La memoria es la que constituye la identidad personal
jueves, julio 31, 2014
«Tal cual lo enfatiza Penelhum,
la unidad del yo es una ficción
en la concepción de Hume de la identidad personal. Lo cual parece una doctrina radical no suficientemente justificada. Ello no impide establecer e introducir la distinción en la identidad personal, según Penelhum, entre
identidad personal concerniente al pensamiento e imaginación y
la identidad personal concerniente a la vida emocional,
en donde se juegan las pasiones; la identidad como saber de sí en el pensamiento y la imaginación, en sentido gnoseológico, es diferente de la identidad personal, expresiva y afectiva. Lo cual es pertinente para evaluar la idea del self en nuestra vida emocional, en nuestro criticismo moral y en la acción racional con arreglo a fines y valores. No obstante, el psicologismo de Hume es en todo momento deliberado para trasladar la sicología a un lenguaje conceptual, cometiendo así un anacronismo. De esta manera, cuando Hume nos habla del papel que la idea del yo juega en las pasiones lo entiende como un rol causal. Hay dos lugares donde ese papel del yo es causalmente prominente: en la génesis de las pasiones indirectas de orgullo y humildad, y en el mecanismo de simpatía.126 La causa que genera el orgullo o el amor se correlaciona con la idea del sí mismo, en cuanto se refiere a otra persona (en cuyo caso aparece el amor de sí).
Según Hume, hay que dudar de que somos concientes íntimamente y en todo momento de lo que llamamos nuestro yo. Este sólo aparecería como una idea que se forja de acuerdo con el desenvolvimiento de nuestra vida emocional.
No tenemos una percepción y autoconocimiento de nuestro yo en la continuidad de la existencia,
pues ello es contrario a la experiencia, ya puesto que “no existe ninguna impresión constante e invariable”,127 en la actividad cognoscitiva. Así, pues, la idea del yo en cuanto impresión invariable, a través de todo el curso vital, no es ninguna idea de unidad constante. No existe una unidad de la persona corroborada por la experiencia, sino simplemente
una creencia de dicha unidad,
que nos hacemos a espaldas de ella. Si esta hipótesis es cierta, todas las percepciones particulares “son diferentes, distinguibles y separables entre sí y pueden ser consideradas separadamente, pueden existir separadamente y no necesitan de nada para fundamentar su existencia”.128 Por tanto, la manera como las percepciones separables permanecen en el yo y se enlazan con él entraña una dificultad, que concierne a un principio dentro de mí, que no permite percibir algo simple y continuo. “El espíritu es una especie de teatro donde varias percepciones aparecen sucesivamente, pasan, vuelven a pasar, se deslizan y se mezclan en una infinita variedad de posturas y situaciones. Propiamente hablando, no existe simplicidad en ellas en un momento ni identidad en diferentes, aún cuando podamos sentir la tendencia natural a imaginarnos esta simplicidad e identidad”.129 Lo que hay es una colección de diferentes percepciones, que se modifica permanentemente de acuerdo con el fluir de la corriente vital y la experiencia. Pero, en ningún momento, ofrecen una unidad sintética de la percepción, que nos haga presagiar que existe un sujeto cognoscente, que tiene la función de establecer en un momento dado su identidad en una unidad invariable.
El autoconocimiento por parte de un yo que se sobrepone a todas las experiencias de la percepción parece, así, una invención ficticia – de la identidad imaginaria -,que le acuerda a las funciones del pensar y la representación una existencia separada, es decir, diferenciada de los propios contenidos de la percepción. Lo que produce la inclinación a atribuir identidad a estas percepciones, que se suceden en la corriente vital y que nos hacen suponer que poseemos una “existencia invariable e ininterrumpida a través de todo el curso de nuestras vidas”,130 es justamente la identidad personal en dos diversos sentidos: como referida a nuestro pensamiento e imaginación, o autoconocimiento, y en cuanto tiene que ver con nuestras pasiones y “al interés que tenemos por nosotros mismos”,131cifrado en el respeto, o sea la autoafirmación, que desde luego, tiene relación con los asuntos propios de la naturaleza humana en relación con la acción emotiva.»
«Sin embargo, la invariabilidad puede estar relacionada para cierto tipo de objetos que tienen que ver con la pasiones y el sentimiento, identidad como autoafirmación, que sólo se muestran como invariables mientras pasan a otro momento de modificación, ya que la observación nos dice que sólo son invariables como uno continuo inmodificado aquella sucesión de objetos enlazados de acuerdo con su semejanza, continuidad y causalidad; que dan la idea de que algo no ha cambiado, cuando en realidad se trata de diversas percepciones separadas de acuerdo con el momento de la percepción. Por ello,Hume advierte que “nuestro asunto capital, pues, debe ser probar que todos los objetos a los que atribuimos identidad, sin que estos sean invariables e ininterrumpidos son aquellos que están formados de una sucesión de objetos relacionados”.135»
«Por este camino – por este “método de razonamiento”,137 dice Hume - es que llega a la conclusión de que “la identidad que atribuimos al espíritu humano es tan sólo ficticia y del mismo género de la que adscribimos a los cuerpos vegetales o animales”.138»
«De acuerdo con este punto de vista, la única objeción que restaría, según Hume, sería la de explicar cuáles tipos de relaciones se producen en el progreso suave y continuo de nuestro pensamiento,
sino existe un yo propiamente empírico, sino un yo ficticio.
La explicación es muy fácil: la memoria como facultad sicológica de nuestra naturaleza humana es la que permite el surgimiento de las imágenes de las percepciones pasadas;
la memoria es, por tanto la que descubre y constituye la identidad personal
como autoconocimiento, y contribuye a su conformación, bajo las relaciones de semejaza, continuidad y causalidad que establece entre las percepciones. El principio de causalidad es el que permite los diversos tipos de relaciones, que se establecen entre las percepciones y, en cuanto a la persona - que es la
depositaria de la memoria en donde reside la identidad de ella -,
“la misma persona puede del mismo modo variar su carácter y disposición lo mismo que sus impresiones e ideas sin perder su identidad”.140 Lo que no cambia es la capacidad de desplegar relaciones de causalidad para establecer el enlace de las percepciones. Esto en relación con la identidad de autoconocimiento, en el sentido del pensamiento y la imaginación.
En relación con la ley del corazón, en relación con la identidad de autoafirmación, sentimental y de respeto a sí mismo ( self-regard), que se conecta con la vida emotiva, pero es la imaginación – y no la memoria- la que mueve a trazar influencias de distintas percepciones, alejadas en el tiempo, que movidas por la pasión provocan nuestros dolores y placeres, removiendo y reviviendo el pasado, y prefigurando el futuro. Desde este punto de vista,
la memoria de las situaciones pasadas se muestra sólo como la fuente de nuestra identidad personal, sentimental y afectiva, pero es la imaginación la que moldea esta memoria.
Pero, es evidente que la memoria no es la única fuente de la identidad personal, como lo afirma Hume, pues en cuanto criterio psicológico se debería acompañar del carácter, que precisamente designa las características constantes y
decisorias del comportamiento y la personalidad, que condicionan la acción individual y social.»
Jesús Ernesto Patiño Ávila
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