Del concepto implícito de Inconsciente en Platón

miércoles, enero 22, 2014




"Convendría  ahora seguir  el  rastro  retroactivo  del  concepto  implícito
de Inconsciente  en Platón.

Para no perder el hilo de la historia estrictamente filosófica, decimos, solo
de modo muy breve, que en los sofistas, tal vez debido a su excesivo
psico-sociologismo, no encontramos ningún hilo, lo suficientemente
oportuno, con el que enganchar la reflexión presocrática (o preplatónica)
en torno a la cuestión o, si queremos, a la búsqueda, de un pensamiento
sin sujeto. En cambio, sí percibimos,  bajo  su  escepticismo  social  y,
más  concretamente,  flotando  entre  sus  loas  a  la demagogia, entre el
nihilismo de Gorgias y su condena lapidaria al lenguaje y a la palabra, una
intuición,  tal vez inconsciente,  del vagabundeo  del Inconsciente,
entendiendo  su  imperio  como negativo, como imperio del deseo anulador
de toda razón. Y es que más que críticos de la Razón, recibimos a los sofistas
como  pensadores  de  talante  desengañado,  mostrando,  por  ello,  muy  a
menudo, nostalgia de la moral, en lugar de afán de desactivarla. Toda la
temática sofística, que vincula discurso y poder, oratoria y areté, persuasión
y democracia, parece fundamentarse en una teoría sobre la sugestión,
el contenido velado del discurso y la imposibilidad del acuse de recibo en
el  terreno  de  la  comunicación  humana,  cuyo  elemento  básico  debería
ser  precisamente  el inconsciente y, de hecho, un inconsciente al estilo
freudiano de  Psicología de las masas y en la onda de todo lo que compone
la preocupación lacaniana principal.


Cuando llegamos a Platón, la senda presocrática queda desenfocada
y lo que podía haber sido un largo camino por el estudio, y hacia el
asentamiento, de un Inconsciente Ontológico, se enreda en las
fabulaciones del alma individual, torciéndose por ello hacia la formulación
latente de un  inconsciente  psicológico.  Podríamos  decir  que  la  teoría
de  la  reminiscencia  y  el  método mayéutico,  suponen  la  idea  o,  al  menos,
la  preconcepción,  de  la  existencia  de  contenidos inconscientes.

Ciertamente, encontramos diferencias notables en el enfoque platónico y
freudiano, a pesar de que la razón de nuestra investigación responde,
en parte, a la voluntad de invertir el platonismo en el psicoanálisis,
razón por la cual hemos venido insistiendo en la crítica al concepto
de  inconsciente  como  inconsciente  psicológico.  En  todo  caso,  también
es  verdad  que  mientras Platón adolece de la necesidad mitológica de
plantear la inmortalidad de un alma individual, no sucede lo mismo con
Freud, que, sin embargo, nos deja a cambio un incómodo interrogante sobre
la posibilidad de una herencia filogenético de los contenidos inconscientes,
o de su simbolismo, o de su supuesta gramática.

Además, en Platón, esos contenidos inconscientes son pensados bajo el
modelo de la conciencia e incluso de

una conciencia superior matemático-racional,

olvidada por o dormida en el individuo a causa de su alienación en el cuerpo,
que le impone pensamientos ajenos, servidumbres  a  la  realidad  material.
Por  el  contrario,  hay  muchas  razones  para  rastrear  el inconsciente freudiano
en el cuerpo y hallar en él una realidad que para nada remite a una pureza
perdida.  Tal  vez  no  le  falte  razón  a  Althusser  cuando  aleja  el
descubrimiento  de  Freud  de  la filosofía platónica (así como de la de
Leibniz y de la del romanticismo alemán), atribuyendo el continuismo  de
esta  última  a  los  malentendidos  propiciados  por  el  psicoanálisis  revisionista
decadente. Nos parece conveniente señalar, por todo ello, que si queda cierto
platonismo (o mejor dicho, cierto mal platonismo) a combatir en el interior de
Freud, está, en todo caso, mucho más presente en Jung, en el que la teoría de la
metempsicosis, de la inmortalidad y de la divinidad transcendente, parece seguir
teniendo un lugar. Lejos de hallarnos ante una teoría de base más social,
entendiendo  “social” en el sentido materialista marxista, cuando nos
enfrentamos con el inconsciente colectivo de Jung, tenemos la impresión de
encontrarnos con una nueva mistificación, en la que la metafísica platónica
cobra especial fuerza. Los elementos propios de un inconsciente así  pensado
son,  como  sabemos,  algo  que  Jung  dio  en  llamar “arquetipos”,  imágenes
del pensamiento que, aunque culturalmente desenvueltas, responden a un
carácter universal. Usando el lenguaje junguiano, los arquetipos son
posibilidades heredadas de representación. De este modo, podemos observar
en este psicoanalista una especial fijación acrítica con algo que en Freud solo se
presentaba como débil posibilidad y, en todo caso, como problema o límite de su
propio sistema teórico:

la  herencia  filogenético  del  lenguaje  simbólico  del  inconsciente

y  la  posibilidad  de traducción, de representación del mismo a través de una
serie de significaciones constantes.

Desde otro punto de vista, debemos  hacer justicia a Platón, al menos  en el
esfuerzo de mostrar  otras  lecturas  que  no  comprometen  la  preconcepción
platónica  de  inconsciente  con  el intelectualismo mitológico del alma vagando
por el mundo inmutable de la antigua geometría. En este sentido, pensadores
como Maritain, se refieren a un protoconcepto platónico de inconsciente
ligado al mundo de la locura, a la vida pasional, a la musa de los poetas,
al pensamiento que se situaría por encima del lógico-racional:

“en efecto, el concepto de la musa para Platón está ligado
al  de pasión,  al  de manía,  locura  y delirio  (cual  los  juegos
pueriles),  es  decir,  a  la  vida  del inconsciente.
Platón no cesa de ensalzar la manía o delirio, ese entusiasmo
que anula la reflexión y el pensamiento lógico considerándolo
como don supremo de los poetas…”.

Sin embargo, si bien  Maritain  encuentra en  Platón esa intuición
del inconsciente,  que,  en tanto  que ligada a la reflexión sobre la belleza,
estaría ausente, para el filósofo católico, en los filósofos presocráticos y
en Aristóteles, no nos parece tan claro que de la generalidad de la obra
platónica se desprenda una valoración netamente positiva de los poetas,
en cuanto que la relación de éstos con la puesta de la verdad es tratada
de modo bastante ambivalente. En cualquier caso, su defensa de Platón
como descubridor implícito del inconsciente no entra en contradicción
con las afirmaciones de Althusser ni con las limitaciones para el paralelismo
con la figura de Freud que nosotros mismos hemos establecido,  dado  que
Maritain  se  refiere  al  hallazgo  de  lo  que  él  denomina  “inconsciente
espiritual”, distinto del objeto de los psicoanalistas (inconsciente irracional),
raíz de la inteligencia, de la voluntad, de la libertad personal, que lucha por
conocer, que puede aparecer mezclado con la sin razón y cuyo cometido
es deshacerse de ésta para purificarse y encontrar la paz. De hecho,
Maritain no solo encuentra ese inconsciente mítico-escatológico en Platón
sino que trata, por todos los medios, de hacer uso católico del mismo.

Si mantenemos aún la empresa de invertir el platonismo en el psicoanálisis
es porque consideramos que, aun asumiendo las sentencias de Althusser
en relación a la disparidad existente entre el inconsciente objeto de estudio
del psicoanálisis, y el inconsciente que, al menos  desde Platón, ha rondado
entre las preocupaciones filosóficas, Deleuze es heredero de ambas tradiciones,
así como el propio Althusser, y todavía encuentra en el seno del psicoanálisis,
en su teoría y en su metodología, elementos platonizantes, como pueda ser la
idea de la cura a través del conocimiento, la fortificación de la idea de sujeto
frente a un mundo, incluido  el cuerpo, que sería objeto, la idealización del diálogo
como puente comunicacional efectivo, la hipostatización de la gramática
sobre el pensamiento, el problema de la participación, etc.


Belén Castellanos Rodríguez La crítica de Deleuze al psicoanálisis:
el proyecto de un deseo políticamente constituyente.

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