En Aristóteles advertimos la idea de que no todo conocimiento o pensamiento es consciente, en cuanto que, ni tan siquiera toda percepción es consciente

miércoles, enero 22, 2014



"Parece  que  en  Aristóteles  podríamos  reencontrar  ciertas  resonancias
presocráticas, colocándonos de nuevo en la línea de un pensamiento sin sujeto,
o que es anterior o exterior a éste. Además de heredar el concepto de Nous de
Anaxágoras, explorado aquí anteriormente, Aristóteles habla más claramente
de un nous poietikos eterno y presubjetivo que, en todo caso, estaría a la base
del proceso de subjetivación individual. Este  nous poietikos no está en el individuo
al modo de propiedad sino que supone la condición de posibilidad del pensar y del
conocer:

“Así pues, existe un intelecto que es capaz de llegar a ser todas las cosas
y otro capaz de hacerlas todas; este último es a manera de una disposición
habitual como, por ejemplo, la luz: también la luz hace en cierto modo de los
colores en potencia colores en acto. Y tal intelecto es separable, sin mezcla e
impasible, siendo como es acto por su propia entidad. Y es que siempre es más
excelso el agente que el paciente, el principio que la materia. Por lo demás,
la misma cosa son la ciencia en acto y su objeto. Desde el punto de vista de
cada individuo la ciencia en potencia es anterior en cuanto al tiempo, pero
desde el punto de vista del universo en general no es anterior ni siquiera en
cuanto al tiempo: no ocurre, desde luego, que el intelecto intelija a veces y a
veces deje de inteligir. Una vez separado es sólo aquello que en realidad es y
únicamente esto es inmortal y eterno. Nosotros, sin embargo, no somos
capaces de recordarlo, porque tal principio es impasible, mientras que el
intelecto pasivo es corruptible y sin él nada intelige”.

Por otra parte, el acto de pensamiento y el acto cognoscitivo no son procesos
dialécticos en el sentido de que no culminan en síntesis alguna, dado que se
trata de sucesos incorpóreos. El pensamiento y el conocimiento son distintos
de la nutrición, en la medida en que dejan ser, no fagocitan, no se apropian de
aquello que es pensado o de aquello que es conocido. El pensamiento, entonces,
supone una unidad que no es una síntesis sino una apertura, un “salirse de sí”
que no implica alienarse en el objeto conocido. Así, Aristóteles se desmarca de
la imagen totalitaria del conocimiento como dialéctica entre sujeto y objeto.

El acto de pensar y de conocer está fuera del sujeto y del objeto,

siendo, por tanto, de tipo extático. El sujeto y el objeto serían, tan solo,
categorías correspondientes al surgimiento de la conciencia y
solo  en  este  bucle  autorreflexivo,  tendrían  sentido,  concretamente,
como  asunción  de  la intencionalidad y como modo, consiguientemente,
del pensamiento: el pensamiento intencional.

En Aristóteles advertimos

la idea de que no todo conocimiento o pensamiento es consciente,

en cuanto  que,  ni  tan  siquiera  toda  percepción  es  consciente,

indicando  esto  que  los  deseos, razonamientos o condiciones que
se encuentran a la base de la percepción no consciente, serían, así
mismo, inconscientes.

Lacan trató de agenciarse este entramado aristotélico reafirmando que hay
conocimientos  que  pertenecen  a  lo  Real,  aunque  no  sean  subjetivados
por  nadie.  Éstos  serían análogos a la Lógica, debido a la cual, Lacan la
caracteriza como  ciencia de lo Real, es decir, aquella que no tiene contenido
o, mejor, que no tiene términos  verificables sino que da cuenta únicamente
de las relaciones previas al establecimiento del sentido. Ese sería el único
mapa posible del inconsciente, del saber del inconsciente.

En  cualquier  caso,  estas  apreciaciones  que hemos  hecho  en  torno
a Aristóteles  no  solo arrojan  luz  en  la  persecución  conceptual-histórica
del  Inconsciente,  sino  que  nos  permiten presenciar a un Aristóteles quizá
más consistente que el tradicional y más coherente en su crítica
del  transcendentalismo  platónico,  en  la  medida  en  que  podemos
reinterpretar  dos  cuestiones ralativas a su filosofía. En primer lugar,
conseguimos apartar la concepción del acto puro, de ese primer motor
inmóvil e inmaterial que, como tal, mueve sin ser movido pero no por contacto
(en tanto que lo inmaterial no contacta), de cualquier idealismo platónico o
de cualquier realismo de las Ideas, también platónico. Consideramos el acto
puro como ese deseo extático, condición de posibilidad del movimiento,
es decir, aclararemos que lo que mueve es el deseo, los deseos en cuanto
que atravesados por

ese Pensar del Ser, que podemos denominar “deseo” o Inconsciente.

En segundo lugar, y a consecuencia de lo anterior, resolvemos otra dificultad
en la interpretación de Aristóteles. Resultaba molesto, encontrar en un filósofo
materialista, en sentido griego, en el mejor de los sentidos, una visión teleológica
del mundo, en tanto que parecía, indirectamente, implicar una  conciencia  o
supraconciencia,  que  entendida  hegelianamente,  moviera  al  mundo  hacia  su
desarrollo predeterminado. Una teleología tal, sería de suyo, teológica en el sentido
medieval, en el peor  sentido.  Sin  embargo,  sí  nos  podemos  permitir  hacernos
cargo  de  otra  teleología,  la aristotélica, libre de las cargas tomistas. Esto se
produce a condición de situar el telos a nivel de Inconsciente,  procediendo
inconscientemente o, lo que es lo mismo,  significando  deseo, deseo-juego,
deseo heracliteo, deseo dionisiaco, deseo que deconstruye y reconstruye
distintos planos de organización,  animando  inmanentemente  al mundo.
Liberamos  así,  el transcendentalismo  de lo transcedente y reformulamos a
Aristóteles como materialista transcendental, como materialista que se hace
cargo de las condiciones de posibilidad. Es este el sentido en que Aristóteles
reescribe a Anaximandro, reintroduce el apeiron y lo anima o lo presenta
animado por el deseo. Para  adentrarnos  en  la  búsqueda  del  concepto
del  Inconsciente  en  la  filosofía  moderna vamos  a recoger las sugerencias
que Lancelot Law Whyte  propone en su libro  El inconsciente
antes de Freud, publicado ya en 1960."


Belén Castellanos Rodríguez La crítica de Deleuze al psicoanálisis:
el proyecto de un deseo políticamente constituyente.

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