S, es real porque lo he leído en los trozos del tiempo

jueves, noviembre 13, 2014



S tuvo varios padres, madres, tías, primas, primos, tres casas, por lo menos, juntas, contiguas, con un jardín común, camas paralelas, numerosas comidas juntos, diálogos entrecruzados, palabras no entendidas en la primera infancia, olores múltiples de cada cuerpo, vestidos, trajes, zapatos, gran movimiento de cuerpos aleatorios, un universo troceado a la esquizofrenia, identidades múltiples de trozos de personas, ... Y un cuerpo fijo de mujer siempre presente, la niñera, criada, materna, mediterránea, olorosa, cariñosa, habladora, con una lengua risueña, charlatana, cariñosa, caricias van y vienen a cada encuentro, los cuidados de las fiebres, los «ven a la cama», el dormir juntos, el calor de los cuerpos, la sensualidad, el dormir juntos, pegados, agarrados, abrazados, oliendo en silencio, y el mundo fuera de la noche que habla siempre de la muerte. El pánico, la enfermedad continúa, la separación de la escuela, las palabras volando, el profesor, los compañeros, los hombres racionales atizando. La vuelta a casa, cruzar el universo de los trozos variables, cruzar las conversaciones telefónicas, entre códigos femeninos, veinte veces al día, incesantes, interrumpidas por las órdenes concretas sobre comidas, compras, disgustos, sufrimientos perpetuos. Cruzar la casa, llegar a la cocina, donde ella, la perenne mediterránea, lo acogía en sus olorosos brazos, con su olor a comida. Cerrando los ojos usaba el ser de su nariz para fijarse en ese lugar siempre buscado y alejarse de la muerte. Pánico, pánico, perpetuo y diario pánico.

Desde entonces, un buen proyecto para la vida: no trabajar jamás, con las manos, lo cotidiano, en la fábrica, en la oficina, de comercial, ni en ninguno. Tomar solo el olor de las cosas, atravesarme por las palabras escritas, replicar a las habladas, vivir de la presuntuosa impertinencia. Pero jamás trabajar sino en esta incesante búsqueda del vivir en el instante de la presencia del otro, de un otro concreto, aunque perpetuamente variable, otro, siempre otro, él, ella, siempre nueva, otra, y en la vivencia de la réplica, yo siempre otro, diferente en palabras, aunque siempre el mismo en los sentidos.

S veía las puertas siempre abiertas, todas: las de madera, editoriales, la de los cines, las del teatro de la vida, la de los cuerpos estremecidos, solitarios, acompañados y solos, las puertas de los libros propios y ajenos, las puertas de las calles, siempre abiertas, porque las calles tienen en su entrada y salida dos puertas, nunca parecía perderse, en él no he visto ningún momento de confusión, de haberse extraviado, las calles siempre les parece naturales, sin complicación, ni siquiera en esas de Venecia S percibe el laberinto, son los pasillos múltiples de las casas de su infancia, está, las vive, no dice ni se pregunta a donde va ni tampoco de donde viene, como si no hubiera trayecto, ni recorrido, ni pasos, ni fatiga, está en ese lugar, viviendo, mirando, comiéndoselo para después escribirlo y hacerse una vida donde los demás puedan verlo existiendo, real, de carne y hueso, concreto, real porque ha vivido, ha hecho, tocado, hablado y escrito.

¡Curioso! En S las ciudades no tienen mapa, sabemos que está en ese lugar porque lo nombra, da referencias históricas de personajes reales o de novelas, hace real el lugar con los nombres, junta en ese lugar momentos históricos diferentes, pero no los vive, los nombra, sabe por lecturas que allí sucedieron, estuvieron, vivieron, pasaron, sintieron, e intenta expresar la influencia del lugar y del momento histórico en la persona que allí estuvo, que allí está, sigue estando independientemente de que alguien lo nombre, aunque tampoco lo vive como un encuentro, ni piensa que es lo que hubiese ocurrido si S se hubiese encontrado con el personaje que está nombrando. Curiosa particularidad de su imaginación. Estaré atento a esto.

S confía en la vía de disfrute de su cuerpo. Eso le hace fácil la vida. Deja que el cuerpo viva, sienta, piense, huela, perciba. Aún no sé si S se preguntará sobre esta particular forma de vivirse. Tal vez lo haga indirectamente. S dice que las escenas externas son muy precisas. Tal vez eso ayude al narrador cuando pretenda describir una escena vivida por el personaje S.

S dice tener su particular llave de lectura para los libros. Tendré que deducirla para saber como lee y como usa en sus escritos lo leído. Yo conozco mi manera de leer: muy despacio, pero alterado, nervioso, buscando indicios en cada trozo de cada frase. Luego dejo el tiempo necesario para que lo leído se elabore solo, sin que ningún forzado razonamiento venga a distorsionar el texto. Pero él ¿cómo lee S? Ante la borrachera de leer, S pone en acto su cuerpo: corre, pasea, se agita en el júbilo. Es un placer del cuerpo. La lectura atraviesa su cuerpo. La emoción lo llena. No se le ocurre comunicarlo o escribirlo. Salta solo con lo encontrado dentro, lo agita como en una coctelera, se embriaga, calla, grita, se sofoca, se mueve. S tiene la ilusión de haber encontrado el arma que le permitirá abrirlo todo. El espacio, el tiempo y la realidad toda se concentra en una hoja, estará en cada hoja escrita, estará en cada libro, texto, artículo. Es el eureka de su vida: será el fruto de esta llave, de esta clave, será la clave donde se toque la partitura de su vida, será el Mozart de las palabras, el músico de los textos ajenos y el compositor de los textos propios. Felicidad absoluta. Y solo estamos al principio. Será, sin duda, este estado una borrachera continúa. Esta borrachera la mezclará con las vivencias de su cuerpo para obtener la orgía permanente y absoluta.

Acabo de ver que S tiene un punto en común con un personaje histórico que ambos conocemos. Son grandes viajeros, uno recorrió Europa y S el mundo. Curioso: ninguno cuenta los trayectos. Llegan, están, viven frenéticamente y se van.

En algún momento de su infancia S tomó el Tiempo como algo real, material y concreto, tocable, pero uno, cosa, cosa que no pasa. Tal vez de ahí proceda su no vivencia de la edad como algo que transcurre sino más bien como un número que los demás ponen sobre su cuerpo. Permanece siempre tan joven como el inmutable Mozart. Ambos fuera del tiempo. Siempre en el presente de la música de las notas y de las palabras.

S creía que la relación que sus hermanas mayores tenían con él reflejaba exactamente el tipo de relación que las mujeres tienen con los hombres. El entonces ignoraba que esas mujeres no lo veían como a un hombre; lo veían como al niño que era. El no les aportaba casi nada en su necesidad de emociones. El era una fuente débil, casi inexistente; y además de ridícula, molesta. No sé si S cambiará su visión a través de sus relaciones con la mujer; pero creo que no. No sé; ya lo diré.

Aún en esa edad S pensaba que sus hermanas eran mujeres tranquilas; pobre niño: aún no veía el alma. Pero se lo perdono.

El no podía evitar verlas en el rol de futuras madres; y tan contento al creer que recibía un amor materno debido. Si sus hermanas lo hubieran amado como a un hijo no hubiesen pasado a la indiferencia como lo hicieron después durante el resto de su vida.

Cuando S describe el dormitorio de su infancia nombra todos los objetos. Increíble la ausencia de afectividad en relación a sus cosas. No es Proust, cierto.

S ya mostró desde pequeño su gran deseo de tener un público cautivo y sometido. Perfecto: ese será uno de sus proyectos aunque él no lo sepa. Monta en su casa teatros, salas de conferencias, cátedras, TV, púlpito de sagrada iglesia. Y habla nombrando todas las cosas que sabe de sus libros infantiles. Ya deja ver su excelente memoria para esos temas.

Aprendió la música de oído, aprendió la lectura al ojo, la sensualidad del cuerpo al tacto, la psicología del otro al gesto, las reglas de las relaciones al juego, ... y todo a la forma improvisada del jazz.

A la compleja y lenta estrategia del ajedrez, S prefería el juego directo y rápido de las Damas. Pero...

El no le preguntó y ella nunca le dijo las sensaciones que ella sentía durante el orgasmo, esas contracciones simultáneas y rítmicas que sentía simultáneamente en el útero, en la vaginal y el ano, esas contracciones, ese calor intenso por dentro de todo su cuerpo, esa oleada de placer parecida al oleaje de un mar de agua caliente y espesa expandiéndose por dentro, esos calambres lumbares, esa explosión que hace estallar el cerebro, esa alteración del pecho y de las orejas, esa  pulsación en la vagina, esos gritos retenidos ante la fuerte vibración del cuerpo, ese delicioso trastorno sin aviso, ese clímax que no cesa, aumenta, prosigue ciego, esos calambrazos gigantes y perfectos, esa sensación de estar flotando, esa intensidad en el clítoris, en el vientre, en la vagina, en la pelvis abierta, esa sensación de ser todo líquido, ese calor que casi quema, esos cambios en la sangre, la respiración alterada y loca, los gemidos, arañazos, el boca a boca, la falta de oxígeno y aire, el dolor desaparecido, esa relajación de los esfínteres, ese goce perfecto del cuerpo entero, ese semisueño casi delirante, esa pasividad magnífica, esa hiperactividad de los sentidos, ese vivo adormecimiento, esa placentera euforia, ese flash de placer incontrolado, esa sonrisa analgésica, ese estupor de la felicidad realizada, esa introspección racional desaparecida, ese alejamiento del mundo, esa desaparición de los límites, ese satisfactorio acaloramiento en el rostro, esas fantasías sexuales maravillosas que surgen espontáneamente, esa palpitación de la pelvis, esas caricias que entran bajo la piel, ese corazón que golpea las costillas por dentro, esa absoluta inmovilidad en el centro del cuerpo, esas oleadas del vientre, esa cadencia creciente, ... me invade el calor como disparos de fuego, en este ritmo convulsivo del oleaje, ese cuerpo que se vuelve todo ternura, ese placer penetrante, esa sensación de inevitable, esa explosión de placer, esa sensación corporal donde comienza y se acaba el mundo, ese temblor, esos fuegos artificiales, esa montaña rusa que me desborda, ese placer de mi cuerpo en éxtasis, ese cerco alrededor de mi vagina, esas piernas sueltas, esa baba, ¿por qué lo llaman pequeña muerte si una no muere?, ¿por que me besas hasta los dedos y me causas una liberación repentina?, ¿por qué se hace por momentos tan insoportable?, ¿por qué me alteras el cuerpo y la conciencia?, ¿por qué me rejuveneces en este placer profundo?, y terminas con toda angustia.

Abandona la cocina, abandona la cama acogedora por una fría de montaña, temporalmente. Lejos, S se acuerda del sitio y de los cuerpos. Yo me acuerdo de las caras. S, de las conversaciones; yo de las sensaciones del ambiente. Su nueva acompañante, amiga de la familia, mujer libre, joven refugiada, le salva la piel y el aliento, le da aires nuevos, nueva forma, nueva libertad del encuentro, hasta tal punto que él queda sorprendido de su sensualidad, años después, aún después de haber vivido experiencias semejantes lo recuerda.

S uno y múltiples, diferente en cada circunstancia. Responde con la enfermedad al maternaje, con la frenética acción a la aventurera, silencioso ante el libro o el paisaje, hablador en el debate, introvertido, extrovertido, sensible, brusco, bruto, suave, agresivo, cercano, distante, pero siempre gozador. Goza de la frenética actividad de su cuerpo en todos los juegos infantiles.

¿Qué es el tiempo gratuito, S? Tendré que hacer un archivo con todas las referencias a ese personal concepto. Estaré atento, muy atento. Esta abismación del recuerdo de la vivencia. Ese recordar a cada instante como una minúscula lupa caída en una muñeca rusa, matrioska: ¿de madre, mujer, dentro de otra mujer, misma e infinita, presente y la más lejana, una superpuesta sobre la otra, sobre las otras, sus cuerpos en uno, cada detalle en uno,...? ¿Tienen los recuerdos de lo aprendido la misma estructura? Unos personajes, reales o de ficción, unos dentro de otros, no simétricos pero en abismo? ¿El lugar concreto, la plaza, hace matrioska de tiempos históricos distintos? ¿Y S hace con su presencia la última muñeca que contiene y envuelve a las otras? ¿Es S el número impar externo, diferente y combatiente? Son matrioskas interiores diferentes contenidas unas en otras, pero algún rasgo las relaciona. Un S dentro de un S, dentro de un S, dentro de un S; y en el interior de cada uno sus personas-personajes, reales e imaginarios, unos dentro de otros en abismo a la matrioska. La matrioska Mozart con su infinidad de matrioska-música unas dentro de otras sonando al mismo tiempo en la cabeza del genial compositor hombre-música. La matrioska-Rimbaud con todos los clásicos recitando simultáneamente dentro, en un parnaso impresionista. La matrioska-Nietzsche con todos los filósofos razonando lo mismo y el uno-invariable y la matrioska-río-eterno-Nietzsche-externa cortándolos a todos con las tijeras de su locura.

Comprobamos pues que S tiene una extraña relación con el espacio, el tiempo y las palabras.

La madre muere. Que es el fruto, que es el árbol. Y él que es el fruto no quiere la caída.

El dice que las mujeres no creen ... ¿No creen en la religión, como en cualquier otra teoría? ¿O solo en las inventadas del lado masculino? No creen, dice. Pero sí creen; todo pensamiento es creencia. Y ellas piensan mucho más que los hombres. Entonces ¿en qué creen ellas? S tendrá que verificarlo. ¿O lo comprobará a través de las vivencias?

Volviendo a la infancia, en esa resonancia en abismo, la infancia le divierte. Tomó en ese estado carrendilla y no parará desde entonces.

Fascinación por las mujeres mayores que él. Lo dice natural y fascinado. Seguro que disfrutará contándolo. Es un exhibicionista de la palabra.

S se encuentra a sí mismo y por rotunda sorpresa, en noches diferentes, sobre la gotera de un tejado, en el desván leyendo libros viejos, desnudo delante de la ducha cerrada, sentado en las escaleras esperando la llegada de alguien, riendo en lugares desconocidos sin saber porqué, paseando de noche por las calles, mirando por las ventanas entreabiertas, leyendo carteles de escaparates, de pie delante de la puerta de un cine cerrado, tumbado sobre la rama de un árbol creyéndose pájaro o nido, durmiendo en el gallinero de su casa, aullando como un lobo sobre el cerro, ...

Detalle significativo: cuando hablaba era incapaz de observar; y S siempre fue hablador incesante. Saquen conclusión.

La pasión es presencia: presencia del cuerpo, de la mirada.

S ensayaba la huida en un ritual mágico para asegurarse las huidas futuras; desafiaba, con actos simbólicos inocentes, a la muerte porque ya se creía inmortal. Con estas ideas no elabora un sistema: queda tranquilo sobre la gravedad del asunto.

S era un activista del juego; como aquel otro jugador profesional del juego y del deseo; como aquel jugador de la música y de la burla. Los tres pillados en el juego loco de la risa.

S, (Solmozka):

«Sabía escuchar a las mujeres con simpatía y con extremada atención en todos los detalles. Yo estaba siempre convencido que cada mujer que deseaba era aquella que había buscado desde mi infancia: ágil, cercana y distante. Buscaba siempre la primera ocasión para tomar su mano dulcemente, mientras le hablaba con los ojos encendidos. Buscaba sus hombros para acercarla a mi boca, con la que la besaba suave como la seda. Introducía luego mi mano sobre su seno. Hecho el contacto cuerpo a cuerpo se rompía la distancia, entraba en su intimidad con toda su confianza. Desde ese momento ya no había vuelta atrás ni reparos.

Recuerdo: «Eres un idiota, un simple idiota y siempre lo serás. Cada vez que sangras por la nariz me manchas las sábanas y la ropa. Te voy a llevar a algún sitio interno. Pero no para que te curen; porque no tienes remedio. Te llevaré a algún sitio al campo; porque sabes que yo no estoy y no puedo ocuparme de ti. No llores. No seas gallina. No pongas esa cara de mala leche. Yo no soy la culpable. Eres idiota.»

Solmozka era ojo y palabras, todo un exceso: fotografiaba con su cel el rostro de todas las mujeres que encontraba. Las editaba dejando solo los ojos. Miles de ojos colgados de las paredes de su apartamento. Cada vez que viajaba, y eso era frecuente, elegía al azar tantas como podía llevarse. Y las colgaba en la habitación del hotel o en la habitación de huésped o despacho donde se alojaba. Entre duda y duda, mientras escribía febrilmente, echaba un ojo rápido sobre alguna foto.


Carlos del Puente

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