El hombre de Dostoievski.

martes, abril 28, 2015



«Esos hombres poseen la ciencia, pero una ciencia supeditada a los sentidos. Al mundo espiritual, la mitad superior del género humano, se le rechaza alegremente, incluso con odio. Sobre todo en estos últimos años, el mundo ha proclamado la libertad.

¿Pero qué significa esta libertad? La esclavitud y el suicidio.

Pues se dice: «Tienes necesidades: satisfácelas. Posees los mismos derechos que los grandes y los ricos. No temas satisfacer tus necesidades. Incluso las puedes aumentar.»

Éstas son las enseñanzas que se dan ahora. Así interpretan la libertad.

¿Y qué consecuencias tiene este derecho a aumentar las necesidades?

En los ricos, la soledad y el suicidio espirituales;

en los pobres, la envidia y el crimen,

pues se conceden derechos, pero no se indican los medios para satisfacer las necesidades. Se dice que la humanidad, acortando las distancias y

transmitiéndose los pensamientos por el espacio,

se unirá cada vez más estrechamente, y que reinará la fraternidad.

Pero no creáis en esta unión de los hombres.

Al considerar la libertad como el aumento de las necesidades y su pronta saturación, se altera su sentido, pues la consecuencia de ello es un

aluvión de deseos insensatos, de costumbres e ilusiones absurdas.

Esos hombres sólo viven para envidiarse mutuamente, para la sensualidad y la ostentación.

Ofrecer banquetes, viajar, poseer objetos valiosos, grados, sirvientes,

se considera como una necesidad a la que se sacrifica el honor, el amor al prójimo e incluso la vida, pues,

al no poder satisfacerla, habrá quien llegue al suicidio.

Lo mismo ocurre a los que no son ricos ni pobres. En cuanto a estos últimos,

ahogan por el momento en la embriaguez la insatisfacción de las necesidades y la envidia.

Pero pronto no se embriagarán de vino, sino de sangre:

éste es el fin al que se les lleva. ¿Pueden considerarse libres estos hombres? Un campeón de esta doctrina me contó un día que, estando preso, se encontró sin tabaco y que esta privación le resultó tan insoportable, que estuvo a punto de hacer traición a sus ideas para fumar.

Pues bien, este individuo pretendía luchar por la humanidad.

¿De qué podía ser capaz? A lo sumo, de un esfuerzo momentáneo, de escasa duración. No es sorprendente que los hombres hayan encontrado la servidumbre en vez de la libertad, y que lejos de alcanzar la fraternidad y la unión, hayan caído en la desunión y la soledad,

como me dijo antaño mi visitante misterioso.

La idea de la devoción a la humanidad, de la fraternidad, de la solidaridad, va desapareciendo gradualmente en el mundo.

En realidad, se la recibe incluso con escarnio, pues

¿quién puede desprenderse de sus hábitos?

¿Dónde irá ese prisionero de las múltiples y ficticias necesidades que se ha creado él mismo?

A este ser aislado apenas le preocupa la colectividad.

En resumidas cuentas, sus bienes materiales han aumentado,
pero su alegría ha disminuido.»

«f) ¿Pueden llegar a ser hermanos en espíritu amos y servidores?

Hay que confesar que el pueblo es también víctima del pecado.

La corrupción aumenta visiblemente de día en día.

El mal del aislamiento invade al pueblo; aparecen los acaparadores y las sanguijuelas. El comerciante experimenta una avidez creciente de honores. Pretende mostrar una instrucción que no posee, y lo hace desdeñando los usos antiguos y avergonzándose de la fe de sus padres. Va a casa de los príncipes, aunque no es más que un mujik depravado.

El pueblo ha perdido la moral por efecto del alcohol
y no puede dejar este vicio.

¡Cuántas crueldades han de sufrir las esposas y los hijos por culpa de la bebida!

Yo he visto en las fábricas niños de nueve años, débiles, atrofiados, hundido el pecho y ya corrompidos. Un local asfixiante, el fragor de las máquinas, el trabajo incesante, la obscenidad, las bebidas... ¿Es esto lo que conviene al alma de un muchacho? El niño necesita sol, los juegos propios de su edad, buenos ejemplos y un poco de simpatía. Es preciso que esto termine. Religiosos, hermanos míos, hay que poner fin a los sufrimientos de los niños. Orad para que así sea.»


Dostoievski, Los hermanos Karamazov

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