Porno duro en la carretera
sábado, mayo 16, 2015
Paré en una gasolinera con el motor seco. Venía de viajar toda la noche y traía los ojos encendidos. Después de parar el motor delante del surtidor, llené el depósito y entré en la tienda. Delante de mí había por lo menos unas seis perdonas esperando para pagar la gasolina. La última era una morena increíble. No muy guapa, pero tampoco fea. Y lo más importante: al percibir mi llegaba, ella volvió su cara para mirarme a los ojos. Yo la miré y le dije: -Siempre me hago ilusiones. (Yo me refería a que no hubiese nadie esperando para poder seguir rápido el viaje.) Pero me pareció que ella se lo tomó como una alusión sexual y me contestó:
- ¿Ilusiones?
- Sí; siempre me hago ilusiones -le repliqué, esta vez refieriéndome a ella. Entonces, comprendiendo rápidamente mi intención, me contestó:
- ¿Ilusiones de qué?
- De hablar contigo, por ejemplo; o de tomar un aperitivo -le dije con una sonrisa cariñosa pero sin súplica. Ella miró la barra del bar y me preguntó:
- ¿Allí?
Al mismo tiempo que le hacía un gesto afirmativo, di un paso hacia adelante y poniéndole la palma de la mano en su espalda a la altura de su cintura, caminé junto a ella. Mientras tomábamos dos copas, ella se movía inquieta; y yo le solté medio en broma:
- No te muevas tanto que me mareas.
Ella sonrió y me dijo:
- ¿No será la copa?
- No. Eres tú con ese cuerpo.
Claro que se me ha olvidado deciros que tenía unas nalgas bien redondas y firmes. Su pelo negro le caía sobre unos hombros redondos y morenos como la piel de sus brazos. Unos ojos vivos negros. Y una boquita que habían probado otros amores. Me la imaginé haciendo sexo con su boca, y conseguí ponerme nervioso.
- ¿Dónde tienes tu coche? -le dije urgentemente.
- Ahí afuera.
Pagamos las copas y la gasolina; y nada más cerrar las puertas del auto, nos lanzamos boca contra boca como si estuviésemos luchando hambrientos por un trozo de carne.
- Vámonos de aquí -me dijo después de destrozarnos los labios. Coge tu coche; yo te sigo.
Ella me seguía por una carretera nueva sin salida. Yo la miraba permanentemente por el retrovisor temiendo que se me escapara. Estaba preparado para dar la vuelta, pillarla, y volver a empezar desde el principio. Encontré a mi derecha un camino de tierra que subía en dirección a la montaña. Nos paramos cuando estuvimos bastante alejados de la carretera. Paré el motor. Saqué las llaves. Las metí en el bolsillo derecho de mi pantalón claro, y eché a andar tenso hacia ella, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella observaba mis intensiones mientras recorría con la mirada mi cuerpo de arriba abajo y de abajo arriba. Abrí la puerta del copiloto. Cerré con fuerza. Y nuestras bocas se lanzaron como dos perros rabiosos. Le desabroché rápidamente el botón del pantalón y le bajé la cremallera. Le puse el dedo sobre el timbre del cielo. Nunca he visto un timbre tan rápido. Al rato de tocarlo vibraban las campanillas de nuestras gargantas. Ella respiraba tan fuerte y caliente que el aliento que salía por su nariz me empañaba el cristalino de los ojos. El suyo no sé; porque los tenía vueltos; no sé si para no mirarme o porque se le habían vuelto los ojos. Ella me mordía los labios mientras me los lamía con su lengua carnosa, húmeda y caliente. -Vámonos atrás -me dijo. Una vez sentados, nos bajamos cada cual los pantalones y la ropa interior. Ella se lanzó con su boca abierta sobre mi verga; mientras yo llamaba a las puertas del cielo. Su clítoris seguía vibrando entre sus labios hinchados. -Quiero tragarme todo lo que tengas -me dijo muy desesperada. No pude responderle debido al placer que sentía. Os puedo asegurar que no paró hasta que me vació por completo. Nunca había sentido los testículos tan vacíos. Me los toqué para asegurarme que seguían en su sitio; porque estaba convencido de que habían desaparecido. Parecía que toda la carne se había ido a mi sexo. Ella se tumbó boca arriba, abrió las piernas y ofrecía a mi boca su cosa roja. Bailé con mi lengua sobre el salón de su clítoris, hasta que sus muslos empezaron a dar vueltas. Me agarró la cabeza y se llevó mi boca a su boca cubierta de semen. Al mismo cogió mi verga con su mano derecha y la metió dentro de su vientre. Parecíamos dos animales rabiosos copulando como si se fuese a acabar la especie. Ella pegaba patadas a los asientos y al techo del coche. ¡Pobre techo con lo claro que era! Me mordía, la mordía. Me arañaba, la arañaba. Y de vez en cuando, nos parábamos de golpe y nos apretábamos abazados de brazos y piernas. Al rato, le entraban sacudidas en las caderas, y empezábamos de nuevo. Parecía agotada, y se tumbó boca abajo. Me tumbé sobre ella y entré en su infierno ardiendo mientras ella se metía su dedo índice en el ano. Poco después me dijo que estaba preparada. No reaccioné de lo concentrado que estaba en el placer. Ella cogió mi verga y la puso en la entrada que su dedo había preparado. Se la fui metiendo y cuando llegué hasta el fondo, le mordí la nuca a la altura de la raíz de su cabellera. Ella gritó con un grito de animal de la noche. Sus nalgas se abrían y se cerraban mientras le mordía la espalda. Sus dos manos puestas sobre mis caderas acompañaban su empuje. Sentí como un látigo crujía en mi verga, y quedé por un instante cono inconsciente. Ella se puso boca arriba y se fue deslizando bajo mi cuerpo hasta llegar con mi boca a mi sexo. Al rato me puse en 69, y le busqué con mi lengua, en el charco de su sexo, su clítoris, hasta que me sujetó la cara con sus muslos diciéndome basta.
Le pedí antes de despedirme su Twitter y me dijo: @niñasalvaje. Cuando subí a mi coche, entré en Twitter y al buscarla la aplicación me contestó: «Usuario no encontrado». Sonreí.
Carlos del Puente
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