño consuelo, porque sin este refugio terminarían por odiarse a sí mismos, y el odio a sí mismo conduce frecuentemente a la idea funesta de suicidarse.
Por lo que a mí respecta, como me gusta considerarme siempre la causa principal del bien o del mal que me acontece, siempre me he visto con satisfacción en la situación de ser mi propio alumno y en el deber de ser mi propio receptor.»
Casanova
0 comments