Girard, El deseo mimético
sábado, abril 04, 2015
“D. Quijote ha renunciado, a favor de Amadís, a la prerrogativa fundamental del individuo: ha dejado escoger los objetos de su deseo, y es Amadís quien escoge por él. El discípulo se precipita hacia los objetos que le designa, o parece designarle, el modelo de toda caballería. Llamaremos a este modelo el mediador del deseo. La existencia caballeresca es la imitación de Amadís en el mismo sentido en que la existencia del cristiano es la imitación de Jesucristo”. (Girard, Mensonge romantique et vérité romanesque)
«Existe, sin duda, una línea recta que une al sujeto y al objeto del deseo, pero no es lo esencial.
Por encima de ella está el mediador, que irradia a la vez hacia el sujeto y hacia el objeto:
la metáfora espacial que expresa esta triple relación es el triángulo.
El objeto del deseo cambia en cada aventura,
pero el triángulo permanece. Ocurre lo mismo en el caso de Sancho, cuyos deseos de ser gobernador de una ínsula y de convertirse en yerno de un duque no le han venido espontáneamente, sino que le han sido sugeridos por D. Quijote, el cual se convierte en el mediador de Sancho.
Desde el momento en que la influencia del mediador se hace sentir,
el sentido de lo real se pierde, y el juicio se paraliza.
La pasión caballeresca define un deseo según el Otro, opuesto al deseo según uno mismo, que la mayoría de nosotros se jacta de tener.
D. Quijote y Sancho toman prestado al Otro sus deseos en un movimiento tan fundamental, tan original,
que lo confunde con la voluntad de ser uno mismo.»
«Para que un vanidoso desee un objeto basta con convencerle de que ese objeto es igualmente deseado por un tercero que reviste cierto prestigio para aquél.
El mediador se convierte, así, en rival.
Este desea él mismo el objeto, o podría desearlo, y ese mismo deseo, real o presumido, convierte al objeto en algo infinitamente deseable para el sujeto. La estructura de la mediación engendra en el sujeto
un deseo perfectamente idéntico al del mediador,
de manera que nos situamos ante dos deseos en competencia. El mediador no puede desempeñar su cometido de modelo sin desempeñar a la vez, o parecerlo, su cometido de rival. Rivalidad que puede exasperarse.»
“Hablaremos, señala Girard, de mediación externa cuando la distancia sea suficiente para que las dos esferas de posibles, cuyo centro ocupan respectivamente mediador y sujeto, no estén en contacto; y hablaremos de mediación interna cuando esa misma distancia esté lo suficientemente reducida como para que ambas esferas penetren más o menos profundamente la una en la otra." (Girard, Mensonge romantique et vérité romanesque)
«El héroe de la mediación externa proclama bien alto la naturaleza de su deseo, venera abiertamente a su modelo y se declara discípulo,
mientras que el de la mediación interna disimula cuidadosamente su proyecto de imitación. El impuso hacia el objeto es en el fondo impulso hacia el mediador. Impulso que queda roto por la presencia misma de ese mediador, que desea o que posee ese objeto. Lejos de declararse vasallo leal,
el imitador no piensa sino en repudiar los vínculos de la mediación,
que se hacen, así, más sólidos que nunca, pues la hostilidad aparente del mediador convertido en rival, lejos de aminorar su prestigio, no puede sino incrementarlo.
El sujeto está persuadido de que su modelo se considera muy superior a él, y experimenta, así, por el modelo un sentimiento desgarrado formado por la unión de dos contrarios: la más sumisa veneración y el más intenso rencor: “A este sentimiento le llamamos odio”.»
«Sólo el ser que nos ha impedido, o nos impide satisfacer un deseo que él mismo nos ha sugerido es verdaderamente objeto de odio. Y el que odia, se odia primero a sí mismo en razón de la admiración secreta que su odio descubre. Se trata entonces de velar, de esconder a los demás y a sí mismo esa perdida admiración, de no ver en el mediador sino un obstáculo. El papel secundario de ese mediador pasa a primer plano para disimular el cometido fundamental del modelo religiosamente imitado.»
«El deseo mimético es siempre un deseo prestado,
en el cual, sobre la impresión directa que produce la realidad,
triunfa la sugestión procedente de otro.»
«En Jean Santeuil Proust da una definición triangular del odio
que es a la vez una definición del deseo:
“El odio… escribe cada día para nosotros la novela más falsa
de la vida de nuestros enemigos. Les supone, en lugar de una
mediocre felicidad humana, atravesada por penas comunes
que removerían en nosotros dulces simpatías, un gozo insolente
que irrita nuestra rabia. El odio transfigura tanto como el deseo y,
como él,
nos da sed de sangre humana.
Pero, por otra parte, como
sólo puede calmarse con la destrucción
de ese gozo, lo supone, lo cree, lo ve perpetuamente destruido.
Al igual que el amor, no se cuida de la razón, sino que vive con
el ojo fijo en una esperanza invencible”.»
«Esta ambivalencia del deseo propia de la mediación interna llega a su paroxismo en el caso de Dostoyevsky. En El eterno marido, obra que guarda una clara relación de identidad con El curioso impertinente de Cervantes, el personaje principal, Pavel Pavlovitch, no puede desear sino por la mediación de Veltchaninov, en Veltchaninov, dirían los místicos, antiguo amante de su mujer ya fallecida. Ahora le arrastra a la casa de la nueva mujer que ha elegido para que éste la desee y resulte, así, garante de su valor erótico.»
«Todos los héroes esperan de la posesión una metamorfosis radical de su ser.
Y en múltiples casos esta posesión del objeto no es sino un medio de alcanzar al mediador.»
«Quiere convertirse en el Otro sin dejar de ser él mismo. Para querer fundirse así en la substancia del Otro hay que experimentar por la propia substancia una repugnancia invencible. Girard observa aquí lo que denomina una dimensión metafísica del deseo que lleva a ir de los casos particulares hacia la totalidad. Todos estos héroes abdican de la cualidad más fundamental, la de desear según su propia elección. Todos ellos se odian en un nivel más esencial que el de sus propias
cualidades.»
«Esta maldición parece constituir el núcleo de la propia subjetividad.»
«Los mediadores pueden ser múltiples,
así como la mediación doble o triple,
y cada mediación proyecta su espejismo que se sucede como otras tantas verdades que suplantan a las anteriores.
Proust denomina Moi a esos “mundos” proyectados por las mediaciones sucesivas.
Esta fragmentación en yoes monádicos
alcanza en su obra su paroxismo, en donde la existencia pierde definitivamente la unidad y la estabilidad que todavía se conservaba, aunque amenazada, en los autores anteriores. En Proust, la multiplicación de mediadores engendra una descomposición de la personalidad, una imposibilidad de captar la unidad de los seres y de uno mismo, como si toda realidad fuese necesariamente el resultado de un caleidoscopio.»
«Mientras más breve sea el reinado del mediador más tiránico resulta.
En el hombre del subsuelo la sucesión de mediadores es tan rápida que ya no cabe hablar de distintos yoes. A este respecto, los intervalos de relativa calma, o de atonía espiritual que hay en Proust, dan lugar en Dostoyevsky a una crisis perpetua.
A ello se debe ese polimorfismo del ser dostoyevskiano que han señalado todos los críticos. Según Stendhal, la sociedad se reparte entre cinco o seis modelos. En Proust, esa cifra da lugar a múltiples yoes. En Dostoyevsky el demonio de Los poseídos se llama legión y se refugia en una piara de cerdos. Es, a la vez, uno y múltiple.
Esta atomización y fragmentación de la persona
no es otra que el resultado de la mediación interna,
concluye Girard. Y ésta, mientras más inestable resulte, más pesado hará su yugo. El eclecticismo vacío, las admiraciones excesivas y pasajeras, las modas siempre fugitivas, la rápida sucesión de las teorías, sistemas y escuelas, la “aceleración de la historia”, son otros tantos aspectos convergentes, para un Dostoyevsky, del trayecto que se acaba de trazar. El subsuelo es una desintegración del ser individual y colectivo. Dostoyevsky es el único en describir este fenómeno situado en la entraña misma de la Historia.»
«Resumiendo lo expuesto, cabe decir que puede pensarse que el deseo es objetivo o subjetivo, pero, en realidad, reposa sobre otro que valoriza los objetos: el prójimo es el modelo de nuestros deseos.
“A esto es a lo que llamo deseo mimético.”
Aunque el deseo mimético no conlleve necesariamente un carácter conflictual, lo es, sin embargo, con mucha frecuencia. Este carácter de oposición entre el sujeto deseante y el rival, poseedor del objeto deseado, genera un triángulo que exaspera cada uno de sus vértices en un movimiento repetitivo. La oposición exaspera el deseo; la imitación del deseo del prójimo engendra la rivalidad, y ésta, a su vez, refuerza la imitación. La existencia de un rival parece confirmar el fundamento del deseo y el valor inmenso del objeto deseado. La imitación se refuerza, así, en el seno mismo de la hostilidad, la cual tiende a su ocultación para parte de cada uno de los dos rivales.
A su vez, el movimiento recíproco es igualmente verdadero:
al imitar el deseo del otro, doy a éste motivos para desear
lo que desea, y la intensidad de su deseo se redobla.
Al dar un modelo a mi rival, le restituyo, en cierta forma, el modelo que me presta. Doy, así, un modelo a mi propio modelo. Idolatría del prójimo, e idolatría de nosotros mismos son los dos polos de un mismo movimiento circular: estamos tanto más abocados a dirigir al prójimo una adoración que se transforma en odio, cuanto más intentamos desesperadamente adorarnos a nosotros mismos proclamando nuestra radiante autonomía. De aquí que, en el planteamiento de Girard, la fuente principal de la violencia entre los hombres sea la rivalidad mimética.
Envidia, celos y odio uniformizan a los que oponen,
a la vez que rehúsan ser pensados en función de las
semejanzas e identidades que no cesan de engendrar.
La autonomía que pensamos estar siempre a punto de
conquistar, no es, al imitar los modelos de poder y prestigio,
sino una ilusión tanto menos consciente de su mimetismo
cuanto más mimética es.»
«Según Girard, lo que confiere un carácter modélico a este mito
y un valor antropológico perdurable es que en él se produce y se
solventa una crisis sacrificial:
“En la crisis sacrificial, todos los antagonistas se creen separados
por una diferencia formidable. En realidad, todas las
diferencias desaparecen paulatinamente.
En todas partes aparece el mismo deseo, el mismo odio,
la misma estrategia, la misma ilusión de formidable
diferencia en una uniformidad cada vez más total.
A medida que la crisis se exaspera, todos los miembros
de la comunidad se convierten en gemelos de la violencia.
Podemos decir que unos son los dobles de otros.
[…] Si la violencia uniforma a los hombres, si cada cual
se convierte en el doble o en el gemelo de su antagonista,
si todos los dobles son idénticos,
cualquiera de ellos puede convertirse en cualquier
momento en el doble de todos los demás, es decir,
en objeto de una fascinación y un odio universales
[…] Una sola víctima puede sustituir a todas las víctimas
potenciales, a todos los hermanos enemigos que cada
cual se esfuerza en expulsar, esto es, a todos los hombres
sin excepción, en el interior de la comunidad”.»
«Lo que inicialmente era una relación bilateral de dobles,
se hace multilateral, para después polarizarse en un solo
foco. Un aspecto específico de este proceso es la indiferenciación,
una completa superación de las diferencias
que, por una parte, parece calmar los odios que estas diferencias generan, pero que, por otra parte, las exasperan al hacerlas completamente intercambiables. En Masa y poder, Elias Canetti señala este mismo fenómeno:
“En el interior de la masa reina la igualdad.
Se trata de una igualdad absoluta e indiscutible
y jamás puesta en duda por la masa misma.
Posee una importancia tan fundamental que se podría definir el estado de la masa directamente como un estado de absoluta igualdad. Una cabeza es una cabeza, un brazo es un brazo. Las diferencias entre ellos carecen de importancia.
Uno se convierte en masa buscando esta igualdad.
Se pasa por alto todo lo que puede alejarnos de este fin”.»
José Antonio Millán Alba, LOS MITOS SEGÚN RENÉ GIRARD.
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