Dostoievski: «Amar a los hombres tal como son es imposible.»
viernes, febrero 27, 2015
«Solamente una vez enunció sus pensamientos,
pero de una manera tan rara, que me quedé todavía más asombrado, sobre todo teniendo en cuenta todas aquellas veleidades católicas y todas aquellas cadenas de las que yo había oído hablar:
-Querido mío - me dijo un día, no en casa, sino en la calle, después de una larga conversación, mientras lo acompañaba -. Amigo mío,
amar a los hombres tal como son es imposible.
Y sin embargo es preciso. Por eso hay que hacerles el bien refrenando los propios sentimientos, tapándose la nariz y cerrando los ojos (esta última condición es indispensable).
Debes soportar el mal que te hacen, sin tomarles odio, si eso es posible,
«acordándote de que también tú eres hombre». Naturalmente, tienes derecho a mostrarte severo con ellos si te ha sido concedido el ser un poco más inteligente que el término medio.
Los hombres son bajos por naturaleza
y les gusta amar por miedo; no te dejes coger en este amor y
no ceses nunca de despreciarlos.
En alguna parte del Corán, Alá ordena a su profeta que mire a los «recalcitrantes» como si fueran ratones, que les haga el bien y siga su camino. Es una conducta un poco altanera, pero es justa.
Has de saber despreciarlos, incluso cuando son buenos,
porque entonces es precisamente cuando son más infectos.
¡Oh, amigo mío, hablo así porque me conozco muy bien! Quien no es demasiado bestia no puede vivir sin despreciarse, honrado o pillo, poco importa.
Amar a su prójimo y no despreciarlo, es imposible.
A mi entender, el hombre ha sido creado físicamente con la incapacidad de amar a su prójimo.
Hay en eso un error de lenguaje, desde el principio mismo, y
«el amor a la humanidad» debe comprenderse únicamente en
el sentido de la humanidad
que tú te creas a ti mismo en tu corazón (en otras palabras, me creo a mí mismo así como al amor hacia mí), y que por consiguiente no existirá nunca en realidad. -¿No existirá nunca? -Reconozco, amigo mío, que eso sería un poco idiota, pero no tengo yo la culpa.
Y como no se me ha pedido mi opinión en el momento de la creación del mundo,
me reservo el derecho a pensar lo que me parezca.»
Dostoievski, El adolescente.
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