«Narciso nos seduce y se impone como motor del subjetivismo occidental»
jueves, julio 24, 2014
«Puede parecer abusivo dar a Narciso ese papel crucial en la historia de
la subjetividad occidental que consiste en hipostasiar la función del
reflejo y, a partir de su fracaso narcisista, en impulsar la interiorización
del reflejo para transformar la idealidad platónica en interioridad especulativa.
Si bien es cierto que la lectura de Plotino nos autoriza a ello, otros
movimientos míticos, filosóficos e históricos conducen también a ello, y
poderosamente además. Sin embargo, Narciso nos seduce y se impone
como motor del subjetivismo occidental, y no sólo debido a su
presencia, explícita o alusiva, en las Enéadas. La trivialidad del personaje
(el joven de Tespias no tiene nada de heroico), pero también
la demencia de su aventura (Ovidio habla de una novitas furoris,
de una nueva demencia), hacen de él un caso límite, es cierto, pero también un caso general. Ni Dioniso ni Cristo, pero trágico e inmortal por metamorfosis floral, este enamorado de sí mismo nos resulta extrañamente cercano en su
puerilidad cotidiana. No obstante nos fastidia poniendo de manifiesto un
malestar sutil, una incomodidad húmeda y fría. Como si este comienzo
de una nueva era, la era cristiana que ha de conducirnos a asumir nuestra
humanidad a través del grandioso sufrimiento de Cristo, insinuara
paralelamente, no en las alturas sacrificiales del Calvario, sino en los
terrenos baldíos, húmedos y pantanosos de la experiencia humana,
que la interioridad, esta Psique hecha psiquismo, se paga con una
nueva demencia. Humana, demasiado humana.
Encontramos, en suma, en la linde de la interioridad occidental,
el infantilismo y la perversión. La significación peyorativa —a los
ojos de la Unidad ideal— de estos términos no elimina en absoluto
su presencia constitutiva, aunque desplazada, elevada, «sublimada»,
en los fundamentos mismos del psiquismo. No olvidemos tampoco
algo que los meandros de las aventuras narcisistas quizá han hecho
perder de vista, y que compone sin embargo el marco de la aventura
narcisiana, su causa y su fin: el amor. Eros, amor se declaran sin otro
objeto que la propia imagen, un reflejo del propio cuerpo,
una parte idealizada que actúa por el todo.
Que el erotismo pueda ser, en el elemento acuático de un bosque arcaico,
un autoerotismo, es una desmitificación, un rebajamiento de la sublimidad característica del estado amoroso.
Por otra parte, aunque Ovidio perciba la experiencia narcisiana como demente, no lo es sin embargo en el sentido de un furor sexual,
como en Dioniso o las bacantes.
Aquí, la demencia reside en la ausencia de objeto,
que es en última instancia el objeto sexual.
¿Para qué sirve el objeto? Para dar una existencia sexual a la angustia.
Narciso no lo consigue. Está en otra dimensión.
Al no estar junto a un objeto, renace su angustia
y cuando se da cuenta, en este rebote, de que ese otro
de la fuente no es sino él, construye un espacio psíquico:
se convierte en sujeto. ¿Sujeto de qué? Sujeto del reflejo a la vez que de la muerte.
Narciso no está en la dimensión objetal o sexual.
No ama ni a los jóvenes, ni a las jóvenes, ni a los hombres ni a las
mujeres. Ama. Se ama: activó y pasivo, sujeto y objeto. De hecho,
Narciso no está completamente desprovisto de objeto. El objeto de Narciso
es el espacio psíquico; es la propia representación, la fantasía, Pero él no
lo sabe, y muere. Si lo supiera sería intelectual, creador de ficciones
especulativas, artistas, escritor, psicólogo, psicoanalista. Sería Plotino
o Freud.»
Julia Kristeva
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