Gruchegnka: «Le he querido durante una hora, sólo durante una hora; pero que se acuerde siempre de esta hora.»
martes, abril 28, 2015
«Ahora, Aliocha, voy a confesarme a ti, a ti solo, para que sepas quién soy. Yo quería perderte. Tanto lo deseaba, que compré a Rakitine para que te trajera. ¿Por qué tenía yo este deseo? Tú, ni sabías nada ni querías nada conmigo. Cuando pasabas por mi lado, bajabas los ojos. Yo preguntaba a la gente por ti. Tu imagen me perseguía. Yo pensaba:
«Me desprecia. Ni siquiera quiere mirarme.
Al fin, me pregunté, sorprendida: « ¿Por qué temer a ese jovenzuelo?
Haré de él lo que se me antoje.»
Nadie podía faltarme al respeto, porque no tenía a nadie: sólo a ese viejo al que me vendí. No cabe duda de que fue Satán el que me unió a él.
Estaba decidida a que fueses mi presa. Lo tomaba como un juego.
Ya ves a qué detestable criatura has llamado hermana. Mi seductor ha llegado. Espero noticias suyas. Hace cinco años, cuando Kuzma me trajo aquí,
el hombre que me sedujo lo era todo para mí.
A veces me ocultaba para que nadie me viera ni me oyese. Lloraba como una tonta, me pasaba las noches en vela, diciéndome: «¿Dónde estará el monstruo? Debe de estar con otra, riéndose de mí. ¡Ah, si lo encuentro! Mi venganza será terrible.» Lloraba en la oscuridad, con la cabeza en la almohada, complaciéndome en torturarme. «¡Me las pagará!», gritaba. Y al pensar en mi impotencia, en que él se burlaba de mí, en que acaso me había olvidado por completo, saltaba del lecho y bañada en lágrimas, presa de una crisis nerviosa, empezaba a ir y venir por la habitación.
Todo el mundo se me hizo odioso. Luego amasé un capital, me endurecí, engordé. Creerás que entonces era más comprensiva. Pues no. Aunque nadie lo sabe, muchas noches, como hace cinco años, rechino los dientes y exclamo entre sollozos: «¡Me vengaré!»... Ya lo sabes todo.
¿Qué piensas de mi? Hace un mes recibí una carta de él, anunciándome su llegada. Se ha quedado viudo y quiere verme. Esto me trastornó. ¡Dios mío, va a venir! Me llamará y yo acudiré, arrastrándome como un perro azotado, como quien ha cometido una falta. Pero ni yo misma estoy segura de que obraré así. ¿Cometeré la bajeza de correr hacia él?
Ultimamente he sentido contra mí misma una cólera más violenta que la que sentí hace cinco años. Ya ves lo desesperada que estoy, Aliocha. Te lo he confesado todo. Mitia sólo era para mi una diversión... Calla, Rakitka. Tú no eres quién para juzgarme. Antes de vuestra llegada, yo os estaba esperando y pensaba en mi porvenir. Nunca podréis imaginar cuál era mi estado de ánimo. Aliocha, dile a esa joven que no me tenga en cuenta lo que le dije. Nadie sabe lo que pasaba por mí entonces... A lo mejor, voy a verlo armada con un cuchillo. Aún no estoy segura. Incapaz de poner freno a su emoción, Gruchegnka se detuvo, se cubrió el rostro con las manos y se desplomó en el canapé, llorando como un niño.»
«Apenas habían salido los dos jóvenes, se abrió la ventana del dormitorio y se oyó la voz sonora de Gruchegnka.
-Aliocha, saluda de mi parte a tu hermano Mitia. Dile que no guarde mal recuerdo de mi. Repitele estas palabras:
«Gruchegnka se ha ido con un hombre vil en vez de quedarse contigo, que eres una persona honorable.»
Añade que le he querido durante una hora, sólo durante una hora; pero que se acuerde siempre de esta hora.
Y que en lo sucesivo Gruchegnka... mandará en su pensamiento... Los sollozos le impidieron continuar. Gruchegnka cerró la ventana. Rakitine se echó a reír.
-Deja a Mitia hecho un guiñapo y quiere que la recuerde toda la vida. ¡Qué ferocidad!»
Dostoievski, Los hermanos Karamazov.
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