Bataille El erotismo de los corazones
jueves, enero 30, 2014
"El erotismo de los corazones es más libre.
Si bien se distancia aparentemente de la materialidad del erotismo de los
cuerpos, procede de él por el hecho de que a menudo es sólo uno de sus
aspectos, estabilizado por la afección recíproca de los amantes. Puede
estar enteramente desprendido de esa afección, pero entonces se trata
de excepciones como las que tiene en reserva la gran diversidad de los
seres humanos. Lo básico es que la pasión de los amantes prolonga, en
el dominio de la simpatía moral, la fusión mutua de los cuerpos. La prolonga
o es su introducción. Pero para quien está afectado por ella,
la pasión puede tener un sentido más violento que el deseo de los cuerpos.
Nunca hemos de dudar que, a pesar de las promesas de felicidad que la acompañan,
la pasión comienza introduciendo desavenencia y perturbación.
Hasta la pasión feliz lleva consigo un desorden tan violento, que la felicidad
de la que aquí se trata, más que una felicidad de la que se puede gozar, es tan
grande que es comparable con su contrario, con el sufrimiento. Su esencia es
la sustitución de la discontinuidad persistente entre dos seres por una continuidad
maravillosa. Pero esta continuidad se hace sentir sobre todo en la angustia; esto
es así en la medida en que esa continuidad es inaccesible, es una búsqueda
impotente y temblorosa. Una felicidad tranquila, en la que triunfa un sentimiento
de seguridad, no tiene otro sentido que el apaciguamiento del largo sufrimiento
que la precedió. Pues hay, para los amantes, más posibilidades de no poder
encontrarse durante largo tiempo que de gozar en una contemplación exaltada
de la continuidad íntima que los une.
Las posibilidades de sufrir son tanto mayores cuanto que sólo el sufrimiento
revela la entera significación del ser amado. La posesión del ser amado no
significa la muerte, antes al contrario; pero la muerte se encuentra en la
búsqueda de esa posesión. Si el amante no puede poseer al ser amado,
a veces piensa matarlo; con frecuencia preferiría matarlo a perderlo.
En otros casos desea su propia muerte. Lo que está en juego en esa furia
es el sentimiento de una posible continuidad vislumbrada en el ser amado.
Le parece al amante que sólo el ser amado —cosa que proviene de
correspondencias difíciles de definir, donde a la posibilidad de unión sensual
hay que añadir la de unión de los corazones— puede, en este mundo, realizar
lo que nuestros límites prohíben: la plena confusión de dos seres, la continuidad
de dos seres discontinuos. La pasión nos adentra así en el sufrimiento, puesto
que es, en el fondo, la búsqueda de un imposible; y es también, superficialmente,
siempre la búsqueda de un acuerdo que depende de condiciones aleatorias.
Con todo, promete una salida al sufrimiento fundamental. Sufrimos nuestro
aislamiento en la individualidad discontinua. La pasión nos repite sin cesar:
si poseyeras al ser amado, ese corazón que la soledad oprime formaría un
solo corazón con el del ser amado. Ahora bien, esta promesa es ilusoria, al
menos en parte. Pero en la pasión, la imagen de esta fusión toma cuerpo
—y en ocasiones de manera bien diferente para ambos amantes— con una
intensidad loca. Más allá de su imagen, de su proyecto, la fusión precaria que
no atenta a la supervivencia del egoísmo individual puede, de algún modo,
entrar en la realidad. Pero da igual; de esa fusión precaria y al mismo tiempo
profunda, el sufrimiento —la amenaza de una separación—, debe mantener
casi siempre una plena conciencia.
Sea como fuere, debemos tomar conciencia de dos posibilidades opuestas.
Si la unión de los dos amantes es un efecto de la pasión, entonces pide muerte,
pide para sí el deseo de matar o de suicidarse. Lo que designa a la pasión es un
halo de muerte. Por debajo de esa violencia —a la que responde el sentimiento
de una continua violación de la individualidad discontinua—, comienza el terreno
del hábito y del egoísmo de a dos; esto significa una nueva forma de discontinuidad.
Es sólo en la violación —a la altura de la muerte— del aislamiento individual donde
aparece esa imagen del ser amado que tiene para el amante el sentido de todo
lo que es. El ser amado es para el amante la transparencia del mundo. Lo que
se transparenta en el ser amado es algo de lo que hablaré luego, cuando me
ocupe del erotismo divino o sagrado. Es, en todo caso, el ser pleno, ilimitado,
ya no limitado por la discontinuidad personal. En pocas palabras, es la
continuidad del ser percibida como un alumbramiento a partir del ser del amante.
En esa apariencia hay algo absurdo, una horrible mezcla; pero, a través del
absurdo, de la mezcla, del sufrimiento, se halla una verdad milagrosa. En el
fondo, nada es ilusorio en la verdad del amor; el ser amado equivale para el
amante, y sin duda tan sólo para el amante —pero eso no tiene importancia—,
a la verdad del ser. El azar quiere que, a través de él, una vez desaparecida la
complejidad del mundo, el amante vislumbre el fondo del ser, la simplicidad del ser."
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