El yo se concibe como pluralidad y multiplicidad
miércoles, julio 30, 2014
«En una dirección y un sentido diferente, Ignacio Gómez de Liaño, ha establecido la relación entre la composición poética y la identidad del yo, ejemplificándola en Proust.
El yo se concibe como pluralidad y multiplicidad,
que se dan en un medio disímil y desdiferenciado,
donde confluyen la representación y el impulso de los afectos y emociones, conformando “un conglomerado” tan cercano e idéntico a la coseidad para sí del yo del narrador, como si se fuese el salón de Madame Verdurin, que Proust describe.68 Se trata del yo que, en otro tiempo, amó a Gilberta:
“Ese Yo-cosa, que está casi borrado, en estado de latencia,
resurge de pronto y sustituye al Yo actual,
al conglomerado personal que es actualmente el Narrador. Resurge al ensalmo de unas palabras que no son triviales sólo porque están unidas al foco del conglomerado personal que podemos llamar ‘los-amores-del-Narrador-y-Gilberta’. ¿Por qué esas palabras de apariencia anodina actúan como un conjuro? Es que, en cierta ocasión, el Narrador oyó a Gilberta decir a su padre (Swann): ‘la familia del subsecretario del ministerio de correos’. Al repetirse, al cabo de los años, esa frase hace que resurja la conexión con Gilberta, de manera que, al producirse el afloramiento de la complexión ‘amores-del-Narrador-y-Gilberta’,
esta complexión sustituye la identidad actual del Narrador”.69
La multiplicidad de voces de nuestra interioridad
– nuestro yo escindido, exteriorizado y polivalente -,
“la multiplicidad de Yoes
o, mejor, conglomerados personales que componen a cada cual”,70 parecen por momentos esfumarse, pero reaparecen en estado larvario, esperando la oportunidad de florecer,71
convirtiéndose en el yo actual.
La multiplicidad del yo se debe a la temporalidad y su traspaso,
en cuanto yo presente o pasado.
Pero también hay una simultaneidad del yo presente
que restablece permanentemente el yo interior y el exterior, unificándolos.72
De suerte que la multiplicidad en la temporalidad contiene momentos de unificación permanentes de lo interno y externo de la identidad.
En el fluir de la conciencia e inconciencia de las vivencias y ensoñaciones se da una actualización sincrónica de la experiencias presentes y pasadas del yo, de acuerdo con el horizonte de compresión de nuestros propios sentimientos y la inteligibilidad o perplejidad de nuestro entendimiento, que gracias a la fuerza de la memoria se conservan como si se tratara de atraer para sí “conglomerados personales”. A lo mejor, la exterioridad del ser que está en nosotros sea lo más preciado y solícito del discurrir de nuestra identidad por el mundo, al cual se abre en su descentramiento. Así lo dice Proust:
“la mejor parte de nuestra memoria está fuera de nosotros, en una brisa húmeda de lluvia, en el olor a cerrado de un cuarto o en el perfume de una primera llamarada. ¿Fuera de nosotros? No, dentro de nosotros, por mejor decir”.73
“¿En qué consiste la identidad del Yo actual del Narrador? En sentir-y-entender, en ser principio y nexo consciente de una complexión de qualia; complexión en la cual se inserta, de pronto, un conglomerado representativo-afectivo que parecía haber muerto, pero que sigue ahí, vivo; como siguen estado las paredes y muebles de la habitación de hotel que lo rodean. Y así el Narrador habla de encontrarse con el ‘ser que fuimos y situarnos frente a las cosas lo mismo que él; sufrir de nuevo,
porque ya no somos nosotros, sino él, y él amaba eso que ahora nos es indiferente’”.74
Es lo que Ricoeur ha llamado identidad “ipse”, por oposición dialéctica a la identidad inmutable y sustancial,o identidad “idem”75: “la verdadera naturaleza de la identidad narrativa sólo se revela en la dialéctica de la ipseidad y de la mismidad”.76 El receptor poético estaría predispuesto de manera natural por su competencia lingüística, para penetrar esa dialéctica, permitiéndole comprender el lenguaje poético, como si se tratara del homólogo de un talento, sino idéntico al del poeta, por lo menos próximo: de esa disposición natural dependería entonces el destino y la suerte, y hasta la muerte, de la poesía.»
Jesús Ernesto Patiño Ávila
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