Dostoievski: «Creo que Cristo vendrá de nuevo a Rusia.»

jueves, febrero 12, 2015




Shatov, en Los condenados:

«—Creo en Rusia, creo en la ortodoxia...

Creo en el cuerpo de Cristo...

Creo que Cristo vendrá de nuevo a Rusia.

—¿Y en Dios?

—Yo... Yo creeré en Dios.»

«Si es indispensable para la existencia humana poseer una convicción de la inmortalidad

podemos pensar que esta convicción es la condición normal de la humanidad;

y si esto es así, entonces la inmortalidad del alma es un hecho indudable.»

«Dostoievski, el protagonista de El gran pecador,

era un hombre de pecado y pasiones desenfrenadas;

era un no creyente y un ateo;

pasaría algunos años en un monasterio del que saldría transformado.»

«Se habían cruzado palabras duras y golpes, y habían proferido amenazas en presencia de todo el mundo. Y cuando se halló al viejo asesinado, lógicamente todas las sospechas recayeron sobre Dmitri. El asesino verdadero es Smerdiakov, el hijo ilegítimo del viejo. Smerdiakov juega el mismo papel en relación con Iván que Svidrigailov en relación con Raskolnikov en Crimen y castigo.

Expone las mismas ideas, pero de un modo más crudo.

Imita todos los pensamientos de Iván y los lleva a la práctica.

Fue la mano de Smerdiakov la que mató al viejo Karamazov, pero en el terreno de los principios, fue Iván el asesino. Fue el agnosticismo de Iván el que, inculcado a Smerdiakov y llevado a la práctica por él, con todas sus consecuencias lógicas, inspiró el crimen.»

«Dostoievski trata por primera vez el problema del sufrimiento en El idiota, en el personaje de Ippolit, el joven de dieciséis años que se está muriendo de tisis. El mundo de la naturaleza le resulta a Ippolit

«un monstruo inmenso e inexorable», ante el cual hasta el mismo Cristo tuvo que someterse, y rechaza la fácil explicación de la necesidad del sufrimiento por el bien común del mundo en su conjunto.

Bien —dice—. Estoy dispuesto a admitir que sin devorarse los unos a los otros, constantemente, hubiese sido imposible establecer el mundo. Admitiré incluso que

no entiendo nada sobre la forma en que el mundo está construido.

Pero lo que sé con toda certeza es lo siguiente: si me ha sido dada la conciencia de que «existo», ¿qué tiene que ver conmigo que el mundo esté mal construido y que no pueda existir de otro modo?

¿Quién después de esto podrá condenarme y en qué bases se apoyará para hacerlo?»

«La necesidad más fuerte

y fundamental del pueblo ruso —escribe Dostoievski en El diario de un escritor—

es la necesidad del sufrimiento, el sufrimiento continuo en todo momento y sobre todos los aspectos de la vida.

Parecería como si el pueblo ruso hubiese sido infectado desde tiempos inmemoriales por la sed de sufrimiento. La fuerza del martirio recorre toda la historia del pueblo ruso, emanando no sólo de las desgracias externas y de las miserias cotidianas sino del mismo corazón del pueblo. Una forma especial de culto al sufrimiento era la creencia popular sobre el valor espiritual de la enfermedad física; una creencia que aún era fuerte en Europa occidental en la Edad Media y que en Rusia sobrevivió aún muchos años.»

«La extraña teoría puesta en boca de Svidrigailov para explicar por qué

los espíritus se aparecen sólo a los enfermos :

No hay ninguna razón, desde luego, para que un hombre que goza de buena salud vea espíritus. Un hombre con salud es el tipo de hombre más terrenal y, probablemente, sólo puede vivir una vida terrenal en aras de la integridad y del buen orden. Bien. Pero dejémosle caer enfermo, dejemos que el orden normal y terrenal de su organismo se trastorne, y posiblemente entonces

aparezca ante él otro mundo;
y cuanto más enfermo esté,
más puntos de contacto tendrá con el otro mundo.»

«Este culto al sufrimiento, medio religioso y medio romántico, arraigó profundamente en la mente de Dostoievski. La infección (como él mismo la llama en el pasaje antes citado) es tan profunda y persistente que sospechamos la existencia de causas personales específicas y nos hace pensar en Suslova como en su origen.

Durante sus relaciones con ella fue cuando Dostoievski experimentó por primera vez en su propia persona aquellas antítesis románticas que aparecen una y otra vez en su obra posterior:

amor-odio, orgullo-humillación, placer- sufrimiento.

Parece que Dostoievski adquirió,

en este episodio de su vida, una inclinación hacia el masoquismo que se expresa después en muchos de los personajes que crea.

Marmeladov bebe «porque quiere sufrir doblemente».

Stavrogin busca el placer en su propia humillación.

Liza Jojlakva busca alivio después de una escena de histeria con Aliosha, del que está enamorada, aplastándose un dedo con una puerta
y haciéndose manar sangre.»

«La leyenda del Gran Inquisidor

 que Iván recita a Aliosha:

 Cristo regresa a la tierra en el siglo XVI, a Sevilla, en el momento en que la Inquisición estaba en pleno apogeo de poder y de actividad. Cristo es reconocido y arrestado. Confinado en las mazmorras de la Inquisición, escucha en silencio la acusación del Gran Inquisidor. El error de Cristo, declara éste, fue que insistió en dejar libre a la humanidad. De un modo orgulloso y egoísta deseó la adoración del hombre libre, y rechazó, con un milagro sobrecogedor e incontrovertible, obligar al hombre a la obediencia y a la fe. La Iglesia católica ha corregido la obra de Cristo. Estableciéndose a sí misma en la firme base del milagro, del misterio y de la autoridad, ha quitado la libertad y ha dado a la humanidad, en su lugar, la felicidad. Y los hombres se regocijaron de ser de nuevo conducidos como ovejas, y de que el terrible don de la libertad que les había traído tanto sufrimiento, hubiese sido al fin retirado de sus corazones. Profesando el nombre de Cristo, pero rechazando los falsos principios según los cuales Él había actuado, la Iglesia se ha hecho cargo de las conciencias de su rebaño: Y ellos no tendrán secretos para nosotros. Les prohibiremos o les permitiremos vivir con sus esposas o con sus amantes, tener o no tener hijos —de acuerdo con la medida de obediencia que demuestren— y ellos se someterán a nosotros alegres y contentos. Los secretos más atormentadores de sus conciencias, serán todos desvelados ante nosotros y nosotros les daremos respuesta; y ellos aceptarán nuestra decisión con alegría porque les liberará de la ansiedad de los terribles tormentos de la libre decisión personal.»

«La defensa de la libre voluntad, no como una proposición metafísica, sino como proposición moral, es una de las piedras angulares del pensamiento de Dostoievski.»

«El problema del pecado, tal y como Dostoievski lo concebía, no era el problema de Paul: era el problema del deseo de hacer el mal, la nostalgie pour la boue, que se presenta en Svidrigailov y en Stavrogin y, más gráficamente que en ninguna otra parte, en Liza Jojlakova, la muchacha que es sexualmente anormal, y que se imagina a sí misma contemplando a un niño que está siendo torturado hasta la muerte mientras que ella come una compota de pifia.»

«Nos sentamos en los asientos del jurado y pensamos: «¿Somos nosotros mejores que el acusado? Aquí estamos nosotros, ricos y seguros; pero si nos encontrásemos en la misma situación que él, quizá hubiésemos actuado incluso peor que él; de manera que le absolveremos.» Quizá es incluso bueno que pensemos así; es una compasión sincera.»

«Entonces, los hombres bajo tierra cantaremos desde las entrañas de la tierra nuestro himno trágico a Dios donde reside toda la alegría.»

«Creo que hay tanta fuerza dentro de mí que lo superaré todo, todos los sufrimientos, y diré con toda la fuerza de mis pulmones: ¡Existo! En medio de mil tormentos:

¡Existo! Me retuerzo de torturas, pero: ¡Existo!

Yazco en la prisión, pero vivo;

veo el sol, o si no puedo verlo, sé que existe.

Y saber que el sol existe, es ya toda la vida.»



«como dice por boca de Iván Karamazov, es precisamente a nuestros semejantes que tenemos más cerca a quienes resulta más difícil amar.

 Fueron siempre sus amigos quienes sufrieron más a causa de

su temperamento suspicaz e irritable.

Y aquellos últimos años de su vida no fueron ninguna excepción.

«Llegaba como una nube negra —recuerda Soloviev—, a veces se olvidaba incluso de saludarme, y

buscaba cualquier pretexto para entablar discusiones y herir a las personas;

en todo veía un insulto contra él, un deseo de provocarle y de irritarle.»

Su esposa también era a veces víctima de su temperamento.

«En tales momentos, alguien que no le conociese pensaría que era un hombre duro y despótico incluso para aquellos que estaban más cerca de él.»

«Dostoievski, contado en una carta que escribió a Ana unas pocas horas después del acto: Cuando al final proclamé la unidad internacional de la humanidad, la sala estaba histérica; cuando terminé, no puedo explicarte los gritos y los aplausos de entusiasmo que había. La gente del auditorio, que no se conocía entre sí, lloraba, gemía y se abrazaba y unos a otros se juraban ser hombres mejores en el futuro, amar a su prójimo en lugar de odiarlo. El auditorio se levantó de sus asientos y se precipitó hacia la plataforma donde yo estaba: grandes dames, estudiantes, secretarios de estado, estudiantes [etc], todos me abrazaban y me besaban, todos, literalmente todos, lloraban de felicidad. Durante media hora estuvieron pronunciando mi nombre y ondeando sus pañuelos. Por ejemplo, dos viejos me detuvieron el paso, de pronto, y me dijeron: «hemos sido enemigos durante veinte años y no nos hablábamos el uno al otro, pero ahora nos hemos abrazado y hemos hecho las paces; es usted quien nos ha reconciliado. Usted es nuestro santo, nuestro profeta.» «¡Un profeta!, ¡un profeta!», gritaron voces de entre las masas. Turgueniev, a quien nombré cariñosamente en mi discurso, se arrojó a mis brazos con lágrimas en los ojos. Annekov, corrió hacia mí, apretó mi mano y me besó en el hombro. «Eres un genio, más que un genio» me decían. Ivan Aksakov se precipitó a la plataforma y declaró públicamente que mi discurso no era simplemente un discurso sino un acontecimiento histórico; «las nubes habían aparecido sobre el horizonte, —dijo— pero ahora el discurso de Dostoievski ha aparecido como el sol que disipa todas las nubes e ilumina todos los rincones. A partir de entonces, la fraternidad entre los hombres comienza y no habrá más mal entendidos». «Sí, sí», gritó la gente y de nuevo hubo más lágrimas y más abrazos. Yo me apresuré para escapar pero todos me siguieron y —en particular las mujeres—, empezaron a besarme las manos y a asediarme. Los estudiantes corrían. Uno de ellos que estaba inundado de lágrimas se cayó al suelo, preso de histeria, y perdió el conocimiento. ¡Victoria!

¡Completa victoria!»

«Dostoievski leyó el poema con el fervor de un fanático. «¡Un profeta, un profeta!», había gritado el auditorio al final de su discurso por la mañana. Y el poema, tal y como lo leyó, parecía una revelación:

Pushkin era el Dios ruso,

y Dostoievski su profeta.»

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