Proust "Yo-común"

martes, julio 29, 2014


«Yo había considerado siempre al individuo, en un momento dado del tiempo, como un polípero donde el ojo, organismo independiente aunque asociado, se entorna ante una mota de polvo sin que la inteligencia lo ordene, donde en el intestino, parásito soterrado, se infecta sin saberlo la inteligencia; y que en el alma, pero también en la duración de la vida,

una serie de yoes yuxtapuestos

pero diferentes morían uno tras otro o incluso se alternaban entre sí,

como en Combray

venía uno de mis yoes a ocupar el lugar del otro

cuando anochecía. Pero había visto asimismo que las células morales que componen un ser son más duraderas que él. Vi cómo los vicios y el valor de los Guermantes retornaban en SaintLoup, y en él mismo los defectos extraños y momentáneos del carácter, o el antisemitismo de Swann. Aún podía verlo en Bloch. [...] Lo mismo que, cuando oía hablar a Cottard, a Brichot y a tantos otros, sentía que por la cultura y la moda una única ondulación propaga a todo lo ancho del espacio

las mismas maneras de decir y de pensar,

así también a lo largo del tiempo grandes maremotos levantan, desde las profundidades de los años, las mismas cóleras, las mismas tristezas, las mismas bravuras, las mismas manías a través de las generaciones superpuestas, y, apoyándose cada sección en varias de la misma serie, ofrecen, como sombras sobre pantallas sucesivas,

la repetición de una composición idéntica,

aunque a veces menos insignificante, a la que confrontaba de ese modo a Bloch y a su abuelo, a monsieur Bloch padre y a Nissim Bernard... [TR 244-5]

El literato envidia al pintor; le gustaría hacerse croquis, tomar notas, y si lo hace está perdido. Pero cuando escribe, no hay un solo gesto de sus personajes, un tic, un acento que no aporte la memoria a su inspiración [...]. Pues, movido por su instinto, mucho antes de creer que llegaría a ser algún día escritor, [...] ordenaba a sus ojos y a sus oídos que retuvieran para siempre lo que a los demás parecían naderías pueriles, el acento con que se dijo años atrás una frase, la expresión del semblante y el gesto de hombros que hizo en un determinado momento una persona de la que seguramente no sabe nada más; y eso porque aquel acento lo había oído antes, o sentía que podría volver a oírlo, que era algo repetible, duradero; es el propio sentimiento de lo general lo que en el futuro escritor elige lo que es general y podrá incluirse en la obra de arte. Pues sólo escucha a los demás cuando, por tontos o insensatos que sean,

a base de repetir como loros lo que dicen personas de características similares,

se constituyen en pájaros profetas, en portavoces de una ley psicológica.»

Proust [TR 207]

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