La vocación no era solamente una gracia y una advertencia para su propia alma y en su propia conciencia, sino también un don y una admonición de los poderes terrenos para él
viernes, noviembre 28, 2014
LA VOCACIÓN
«¡Y de ese mundo, por conducto de este digno mensajero, le había llegado a él también, pequeño alumno de latín, la advertencia y el llamado! La aventura tenía para él este significado, y pasaron necesariamente semanas hasta que él supo realmente y estuvo convencido de que al mágico sucedido de esa hora sagrada correspondía también un exacto proceso en el mundo real, de que la vocación no era solamente una gracia y una advertencia para su propia alma y en su propia conciencia, sino también un don y una admonición de los poderes terrenos para él. Porque a la larga, no pudo permanecer oculto que la visita del Magister Musicae no había sido ni una casualidad ni una verdadera inspección escolar.»
«lo íntimo y lo externo trabajaron armoniosa y uniformemente, creciendo al enfrentarse recíprocamente»
«lo íntimo y lo externo trabajaron armoniosa y uniformemente, creciendo al enfrentarse recíprocamente.»
« todo eso estaba ahora impregnado de una oculta muerte, de un fluido de irrealidad, de un “haber pasado”»
«sino en la incapacidad del alumno para adaptarse a la vida del internado y, más que nada, para conformarse con la idea de acabar en lo futuro con todo vínculo de familia y patria, y finalmente, de no conocer ni respetar más ninguna otra relación y solidaridad que las de la Orden.»
«Tú sabes que no todos están de acuerdo acerca del juego de abalorios. Dicen que es un sustituto de las artes y que los jugadores son literatos, que no deben ser considerados en realidad intelectuales, sino artistas que fantasean libremente y se divierten. Ya verás lo que hay de verdad en ello. Tal vez tienes ideas acerca del juego de abalorios, que le asignan más valor que el que realmente tiene, tal vez sea todo lo contrario. Es muy cierto que el tal juego ofrece sus peligros. Por eso mismo lo amamos; por los caminos seguros, sin peligros, enviamos solamente a los débiles. Pero nunca debes olvidar lo que te dije tantas veces: nuestra finalidad, nuestra determinación, es reconocer exactamente los contrarios, en primer lugar y sobre todo como contrarios, luego como los polos de una unidad. Lo mismo ocurre con el juego de abalorios. Las naturalezas artísticas están enamoradas de él porque permite el fantasear: los científicos severos, especializados, lo desdeñan —también algunos músicos lo hacen—, porque carece de aquel grado de severidad en la disciplina que pueden alcanzar las distintas ciencias. Bien, tú aprenderás esos contrarios y con el tiempo
descubrirás que no se trata de contrarios de los objetos,
sino de los sujetos,
que, por ejemplo, un artista de la imaginación no evita las matemáticas puras o la lógica, porque sabe algo de ellas y podría explicarlas, sino porque tiende instintivamente a otra cosa. Por esas tendencias y antipatías instintivas y violentas, podrás reconocer con seguridad a las almas pequeñas o inferiores. En realidad, es decir,
en las almas grandes y en los espíritus superiores, no existen estas pasiones.
Cada uno de nosotros no es más que un hombre, un intento, alguien a medio camino. Pero
debe estar a medio camino en la dirección de lo perfecto,
debe tender al centro, no a la periferia. Recuérdalo:
se puede ser un lógico estricto o un gramático y, al mismo tiempo, estar colmado de fantasía y de música.
Se puede ser músico o jugador de abalorios y, contemporáneamente,
estar entregado por entero a la ley y a la regla.
El hombre que imaginamos y queremos, que es nuestra meta llegar a ser, debería poder cambiar todos los días su ciencia o su arte por otro cualquiera dejaría resplandecer en el juego de abalorios la lógica más cristalina y en la gramática la fantasía más ricamente creadora.
Así tendríamos que ser, tendríamos que poder ser colocados a cada hora en distinto lugar, sin que nos opusiéramos o nos confundiéramos.
—Creo comprender —observó Knecht—. Mas, ¿no son precisamente los temperamentos más apasionados los que tienen preferencias y aversiones tan vivas, y los otros los más tranquilos y dulces? —Parece que así debiera ser, pero no es —contestó riendo el Magister—.
Para ser capaz de todo y estar versado en todo,
se necesita no ya un menos de energía anímica, de impulso y calor, sino un más. Lo que denominas pasión no es fuerza del alma, sino roce entre el alma y el mundo exterior. Allí donde domina el apasionamiento no hay un “más” de esta energía del deseo y de la aspiración, sino que ésta
se dirige a una meta individual y falsa
de donde resultan la tensión y el bochorno en la atmósfera. Aquel que lanza la suprema energía del deseo hacia el centro, hacia el ser verdadero, hacia lo perfecto, parece más calmo que el apasionado, porque no siempre se ve la llama de su fervor, porque, por ejemplo, no grita ni agita los brazos mientras discute. Mas te digo: “Aquél debe abrasarse y arder”. —¡Oh, si fuera posible saber! —exclamó Knecht—. ¡Si hubiera una doctrina o algo en que poder creer!
Todo se contradice, todo pasa corriendo, en ningún lugar hay certidumbre.
Todo puede interpretarse de una manera y también de la manera contraria.
Se puede explicar toda la historia del mundo como evolución y progreso, y también considerarla nada más que como ruina e insensatez.
¿No hay una verdad? ¿No hay una doctrina legítima y valedera? El maestro nunca había oído hablar con tanta vehemencia. Adelantóse un trecho más, luego dijo:
—¡La verdad existe, querido!
Mas no existe la “doctrina” que anhelas, la doctrina absoluta, perfecta, la única que da la sabiduría.
Tampoco debes anhelar una doctrina perfecta, amigo mío, sino la perfección de ti mismo.
La divinidad está en ti, no en las ideas o en los libros.
La verdad se vive, no se enseña.
Prepárate a la lucha, Josef Knecht, a grandes luchas; veo claramente que éstas han comenzado ya.»
«Este hombre parecía pensar en todo.»
«Nuestra Castalia no debe ser mera selección, sino en especial
modo una jerarquía, una construcción,
en la que cada piedra cobra sentido solamente por el todo.
Desde este modo no parte ningún camino hacia afuera y aquel que más alto sube y recibe más grandes misiones, no se vuelve más libre, sólo se torna cada vez más responsable.»
Hermann Hesse, El juego de los abalorios
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