Kafka: “Yo podría, para mí, pensar otro Abraham."
sábado, julio 12, 2014
«“Yo podría, para mí, pensar otro Abraham”
Esta es una cita. “Yo podría, para mí, pensar otro Abraham”. “Pensar” se puede sustituir por “imaginar” o “concebir”, y traducir un poco diferente esta frase. “Ich könnte mir einen anderen Abraham denken”: “Yo podría, para mí, aparte de mí, en cuanto a mí, imaginar, concebir, la ficción de otro Abraham.”
La frase nos viene de una pequeña parábola de Kafka, de dos pequeñas páginas. Ella no lleva por título más que un nombre, Abraham[i], justamente. “Ich könnte mir einen anderen Abraham denken” y más adelante: “Aber ein anderer Abraham”: “Pero aún otro Abraham.”
Habría pues, quizá, quizá, más de un Abraham. He aquí aquello en lo que se trataría de pensar (denken). Quizá.»
«Dejemos esperar aquí, en exergo, a esos otros Abraham. Yo esbozaré más tarde una de las interpretaciones que más me tienta, pero todo lo que yo arriesgue de ahora en más podrá ser entendido como una respuesta indirecta a esta locura de Kafka, y un post-scriptum a otra lectura que yo propuse en otro lado, en Dar la muerte, de la ligadura de Isaac y de más de un Abraham. De los Abraham múltiples y a veces ficticios, de Kierkegaard y de Lévinas.»
«¿Cuáles historias? ¿Cómo contarlas o rendir cuenta de ellas, o mejor, cómo hacerlas contables? ¿Cómo y con qué derecho distinguir, por ejemplo, entre aquello que, desde mi experiencia toca, por un lado, a mi “ser judío”, el más íntimo o el más oscuro, el más ilegible...»
«Incluso sin nombrar a Abraham, antes de osar citar a comparecer a la inmensa figura del patriarca considerado a responder a la llamada de su nombre “sí, heme aquí”, “yo estoy aquí”, “estoy dispuesto”, es necesario saber y es la primera enseñanza abrahámica, antes de cualquier otra, que si todo para nosotros comienza por la respuesta, si todo comienza por el “sí” implicado en toda respuesta (“sí, yo respondo”, “sí, heme aquí”, incluso si la respuesta es “no”), entonces en toda respuesta, incluso en la más modesta, en la más cotidiana, permanece el consentimiento dado a cualquier presentación de sí. Incluso si, en el curso de la respuesta, en el contenido determinado de una réplica, yo dijera “no”, mismo si yo declaro, “no, no y no, yo no estoy aquí, yo no vendré, yo me voy, yo me retiro, yo deserto, yo me voy al desierto, yo no soy de los vuestros ni estoy enfrente de ustedes” o “no, yo niego, yo reniego, yo denego, desapruebo, etc.”, entonces este “no” habrá dicho “sí”, “sí, estoy aquí para hablarles, me dirijo a ustedes para responder “no”, heme aquí para negar, desaprobar o denegar”.»
«Pero antes de que yo sostenga algunos argumentos, mis dudas sobre la fiabilidad de estas tres distinciones (yo/tú, yo/nosotros, nosotros/vosotros, yo-nosotros/ellos-ellas, etc., auténtico-inauténtico, judeidad-judaísmo), permítanme murmurar esto con el tono de una confidencia más o menos inocente. Yo oso apenas, yo osaba apenas, todavía ayer, lo reconozco, tomar aquí, como se dice, la palabra. Y sin duda no lo haré sino para confiarles a ustedes esto que siento desde hace tiempo en mí, en un lugar de este tipo, en un lugar así definido, delante de un tema así formulado, delante de la cosa “judía”, a la vez, justamente, confiado y condenado al mutismo. Sí, tan confiado como condenado. En primer lugar, al mutismo, en el sentido en que se dice “confiado al cuidado”, confiado al silencio que cuida [garde], tanto como se lo guarda [garde].[iv] Un poco como una cierta manera de callar o de callarse, como si un cierto secreto hubiera sido representado, desde siempre, en cuanto al judaísmo, en cuanto a la judeidad, en cuanto a la condición o la situación de ser judío, en cuanto a aquella llamada que yo apenas me atrevo a declarar como la mía, como si tal silencio, un silencio determinado, y no importa cual (pues yo no he disimulado nunca en absoluto mi filiación judía y siempre la he reivindicado con honor), como si, por tanto, tal reserva obstinada hubiera sido representada por una suerte de guarda [garde], de salvaguarda [sauvergarde]: un silencio que se protege y que protege, un secreto que quizá cuide del judaísmo, pero también que cuide de una cierta judeidad en sí –aquí, en mí. Es conocido el lazo profundo, y que no es solamente etimológico, que puede descubrirse entre el cuidado y la verdad. Como si, paradoja que no cesaré de desplegar y que resume todo el tormento de mi vida, me hubiera hecho necesario cuidarme del judaísmo para guardar en mí aquella cosa que yo llamo provisoriamente la judeidad. La frase, la inyunción contradictoria que habría así ordenado mi vida, ella, me habría dicho en francés: guárdate del judaísmo –o incluso, de la judeidad. Cuídate de ello para cuidarlo [garde-t’en pour en garder], cuídate siempre un poco de ello, cuídate de ser judío para guardarte judío o para guardar el Judío en tí. Vigila al judío en tí [prends garde au Juif en toi]. Mira bien, sé vigilante, sé observador y no seas judío a ningún precio. Incluso si estás sólo y eres el último judío a ese precio, observa allí dos veces antes de declarar una solidaridad comunitaria, incluso nacional y sobre todo estado-nacional y antes de hablar, de tomar partido, de tomar posición en tanto que Judío.
¿Es auténtico todo esto? Volveré a través del fondo abisal de esta palabra, auténtico, que es todo salvo inocente.»
«Este guardar el secreto al que yo habría sido confiado, o esta guarda del secreto confiada, un secreto tanto más grande y más grave que yo, que es como si hubiera recibido la misión de serle fiel tanto que una palabra justa sobre ese tema no me sería dada o ordenada, una palabra que yo debería inventar, tanto como descubrir, reencontrar en mí, fuera de mí -y defender a cualquier precio.»
«Mutismo, silencio testarudo, decía yo, al cual tan confiado como había sido, había sido yo también condenado. ¿Para quién? ¿Para qué? ¿Dónde? ¿Cómo? He aquí mis preguntas. Pues si la confianza, la confidencia de haber-sido-confiado, por una suerte de elección secreta, pero por esencia incierta, siempre dispuesta a un malentendido apocalíptico o irrisorio, una elección que no sería sobre todo la de un pueblo –una contra-elección, pues, el contra-ejemplo de la elección-; si pues, aquello que me ha consagrado, dedicado, entregado a la ley de un silencio tal, yo lo he sentido siempre, casi siempre, como la oportunidad prometida de un saludo sin saludo, venido yo no sé de dónde, bien, no queda sino que yo me haya sentido, simultáneamente, indisociablemente, confinado, incluso denunciado, condenado, maldito por la misma consciencia oscura de elección, de elección fatal por la cual un poder trascendente y sin figura me conducía al silencio, me hería de mutismo, como hiere una debilidad, una herida, desde el nacimiento o casi de nacimiento. El silencio del que yo hablo habrá sido y permanece todavía a la vez decidido y no-decidido, indecidiblemente decidido por mí sin mí, por el otro en mí. Al riesgo sin fin del trágico o risible malentendido.»
«A título de la ejemplaridad, y sobre todo de aquello que yo llamo regularmente el contra-ejemplo, cuando juego sin jugar, en un carnet de 1976 citado en “Circonfesion” a apodarme “el último de los Judíos”[vi], yo me presento a la vez como el menos judío, el Judío más indigno, el último que merece el título de Judío auténtico, y al mismo tiempo, a causa de ello, a razón de una fuerza de ruptura que desarraiga y universaliza con el lugar, con lo local, lo familiar, lo comunitario, lo nacional, etc. aquel que juega a jugar el rol del más judío de todos, el último y por tanto el único sobreviviente destinado a asumir la herencia de las generaciones, salvar la respuesta o la responsabilidad ante la asignación o ante la elección, al riesgo siempre de tomarse por otro, aquel que posee la esencia de una experiencia de la elección; como si el menos pudiera el más, y como si (ustedes ya han notado que yo recurro con frecuencia al “como si” y lo hago con intención y sin jugar, sin facilidad, pues yo creo que un cierto quizás del como si, lo poético o lo literario en suma, late en el corazón de aquello que yo querría confiarles aquí), como si fuera aquel que niega más, el que parece traicionar los dogmas de la pertenencia comunitaria, religiosa, incluso la del pueblo, de la nación y del Estado, etc., como si éste sólo representase la exigencia última, la petición hiperbólica de ella incluso si éste pareciera traicionar perjurando. De donde esta ley que viene sobre mí, una ley de apariencia antinómica que, de forma precoz, oscura, en una suerte de luz de rayas inflexibles, me dictaba la fórmula hiperformalizada de un destino consagrado al secreto...»
«Quienquiera que esté seguro, como no lo estaba, justamente, el otro, el segundo otro Abraham de Kafka,...»
Derrida, Abraham, El Otro
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