Deseo mimético, estructuralismo y desorden.

domingo, abril 05, 2015

«La primera consecuencia importante de esta teoría es que destaca la pertinencia del desorden;

el orden informacional se establece sobre un fondo de desorden y puede volver siempre al desorden.

El desorden obtiene en esta teoría el lugar que le había usurpado el estructuralismo y los “lingüisticismos” derivados de él. Es el intento perenne de la filosofía de controlar el caos mediante la gnosis, interpretándolo.»

«En la rivalidad literaria todos los actores ocupan todas las posiciones sucesivamente y luego simultáneamente, y no hay posiciones distintas.

El modelo se deja contagiar por el sujeto que le imita, imitándose a sí mismo por medio del imitador. Esto es lo que Girard denomina una relación entre dobles. “No se puede diferenciar entre sí a los dos miembros de la pareja”.

Pero Girard habla de dobles reales, no alucinatorios (reflejo debilitado, imagen en el espejo, fantasmas, etc., de los que hablan la psiquiatría y el psicoanálisis). Los dobles no son más que la reciprocidad de las relaciones miméticas. No existe alucinación del doble, lo que es alucinatorio es la “diferencia” y ésta es la que hay que tener por loca en la psiquiatría: “la lectura alucinatoria de los dobles es la última astucia del deseo para no reconocer, en la identidad de la pareja mimética, el fracaso último o, mejor dicho, el éxito lamentable del propio deseo mimético.

La “astucia del deseo “parece poner en evidencia el esmero discursivo de Girard para salvaguardar la cientificidad de sus análisis, pues parece conferir al deseo un carácter hipostasiado, personalizado. No obstante, esta posible crítica es desechable por el mero hecho de que, si el deseo es el mismo para todos los hombres, no hay razón para hacer de él el verdadero sujeto” de la estructura. Un sujeto que, por otra parte, se reduce a la mímesis, evitando hablar de sujeto deseante para no dar la impresión de caer en una psicología del sujeto. Así, sustantiviza al deseo como si tuviera capacidad de conocer sus fines y utilizar todo su saber de sí mismo y sus argucias para conseguirlos: «pone la verdad al servicio de su mentira, se arma cada vez mejor para destruir todo lo que cae en sus manos, para movilizarlo todo, tanto en los individuos como en las comunidades, en provecho del double bind constitutivo, a fin de hundirse siempre en ese atolladero que lo define». Estas relaciones del deseo llevan al intercambio mutuo de la violencia sin objeto: “luchar por el prestigio, por el honor, es luchar literalmente por nada. Una escalada de violencia que recuerda, en psiquiatría, los síntomas de la alternancia, los altibajos de los neuróticos, las oscilaciones del humor, lo maniaco-depresivo, y hasta el binomio dionisos-el crucificado nietzscheano, la ambivalencia de lo sagrado (lo sucio y bendito a la vez), la estructura psicótica (caracterizada también como desaparición del objeto y las relaciones entre dobles), la hipnosis, la posesión, etc.»

«Se da cuenta de lo que ni el mismo psicoanálisis percibe, obcecado por el tema de la coquetería, a saber, que

el narcisismo es en realidad una reciprocidad, que es negada al mismo tiempo que se manifiesta con virulencia, entre el sujeto y su doble.

El tema de los dobles irrumpe al primer plano como principio explicativo y como asunto explicado, siguiendo el discurso de la mímesis.»

«Pero no se trata de masoquismo al estilo freudiano, porque lo que interesa no es el placer que provoca la permanente frustración,

sino la tensión que se perpetúa del deseo al no poder alcanzar su satisfacción, incluso el triunfo del modelo, que le prueba la dignidad del rival elegido y de rebote la propia.

En las Memorias del subsuelo el empellón recibido en la calle inmediatamente convierte al insolente extraño en uno de los fascinantes rivales-obstáculos que obsesionan al protagonista y que denuncian al lector.

Nada es más mimético que ese vaivén entre derribar al ídolo y de fusionarse con él.

Si el deseo es mimético por naturaleza, todos los fenómenos consiguientes deben necesariamente tender a la reciprocidad. La trama novelística nos desvela cómo se acumula cada vez más conocimiento del otro y de sí mismo, pero ese conocimiento nunca puede romper el círculo de su "alienación", y

la reciprocidad no hace sino perpetuarse en forma inversa:

cuanto más se acercan los personajes más se alejan,

cuanto más se aman más fácilmente se odiarán,

más esclavo cuanto más se cree libre,

más dependiente el uno del otro cuanto más se cree emancipado del afecto.

La verbalización de estos sentimientos es pura propaganda. La verdad marcha de manera inexorable a

enfrentarlos y a confundirlos como si se tratara de gemelos, de dobles.

Nadie como Dante, Shakespeare, Cervantes y Dostoievski para revelar hasta qué punto puede ser infernal el deseo imitativo del otro, del antagonista. Este vaivén es el que causa la angustia del "eterno marido" o del hombre del subsuelo.»

«Con Dostoievski conocemos el final de esta caída. Dostoievski tiene una aguda conciencia del dinamismo mortal que anima el deseo. Su obra no tiende hacia la desintegración y la muerte porque tiene una imaginación sombría sino que

tiene una imaginación sombría porque su obra tiende hacia la desintegración y la muerte.»

«El apocalipsis dostoievskíano es un desarrollo cuyo final es la destrucción de lo desarrollado.»

ÁNGEL BARAHONA PLAZA. Dostoievski y la profecía cristiana apocalíptica sobre el hombre futuro.

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