Dostoievski: «El maligno estaba comprando mi alma.» Murin. La patrona
miércoles, febrero 18, 2015
«Su pasión era la ciencia.
Primero, consumió su juventud; fue para él como el opio embriagador que le quitaba el sueño y la tranquilidad de espíritu, y le privó de la comida sana y del aire fresco, que jamás penetraba en su lóbrega covacha.
No obstante, Ordinov nunca quiso reconocerlo, ni siquiera confesárselo a sí mismo. Tenía juventud y, de momento, no necesitaba otra cosa.
Aquella pasión le convirtió en un verdadero niño ante los demás,
que desde entonces
le negaron un lugar en la sociedad
con el cual poder labrarse una posición. Para algunos, la ciencia es su fortuna, su fuerza; mas para Ordinov, por el contrario,
su pasión era un arma destinada a acabar consigo mismo.»
«Lo suyo era un ansia de aprender, investigar y atesorar ciencia en su espíritu, sin razones ni motivos de ninguna clase que le empujasen a ello.
Eso mismo ocurría con todo lo que, de un modo u otro, llegaba a interesarle, incluso con las cosas más insignificantes.»
«Pero nunca, ni antes ni ahora, esa tendencia a la soledad obedeció a ningún propósito ni plan determinado; al contrario,
lo que le impulsaba a ella era su entusiasmo, el ímpetu, la fiebre que sentía por su obsesión. »
«Formó toda una filosofía propia de las cosas para su uso particular,
y la nueva idea se estableció en él a través de los años, imponiéndose a su espíritu de un modo vago e impreciso, pero maravilloso y consolador. Poco a poco cobraría cuerpo en una forma nueva y reveladora. »
«Pero mientras tanto, aquel proceso le hacía sufrir, torturando y desgarrando su alma.
Intuía vagamente su originalidad, exclusividad y exactitud,
que le parecían una revelación de la verdad.
Y procuraba, con todas sus fuerzas, que le condujesen a la creación,
que de momento sólo existía en su interior; la época de la elaboración misma aún era lejana, quizá muy remota e incluso imposible.»
«Todo le parecía nuevo y sorprendente.»
«mirándola todo y
prestando una particular atención a cada cosa.
Estaba acostumbrado a leer entre líneas,
y ahora se daba cuenta de lo que significaban las escenas desarrolladas ante sus ojos.
Todo le producía una impresión especial, nada se le escapaba;
con mirada penetrante escrutaba la fisonomía de las gentes,
las palabras que dejaban caer a su paso,
incluso las diseordanüias del acento popular que herían sus oídos,
como si lo único que pretendiera fuera demostrarse a sí mismo
que no se había equivocado en las conclusiones sacadas
durante los largos silencios de su soledad nocturna.
Y muchos detalles, insignificantes;
en sí, que cualquiera pasaría por alto, le sorprendían y le inspiraban una nueva idea, y por primera vez en su vida deploró haber estado tanto tiempo enclaustrado en su cuarto,
como si hubiese vivido sepultado.»
«la sucesión de las rápidas imágenes,
cierra los ojos y se desploma extenuado.»
«Empezó a temer por sí mismo, por todos sus proyectos e incluso por su futuro.»
«Tuvo la impresión de que le tomaban por un loco,
o al menos por excéntrico; lo cual, después de todo, era realidad.»
«Se sentía capaz de experimentar un profundo afecto por los demás»
«A su alrededor, el paisaje estaba, sin embargo, muerto»
«Aquella extraña pareja tenía algo que asombraba a primera vista.»
«El viejo se detuvo bajo la bóveda central e
hizo una profunda inclinación hacia los cuatro costados,
a pesar de que la iglesia estaba vacía; su compañera hizo lo mismo.»
«La mujer se arrodilló ante la imagen de la Virgen,
y se inclinó hasta tocar el suelo con la frente.
El viejo, cogiendo el pico del manto que pendía de la peana de la imagen,
se cubrió con él la cabeza.
Entonces resonaron en toda la iglesia unos sollozos ahogados.»
«una especie de terror casi místico.»
«Ordinov les siguió, obedeciendo a un impulso, asombrado y sobrecogido por una sensación inexplicable.»
«El viejo le lanzó una mirada severa y adusta; también ella le miró,
pero con tal indiferencia y descuido, que podía comprenderse que
su pensamiento estaba ocupado por una sola y lejana idea.»
«cometió una estupidez mayúscula al tomar por
un acontecimiento extraordinario
lo que no era más que un encuentro completamente vulgar.»
«pues había consagrado ambos de antemano y de un modo absoluto a su idea.»
«Pero la aparición se desvaneció rápidamente.
Y después de aquella honda impresión, sintió un sordo malestar; acto seguido vino la irritación y, por último, una rabia impotente.»
«le sacó de su ensimismamiento una rara impresión,
que hacía muchos años no experimentaba, producida
por aquellos parajes.»
«semejantes a una bandada de ingrávidas aves de rapiña,
pero silenciosas, sin gritos ni aletazos.»
«Allí se encontraba la joven desconocida.»
«entonces se distinguía vagamente el rostro de la mujer,
que el joven trataba de grabar en su alma hasta en sus
más mínimos detalles, lo cual le causaba un dolor
insoportable en el corazón.
No obstante, esa tortura iba acompañada de un placer embriagador y penetrante. Aquel estado de ánimo fue superior a sus fuerzas. No pudo resistirlo por más tiempo. Sentía el pecho henchido de dolor y le pareció que, repentinamente, le acometía una inexplicable nostalgia. Se le escapó un suspiro e
inclinó su ardorosa frente sobre las frías baldosas de la iglesia.
Lo único que sintió fue el dolor de su corazón, un dolor que parecía convertirse en dulce tormento.
Sería difícil explicar el motivo de aquel repentino estallido.
Tal vez se debiera a los tediosos y prolongados silencios de
las noches de insomnio, de acumular tantos vagos e imprecisos
anhelos en su corazón, que necesitaron, de pronto, estallar como fuese.
O quizá, sencillamente, hubiese llegado el momento de la explosión,
como todo llega en este mundo cuando es su hora,
según el orden natural de las cosas.»
«En un día de verano, por ejemplo, de un calor sofocante, el cielo se oscurece de pronto y se desencadena una tormenta de truenos y relámpagos, para salvar todo aquello que amenazaba ser agostado por el sol. Después, una vez pasado el temporal,
el sol vuelve a brillar y todo recobra su anterior esplendor,
como si la naturaleza hubiera renovado su vida.
Y ese mismo placer vital que después de una tormenta parece sentir toda la naturaleza, experimentó también Ordinov. Pero hubiera sido incapaz de expresarlo; tan inconsciente fue en aquellos momentos de su propio acto.»
«solamente salió de su estado de éxtasis cuando»
«Todo fue súbito, como si bruscamente lo hubiese comprendido todo,
y se le hubiese arrebolado el rostro.
En aquel mismo instante apareció la imponente figura del viejo
entre la gente, y éste la cogió, de la mano. De nuevo cayó sobre Ordinov
la mirada del anciano, con una expresión tan hostil, tan malignamente
burlona, que, instantáneamente, el joven sintió que le invadía una extraña y furiosa cólera.»
«como si quisiera escapársele del cuerpo.»
«Al pie de la escalera, junto a la entrada, vivía un pobre constructor de ataúdes»
«y asomaron en sus ojos extraños destellos.»
«Era éste un aposento muy pequeño y apretado que, por medio de un tabique, parecía estar oprimido entre las dos ventanas bajas.»
«Los tres se expresaban con tal torpeza e incoherencia, que apenas lograban entenderse.»
«El corazón le palpitaba con tal violencia que
delante de los ojos le bailaban unos puntitos verdes
y, de vez en cuando, se sentía acometido por el vértigo.»
«Hiciera lo que hiciese, siempre tenía ante sus ojos la imagen de la joven»
«Pero Murin no hizo más que entreabrir la puerta, cogió el pasaporte, lo miró, movió la cabeza y, pronunciando lacónicamente un
«Dios te acompañe»,
la volvió a cerrar. Una desagradable sensación se apoderó de Ordinov. Sin encontrar para ello una explicación coherente, le molestaba mirar a aquel viejo. Siempre advertía en su mirada algo maligno y despreciativo.»
«Llevaba tres días en la casa
y, en comparación con su antigua existencia, tan tranquila, le parecía vivir en pleno torbellino. Ni siquiera podía pensar, pues hasta eso le asustaba.
Todo había cambiado en él;
experimentaba la sensación de que su vida se había partido en dos mitades,
y ninguno de sus pensamientos tenía relación con la primera mitad.»
«Tenía, además, aspecto diabólico.»
«Le pareció que obraba de esa forma por pura maldad.»
«en la casa se hizo un silencio de muerte»
«No, es mejor morir, morir de una vez», murmuraban sus labios, sin que él mismo se diera cuenta.
«Buenos días. Dime, ¿cómo te llamas?
Me llaman «el portero» contestó el tártaro, con una sonrisa socarrona.
¿Hace mucho que estás aquí, portero?
Tengo que pensarlo.
Vivo en el piso del señor Murin. Mi patrón, ¿es realmente rentista?
Si él lo ha dicho, lo será.
¿Pero no se ocupa en nada?
¿Si no se ocupa en nada? Se ocupa en vivir. Está enfermo, reza, y nada más.
Esa joven, ¿es su esposa?
¿Qué joven?
La que vive con él.
Si él lo ha dicho, lo será. Adiós, señor.»
«Entonces llamó a la vieja, quien, incorporándose un poco, le observaba por encima de la estufa, vigilando sus movimientos junto a la puerta de los señores.»
«¡Oh, lo que habría dado por morir en aquel preciso instante!»
«Era el rostro de su patrona.»
«Tenía la impresión de que iba a comenzar una vida nueva y sólida.»
«¿No te llamó ayer con ese nombre mi señor?»
«¡Pobre! ¿Has vivido hasta ahora entre gente mala?»
«Si enfermaras, yo te cuidaría.»
«¿Quién eres tú? ¿De dónde has venido? murmuró Ordinov.
¡Oh! Yo no soy de aquí, pero, ¿qué más da?»
«¿Verdad que la vida es maravillosa? ¿No te alegras de vivir?
¡Oh, desde luego!
¡Vivir una eternidad! ¡Vivir mucho!
fantaseó Ordinov.»
«supongo que hasta la muerte debe de ser buena.»
«Ordinov quiso decirle algo, pensar, al menos, en lo que estaba pasando, pero cada vez se sentía más débil; no podía mover ningún miembro.»
«En aquel instante, alguien llamó a la puerta y se oyó descorrer el cerrojo. Ordinov se dio cuenta de que el viejo, su patrón, había entrado en la casa. Y después percibió que Katerina se levantaba, aunque muy despacito, sin el menor temor, y tras hacerle la señal de la cruz, sobre la frente, se fue.
Ordinov cerró los ojos y permaneció así hasta que un beso de fuego le quemó los labios, y sintió como una puñalada en el corazón. Quiso gritar, pero perdió el sentido.
A partir de aquel momento empezó para él una rara existencia,
una vida de ensueño, como las que suelen producir la enfermedad y la fiebre. En ocasiones, durante algunos momentos de vaga lucidez, le parecía que
le habían condenado a vivir un sueño largo, interminable,
lleno de extraños sobresaltos, luchas y tristeza. Entonces intentaba, con indignación y rebeldía,
oponerse a aquel destino que parecía implacable;
pero en el momento crucial de la lucha, en el trance más desesperado,
se sentía aplastado por una fuerza enemiga.
Entonces, perdía el sentido otra vez, y
se hundía en medio de unas tinieblas impenetrables y misteriosas.
Hasta le parecía escuchar su propia voz, gritando su desesperación
y su tortura, mientras caía en aquella abierta sima.
Pero había también momentos de una dicha casi insoportable, arrolladora, como muy pocas veces la experimenta el ser humano. Momentos en los que
nos sentimos elevados a una esfera superior
en la que se nos revela todo el pasado con claridad y coherencia;
y la sola presencia en aquella luz,
aunque sea breve, produce un sentimiento de triunfo y de alegría clamorosa y vibrante, e incluso el desconocido porvenir aparece ante nosotros claro y manifiesto. Sin que podamos explicar la causa, nuestra alma se siente invadida por una dicha inefable, y querría gritar de alegría. Pero nos damos cuenta de que la carne es débil e impotente ante la furia de las impresiones, y la nueva vida se nos antoja
como algo posible sólo después de la resurrección.»
«era como si un dolor punzante e inmenso le arrancase la vida;
le parecía que todo se detenía y moría a su alrededor, para siempre,
como si sobre todas las cosas cayese una noche larga, infinita.»
«Era como si aquel extraño viejecito tuviera en su poder toda su vida futura.
A pesar de su espanto, no podía apartar la mirada de él;
el viejo le seguía a todas partes,
salía de detrás de los árboles y arbustos, haciéndole muecas y gestos de burla, e incluso ejecutaba diferentes piruetas,
cambiando continuamente de forma en cada una de ellas,
hasta que al fin, como un gnomo, se sentaba en el cuello de un caballito, y desde allí le miraba, sin cesar de reírse.
También estaba en el colegio, sentado entre sus compañeros de clase o escondido debajo de un banco. Cuando levantaba las cubiertas de un libro, volvía a encontrarlo, con su mirada fija y hostil.
Cuando dormía, el maldito hombrecillo se sentaba en el borde de la cama y se pasaba la noche murmurándole un cuento prodigioso, del que no entendía una sola palabra por más que aguzase el oído, pero que no por ello dejaba de llenar de espanto su corazón infantil.»
«incluso veía escenificados sus pensamientos»
«y muchas cosas olvidadas surgían ante él en forma de cuadros gigantescos, que danzaban a su alrededor.»
«Y en medio de aquel tumulto de visiones extrañas y desproporcionadas,
sentía que se moría, convirtiéndose en polvo y ceniza, que se moría para siempre,
sin posibilidad de resurrección.»
«la otra, suave, apenas perceptible y también irregular, vacilante y excitada, cual si surgiera de un corazón henchido de un anhelo y una pasión
idénticos a los suyos.»
«para él la vida de ella y la suya eran una misma cosa
su dolor y el de ella, un mismo dolor.»
«El maligno estaba comprando mi alma.»
«Pero en breve aquella voz se tornó vibrante y ardorosa, como surgiendo de una pasión ya irreprimible, que fuese a desembocar en el océano ilimitado de la dicha que proporciona el amor.»
«Parecía sino que el odio del viejo se hubiera traspasado de repente al alma de la joven.»
«Y como si el maligno le hubiera susurrado algo al oído,
de pronto lo comprendió todo
y de pies a cabeza se estremeció con una risa horrible, diabólica.»
«El alma de la mujer no es ningún mar insondable, se puede explorar;
no obstante, no hay más remedio que darles lo que quieren,
ya lo reclamen con astucia, con terquedad o con malos modos;
pero es menester dárselo, como si no tuviera uno más que echar mano
al bolsillo y sacárselo de allí.»
«Y si ella me pidiera leche de ave, buscaría por todo el mundo el ave capaz de dar leche, aunque no haya existido jamás, para proporcionársela.»
«Otro tanto le ocurre a ese corazón débil con el libre albedrío;
no tienes más que concedérselo, para que, inmediatamente,
él busque el modo de atarse y devolvértelo. La libertad no está
hecha para los corazones pusilánimes. No saben qué hacer con
ella.»
«Luego empezó a formarse en su espíritu un vago misticismo, algo así como una creencia en la predestinación y los presentimientos...»
«desde que el mundo existe, no han habido amigos verdaderos.
En una palabra, que Yaroslav Ilich se había vuelto un hombre inteligente.»
Dostoievski, La patrona.
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