Parménides Lo mismo es Ser y Pensar.

miércoles, enero 22, 2014



"Para la búsqueda del Inconsciente en el pensamiento parmenídeo, tomemos
la orientación de Heidegger, excepcional transmisor del pensamiento griego,
consiguiendo así continuar nuestro planteamiento con un hilo adecuado y
rectamente dirigido. Por ello, debemos centrarnos en una problemática tan
apasionante como compleja:

la idea de que lo mismo es Ser y Pensar.

Atendemos a esta cuestión por ser aquella en la que se manifiesta un cruce
muy especial para nosotros, ya que en  él  se  hace  posible  volcar  nuestra
aspiración  a  encontrar  en  Grecia  unos  precedentes, suficientemente claros,
para el concepto de Inconsciente.

Baste recordar las siguientes palabras de Parménides:

“Por ello es correcto que lo que es no sea imperfecto;
pues no es deficiente -si lo fuera, sería deficiente en todo.
Lo mismo es ser pensado y aquello por lo que es pensamiento,
ya que no encontrarás el pensar sin lo que es en todo lo que se ha dicho
(o “en lo que se expresa el pensamiento”)…”.

Esta  mismidad  entre  el  Ser  y  el  Pensar  podría  expresarse  en  términos
hegelianos:

“lo real es racional y lo racional es real”.

Sin embargo, vamos a escoger una asunción más  heideggeriana o, mejor:
postestructuralista,  por creer que hallamos  en ella una orientación tanto
más cercana al espíritu griego y tanto más productiva para mostrar lo que
aquí deseamos hacer  notar  en  vías  a  una  comprensión  ontológica  del
Inconsciente.  Si  en  el  agenciamiento hegeliano  de  Parménides  había
una  yuxtaposición  a  partir  de  la  cual  el  Pensar  se  imponía
progresivamente por encima del Ser, como desenvolvimiento del Espíritu
que conquista el para-sí, logrando finalmente su absoluta dominación y
borrándose, en esa medida, la diferencia entre Ser y Pensar,  al modo  de
una reconciliación,  nuestro  punto  de partida postestructuralista  nos  lleva  a
repensar a Parménides, sin embargo, de acuerdo a

la co-pertenencia entre el Ser y el Pensar,

libre de síntesis que no sean disyuntivas. Cuando decimos con Parménides
que lo mismo es Ser que Pensar no tratamos de afirmar que haya una
identificación o una subsunción conceptual del uno en el otro,

sino que se condicionan y se posibilitan mutuamente,
sin ser ninguno anterior respecto del otro.

Creemos que esta co-pertenencia expresa, mejor que ninguna otra fórmula,
la rotundidad de la inmanencia que presidirá el pensamiento de muchos de
los más notables pensadores, incluyendo, por supuesto, y de una forma
especial, a Gilles Deleuze. Para encontrar certeramente el saber de la
inmanencia  en  el  Ser-Pensar  del  Eléata,  necesitamos  reconocer  dos
condiciones:

la  primera consiste en cifrar el Pensar en un pensamiento sin sujeto,
tal y como, por otra parte, había sugerido Heráclito,  siendo  entonces
un  pensamiento  extático,  noemático  o,  lo  que  es  lo  mismo,  no  en
devenir, sino posibilitante: Inconsciente cuya subjetivación supondría
un punto de llegada y no de partida;

y la segunda consiste en recordar una vez más que el Ser es el Uno no numérico
y no extenso  sino  intensivo  y  plural,  tal  y  como  le  corresponde  a  toda
unidad  cada  vez  que  la entendemos  como  reunión  de  multiplicidad.
Si  el  Ser  fuera  extensión,  el  Pensar  del  Ser  sería conquista y apropiación,
tal y como parece querer la filosofía dialéctico-hegeliana. Sin embargo, el Ser
constituye, no la posesión de la totalidad, sino la ley ontológica que divide y reúne.
Del mismo modo,  Ser  y  Pensar  son  condicionantes  de  la  formación  y
aparición  del  ente  y  del  momento reflexivo que conduce al brotar de la
conciencia, respectivamente. Y, en este sentido, podríamos decir, con Deleuze,

que  el  Inconsciente  maquina  deseo,  energía  de  deconstrucción
y reconstrucción,  de  caos  y  de  cosmos.

Estamos  entonces  en  las  antípodas  de  la  comprensión hegeliana de
la unidad Ser-Pensar, que toma ambos términos bajo el esquema de objeto-sujeto
como  opuestos  sintetizados  conjuntivamente  en  una  operación  de  dominación
en  la  que  el Pensamiento  conquistaría  al  Ser,  aprisionándolo  bajo  su  discurrir
teleológico-tecnológico. El Pensar en la concepción  de Hegel no es el pensar
como  límite posibilitante puesto que, por el contrario, sería un Pensar que no
deja ser al Ser, que lo oprime en un movimiento de autorreflexión narcisística
que  quiere  hacerse  pasar  por  libertad.  Se  produce  una  confusión  entre
libertad  y autonomía-autodeterminación.  Sin  embargo,  difícilmente  podemos
acordar  con  Hegel  que hallemos en este proceso la operación del conocimiento,
puesto que un pensar tal, que enfrentara a la physis como a un enemigo, ya no
sería un Pensar sino un dominar que implica un no reconocer junto  con  la
imposibilidad  de  la  heteronomía  sin  la  cual  no  se  daría  aprendizaje,
influencia, alteridad… Así, lo que es, entendemos desde el postestructuralismo,
es necesariamente pero no según una finalidad, no determinado por un orden
preestablecido que se despliega hacia un punto o hacia una meta.

El Ser y el Pensar se hacen auténticos en su co-pertenencia,
dándose el Ser al Pensar y el Pensar al Ser, siendo esta mutua entrega

el acontecimiento, que se plasma en la Historia y en el lenguaje, y que es
recorrido por la noesis. La composición de la síntesis violaría la univocidad
de la condición posibilitante. Parménides ha descubierto la ley del Ser-Pensar
en el ámbito de la verdad ontológica: se ha de sobrepasar el juicio de los
imperativos mortales porque el límite es el principio de la síntesis de los juicios.

En la aletheia se entregan y apropian mutuamente Ser y Pensar,

vibrando pues el Inconsciente en los sujetos de una comunidad,

que no serían sujetos sino en función de este pliegue del Inconsciente,
que constituye un exterior y un interior comunicantes.

Estas apreciaciones, tal vez no serían posibles sin la fuga de Heidegger
respecto de la mentalidad moderna, operación que le permite un rememorar,
un pensar lo no pensado desde lo pensado. Toda  aletheia, como  tal,  es
siempre  una  interpretación  histórica,  ni  arbitraria  ni definitiva, pero que,
además, no es histórica en el sentido dialéctico de parcialidad. Se trata más
bien de un límite semejante al de Spinoza,

en el que lo no conocido es tan importante como lo conocido

y nunca se conquista puesto que el conocimiento de los modos no agota
la substancia.

La natura naturans es el límite porque carece de causas finales y no se puede
antropomorfizar: no hay  en  ella  bondad  ni  maldad,  ni  belleza  ni  fealdad.
Pero  solo  a  partir  de  ese  límite,  de  ese retraimiento del Ser, se nos desvela
el don de lo que se da a la presencia. En los presocráticos, los mortales
descubren  lo  divino, que  es lo eterno y necesario, no siéndolo ellos mismos
y asumiéndose como mortales. Precisamente en la admisión del no saber
sobre lo Otro está el único origen posible de cualquier saber racional crítico,
de cualquier vivir estéticamente, poéticamente, prescindiendo de la pretensión
de erradicar el misterio, la muerte, el Inconsciente.

De igual modo, cuando Anaxágoras afirma que la Mente “es infinita, autónoma
y no está mezclada” y que de entre las cosas “es la más sutil y la más pura de
todas; tiene el conocimiento todo sobre cada cosa y el máximo poder (…)
gobierna todas las cosas que tienen vida (…) conoce todas las cosas mezcladas,
separadas y divididas (…) ordenó todas cuantas cosas iban  a ser, todas cuantas
fueron y ahora no son, todas cuantas ahora son y cuantas serán”, parece difícil
suponer que tal mente sea la de un sujeto o la de una conciencia. Tampoco
parece plausible la idea de que sea concebida como algo transcendente, si bien
se formula en términos transcendentales, sobre todo a la luz de la siguiente
expresión: “Pero la Mente, que siempre es, está ciertamente ahora incluso donde
están también todas las demás cosas, en la masa circundante y en las cosas
que han sido unidas o separadas”.

Releyendo con atención las observaciones de Anaxágoras veremos que de nuevo
se cumplen todos los requisitos que nos permiten hablar de un pensamiento
sin sujeto, cosa que, a su vez, posibilita la asignación del estatuto del Inconsciente,
tal y como al principio  de este capítulo habíamos  acordado. Por un lado, la mente,
tal y como la presenta el filósofo de Clazomene, tiene el carácter divino, por cuanto
reúne y divide el tiempo,

siendo su propio tiempo el Aion y no el Cronos,

y en la medida en que se sitúa más allá de lo humano. De la  misma  manera,
formula,  por  definición,  la  característica  inmanencia, puesto que está en las
propias cosas, no siendo exterior a ellas, sin por ello quedar atrapada en cavidad
interna alguna, tal y como requeriría si de una autoconciencia se tratara.

Añadamos además, que es Una y múltiple, ya que siendo substancia pura
y por sí misma se halla en la “masa circundante” y en todas las cosas distintas.

Trátase del Pensar en cuanto que co-perteneciente al Ser

o, dicho de otro modo,

es el Pensar del Ser en una concepción libre de dualismos mente-cuerpo,

más  cercana  a  la  visión espiritualizada del último, condicionando así la
aparición del proceso de conocimiento dentro de la esfera  de  lo  animado,
en  lo  cual  se  oculta  y  manifiesta.  Por  ello,  decimos  que  es  principio
heterónomo de la subjetividad y  arché en general, primer principio ontológico
y no psicológico, contrafáctico y no existencial, intenso y no extenso.
Así, concluimos en aceptar que si podemos hallar

una preformulación  del Inconsciente en la filosofía presocrática

será en el sentido de un pensamiento  sin  sujeto

que  condiciona  los  procesos  de  subjetivación  y  que  no  es  irracional,

hablando rigurosamente, sino, en todo caso,

sinsentido, en cuanto que indemostrable, incausado,

inocente. Así, creemos que lo acoge Nietzsche, Deleuze e incluso cierto Freud
(el Freud de Más allá del principio del placer) cuando lo mencionan
explícitamente como Inconsciente."


Belén Castellanos Rodríguez La crítica de Deleuze al psicoanálisis:
el proyecto de un deseo políticamente constituyente.

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