Relato: El naufragio de los poetas locos

domingo, abril 26, 2015


El naufragio de los poetas locos. Narración de las frases sueltas que van diciendo los poetas locos que fueron encerrados uno tras otro a lo largo de los siglos en este manicomio. Luego son llevados en barco a una isla perdida, a la Isla del Olvido.



Mi padre vino en barco y yo me hice árbol. Y yo soy una sirena y tú tonto. Y tú idiota, mona. Un día descubrí el sabor del azúcar sobre tu piel. Pues lame mis ojos. No, que están sucios. Me los limpiaré con estrellas. Las estrellas están lejos. Las llamaré. Detrás de una puerta que esconde tu mirada. ¿Pero la ves, poeta? Te voy a hacer una escalera de corazones para que te escapes de este loco sitio. Sí; y para que no escuchemos más tus pésimos versos. Eso, eso; que ese está loco. Sí, muy loco; por eso está aquí encerrado. ¡Tampoco tenemos tanta rebeldía! Solo somos palabras sin peligro. Oye, tú, mamón, que yo tengo puños de poeta. Tú eres una niñita, mariconcete. Y tú una bruta, bella flor. En esos ojos planto la flor de la inocencia. ¿Cuando traen la comida? ¿No has comido versos? Sí; pero me dejaron mal sabor de boca. Ja, ja, ja. Todos ríen. ¿Deshacemos el amor esta noche para que mañana esté vivo? Sí, Penélope. ¿Cuánto has viajado? ¿Yo? Sí, tú. ¿Cuánto has viajado y a dónde? No sé. He viajado varias veces a la Luna, como todos. Pues Yo no. ¡Eh, yo! Tú, no, porque eres tonto, ni tienes sueños, mal poeta. Mal poeta, lo serás tú, grandullón. Enano. Grande. Bestia. Tú, animal poeta. Tú, cigarra. Sí, sí, cigarra; y nos destrozas los oídos. Tú, con tu antipoesía. Mejor será que te calles. Cállate tú o recita, que tengo hambre. Los cipreses duermen de un dolor infinito. Y tú vas al cementerio del jardín a cantar por las noches. Yo, no; yo duermo; serás tú y tu alma. Yo, no; yo dejé mi alma en un libro. ¿Te lo publicaron? No. Ah! Pues dala por muerta. Ahora comprendo porqué me olía mal. Mira, mira, todos ríen. Sí, los locos también ríen. Las bibliotecas son un pozo seco sin nuestros labios. Sí, con tus labios mugrientos; anda, anda. Las bibliotecas son cementerios. Auuh, dice el lobo. No hagas eso que me das miedo. A que te como. No hables de comer que me da hambre. No supe de la vacilación del viento. Los barcos sí saben. Saben como las olas. Y el mar sueña. Sí, sueña como nosotros. El ojo que canta. Ese está allí, en aquel rincón agachado. Míralo, nunca habla. Oye, tú, de mí no hables. Habla de ti, si es que te conoces. ¡Cómo no voy a conocerme! Por eso hablo. Y tú cantas y recitas porque eres tonto. Tonto lo serás tú. Mira, mira, como los dos se callan y se miran los locos con odio. Oye, oye, los poetas deben amarse. Y algunos sonríen con desatino. Hemos hecho un pacto entre caballeros: aquí se habla, aquí se dice lo que se piensa. ¡Qué pacto ni ocho cuartos! Aquí se miente como en todos lados. ¿No somos, además de poetas, también hijos de vecinos? Vecinos somos aquí; en nuestras casas estábamos aislados. No nos conocían ni nuestras madres, aún menos nuestros padres: algo así como muertos; o mejor, para algunos, no haber nacido. Pues yo nací. Y yo. Y yo. «Todos nacimos», ha dicho el filósofo poeta en pensamientos. Míralo. Está allí mirando al suelo para ver si descubre el Gran Secreto. Sí, sí, reíros. El gran filósofo no oye las risas. Cada vez que suelta un verso es para decir algo. Sí. Que no entiende ni su madre. ¡Con lo fácil que es cantar! Sí. Tú canta a ver si llueve. Yo canto cuando me da la gana; aunque haya llovido mucho. A ver si se inunda esto y nos sacan de esta nave. Mira. Ahí está el poeta novelista partiéndose la cabeza con nuestro carácter. Querrá descubrir el secreto de nuestras almas. ¡Estará loco! No se conoce ni él; y pretende conocernos a nosotros, a todos y a cada uno en profundidad. Y explicar, además, el porqué escribimos lo que escribimos. Está loco de remate. Ese sí que está loco. A los demás, que nos suelten. Pues entonces tendrían que meter aquí a todos menos a nosotros. Sí, eso. Nosotros llevaremos el mundo. Lo malo serán las fábricas: ¿quién trabajará? Que trabajen los pájaros. Que pongan huevos. Comeremos tortilla de pájaros, con carne, huevo y plumas. Y nos cantará el estómago. Y cagaremos plumas y vuelos. ¿Quién va a leer esto? Los locos no llevan un orden, ni les importa. Buscarán al autor. El autor somos todos. ¿No ocurre así en la literatura? Sí. Pero allí la ponen en hojas. Asesinos. Nuestro único crimen es contra la razón de los cuerdos. ¿Qué culpa tienen los árboles? Ninguna. Y estos locos hacen literatura con sierras. Nosotros la hacemos con palabras sin costo. Y babeamos. Y escupimos. Y quemamos las noches con el insomnio. Y gritamos para llenar la oscuridad. Y al alba, con su calma, dormimos. Nadie nos recordará porque no estamos en las bibliotecas. ¡Ni falta que nos hace! Nos llevaremos nuestros secretos. Y cuando seamos fantasmas llenaremos la noche. Meteremos poesías en las cunas. Las colgaremos de los árboles. Las haremos flotar sobre los ríos navegables. Los bosques serán árboles. Sí, eso. Y fiesta. Y como nunca tenemos sueño, no existirán las horas. Ni las Iras. Eres una flauta. Y tú, un cangrejo. Tú, una ballena. Yo, un rinoceronte. Yo soy la selva. Yo, la sabana. Fui un león. Y yo una hierba. ¡Cuidado con la vaca! Que ésta se come todo. No empieces con el sexo, so guarro. Guarro tú, que comes de todo. Mejor me callo y como un poco de aire. Sí, come y calla con el oído. Podemos introducir un crimen. E investigamos como locos a ver quien lo ha matado. ¿A quién matamos primero? Al que menos hable y menos sirve. Y cuando lo encontremos ¿cómo hacemos? Ya veremos. Improvisamos. Improvisamos sin rima ni ton ni son ni crimen. Una mañana amanecerá muerto. Lo malo es que nadie duerme. Cuando esté en el cuarto de baño. Vale, eso. Ahora que lo saben nadie querrá ir a cagar. Y lo harán aquí. Cuando esté de espaldas, entonces. Y agachado. Le partimos la cabeza. El criminal tiene que ser uno. Si somos todos no nos encontramos. ¿Quién elige al criminal? No puede ser elegido. Tiene que salir espontáneamente. ¿Y cómo lo sembramos? No sé. ¿No hay por aquí ningún jardinero de asesinos? ¿Qué hora es? Es de noche. ¿Y cómo lo sabes? Porque no huele a cocina. Tendremos que matarlo de noche. Cuando sus sueños locos le suelten la mierda. ¿Y no contaremos su historia? Sí. Cuando sepamos quien es el muerto. ¿Y la historia del asesino? Sí. Cuando lo pillemos, justo antes de ejecutarlo. Hay que introducir historias; sino la gente se aburre. Contaremos la historia de cada uno: verdaderas o inventadas. Y el que no tenga historia, le haremos una a medida. El lector quiere cuentos y carnaza ajena.

Carlos del Puente

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