«Eros es de naturaleza maníaca.»
miércoles, julio 23, 2014
«Eros es de naturaleza maníaca.
Y su pasión por el poder, aunque sea idealizado, su goce con el Falo, posee un reverso: la depresión,
el deleite destructor que disfruta con disolver el Yo
y hasta el propio ser vivo. Más arcaico probablemente que el goce sexual,
este placer con un fuerte componente mórbido está anclado, (...) la fantasía, por su parte, hunde las raíces
de esta propensión de la almosexualidad a lo mórbido
(pero también cualquier depresión) en las inmediaciones del agujero
(el «abismo», dice Gustav Aschenbach)...»
«En la medida que tiene un alma enamorada, una mujer es llevada a
la misma dialéctica de enfrentamiento al Falo, con todo el cortejo de
imágenes, ideales y pruebas de dominación-sumisión que supone.
Si quisiera escapar, encontraría, a través del espejismo de la androginia
o en el amor por otra mujer, la dinámica del fedro. Poco importa el órgano,
la confrontación con el poder sigue ahí. Sin embargo, el paraíso andrógino
y, de otra forma, los amores lesbianos comportan la deliciosa playa de
una libido neutralizada, tamizada, desprovista del filo erótico de la
sexualidad masculina. Roces, caricias, imágenes apenas distintas que
se hunden la una en la otra, borrándose o velándose sin estrépito en
la dulzura de una disolución, licuefacción, fusión. Esto evoca el diálogo
amoroso de la madre encinta con el fruto, apenas distinto de ella,
que lleva en su vientre. O el roce de las pieles suaves, irisadas,
no de deseo, sino de esa apertura-cierre, eclosión-marchitamiento, hueco que apenas formado se funde rápidamente en un mismo calor, que dormita o se despierta en el abrazo del bebé y la madre que lo
alimenta. Piel, boca, abertura de los labios vacía excitada o llena, envuelven estos efluvios, filtran su tensión y, fuera de toda penetración
agresiva, flotan, acunan, drogan. Distensión de la conciencia, sueño
despierto, lengua ni dialéctica ni retórica, sino paz o eclipse: nirvana, embriaguez y silencio.
Cuando este paraíso no es un accesorio del erotismo fálico, su
paréntesis y su reposo, y aspira a erigirse en absoluto de una relación
entre dos estalla la no-relación que es. A continuación se abren dos vías.
O bien, reanudan, más salvajes aún, la manía erótica con los estragos del
juego «amo-esclavo». O bien, y a menudo en consecuencia, la muerte
explota en la paz que se creía haber absorbido. Muerte por trituración
en ese vientre antes tan protector, cariñoso y neutralizador. Muerte de
no ser mas que «uno» [on]: identidad perdida, disolución letal de la
psicosis, angustia de las fronteras perdidas, llamada suicida del fondo.
Insolubles, dramáticos hasta el mismo momento de la extinción
del drama, nuestros amores no nos dejan más que la solución
calificada de perversa: pasar de lo abyecto a lo sublime probar toda
la gama de penas y delicias, garantía suprema contra el aburrimiento.»
Julia Kristeva
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