Dostoievski El Infierno

domingo, febrero 01, 2015



«Cuando abrimos la puerta para entrar en el cuarto de baños, pensé que estábamos entrando en el infierno. Imagínate una habitación de doce pasos de largo por otros tantos de ancho, en la que debía haber juntas cerca de cien personas, y desde luego ochenta por lo menos, ya que todo el barracón estaba dividido en dos piezas y en total éramos doscientos; el vapor nos cegaba los ojos; todo estaba mugriento y lleno de inmundicia; había tanta gente que no había sitio ni para poner un pie.

Yo estaba asustado e intenté retroceder, pero Petrov me dio ánimos. Con extrema dificultad, pudimos abrimos paso hasta los bancos que había alrededor de la pared, caminando por encima de las cabezas de los que estaban sentados en el suelo y pidiéndoles que bajasen la cabeza para poder pasar. Pero todos los bancos estaban ocupados. Petrov me informó de que había que comprar el asiento y entró en negociaciones con un penado que estaba sentado cerca de la ventana. Por un copec, éste último cedió su asiento y recibió inmediatamente el dinero de Petrov, quien ya tenía preparada en el puño la moneda que previsoramente había traído consigo.

El penado que yo había desplazado se metió debajo del banco, justo debajo de mi asiento, que era un rincón oscuro, lleno de inmundicia y con una capa de porquería de dos pulgadas de espesor.

Pero incluso el espacio que había bajo los bancos estaba todo ocupado; allí también estaba repleto de seres vivientes. No había un trozo de suelo mayor que la palma de una mano que no estuviese ocupado por un penado acurrucado, chapoteando en su balde.

Otros estaban de pie sosteniendo su balde con las manos y lavándose en esta posición; el agua sucia que salpicaban al lavarse caía en las cabezas afeitadas de los penados, sentados en el suelo. En el último rellano, y en todos los peldaños que conducían a él, había hombres acurrucados y apelotonados, lavándose. Pero no se lavaban mucho. Los hombres de la clase campesina casi no se lavan con agua y jabón; su única idea del baño consistía en darse una ducha de agua fría después de sudar terriblemente. Cincuenta mangueras oscilaban rítmicamente sobre los rellanos; todos se agitaban en un estado de estupefacción. A cada instante subía más vapor.

Aquello no era calor, era el infierno. Todos gritaban y chillaban, acompañando el chirrido de cien cadenas sobre el suelo...»

Dostoievski

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