Los yoes olvidados, la vivencia real de cada uno de los instantes pasados
martes, julio 29, 2014
«Y no sólo Albertina, sino
hasta yo mismo era como una sucesión de momentos.
[...] No un solo hombre, sino el desfile de un ejército variado compuesto,
según el momento de apasionados, indiferentes, celosos, ninguno de los cuales estaba celoso de la misma mujer. Sin duda, de ahí vendría un día la curación, que yo no deseaba. En una multitud, cada elemento puede sustituirse por otro, que a su vez otros elementos eliminan o refuerzan sin que se note, si bien al final
se ha realizado un cambio imposible de concebir si fuéramos uno.
[...] Una mujer que ya no podía sentir placer con otras no debería suscitarme celos, en el caso de que solamente se hubiera materializado mi cariño. Pero eso era imposible, dado que éste sólo podía encontrar su objeto, Albertina, en los recuerdos donde ella seguía viva.
Pues al pensar en ella la resucitaba,
sus traiciones nunca podían ser las de una muerta,
al hacerse actual el instante en que las había cometido
no solamente en relación a Albertina, sino a
aquel de mis «yoes» que súbitamente evocado la contemplaba.
[...] Y ahora lo que aparecía ante mí como un doble del futuro [...] no era ya el futuro de Albertina sino su pasado. ¿Su pasado? No es exacto, porque
para los celos no hay ni pasado ni futuro,
lo que imaginan es siempre presente.
Los cambios de atmósfera provocan otros en el interior del hombre,
despiertan yoes olvidados,
contrarían el adormecimiento del hábito,
insuflan nuevas fuerzas a esos recuerdos y sufrimientos [...];
como les ocurre a los amputados, el menor cambio de tiempo renovaba mis dolores en el miembro que ya no existía. [AD 65-73]
El hombre es un ser sin edad fija,
un ser que tiene la facultad de tornarse en unos segundos
muchos años más joven, y que rodeado por los muros del tiempo en que ha vivido, flota en él, pero como en un estanque cuyo nivel cambia constantemente y lo sitúa tanto al alcance de una época como de otra.»
Proust [AD 193]
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