Kafka no se condena a sí mismo al suplicio de la hoguera

miércoles, marzo 26, 2014



"Búsquedas más minuciosas revelaron la existencia de una hoja de papel amarillenta, visiblemente vieja y escrita a lápiz. Su contenido es el siguiente:


Querido Max:


"Quizá ya esta vez no me levante. Después de este mes de fiebre pulmonar es muy probable que sobrevenga una inflamación seria de los pulmones; por más que lo escriba, ello no podrá evitarla, aunque sin embargo pueda ejercer cierta influencia.

He aquí pues mi última voluntad respecto de todo lo que escribí para el caso de que se produzca lo que preveo:


de todo cuanto he escrito pueden conservarse sólo las siguientes obras:


La condena, El proceso, La metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural, y el relato Artista del hambre. Los pocos ejemplares de Contemplación pueden también conservarse; no quiero dar a nadie el trabajo de destruirlos, mas no han de imprimirse de nuevo.

Al decir que pueden conservarse esos cinco libros y el relato no quiero significar que tenga el deseo de que vuelvan a imprimirse para ser trasmitidos a la posteridad; por el contrario, si se perdieran por completo, ello respondería a mi verdadero deseo. Sólo que no puedo impedir a nadie, puesto que ya existen, que los conserve si así le place.

Pero todo lo demás escrito por mí (publicado en revistas, contenido en manuscritos o en cartas) sin excepción alguna, en la medida en que puedas obtenerlo mediante ruegos a las personas que lo poseen (tú conoces a la mayor parte de ellas; en general se trata de.. . ; no te olvides sobre todo de aquellos dos cuadernos que tiene ... ), todo esto, sin excepción, y preferiría que sin leer (sin embargo no te impido que lo hojees, aunque en verdad preferiría que no lo

hicieras; en todo caso nadie más tiene derecho a mirarlos), ha de ser destruido y te ruego que lo hagas cuanto antes.

FRANZ".


Si a pesar de estas disposiciones tan categóricamente expresadas me negué a cumplir la erostrática acción que me exigía mi amigo, existen poderosas razones que justifican mi proceder.

Algunas de ellas no pueden ser discutidas públicamente.


Pero otras que sí puedo comunicar explican por entero mi resolución.

He aquí la fundamental: cuando en 1921 cambié de profesión, comuniqué a mi amigo que había escrito mi testamento, en el que le rogaba que destruyera tal o cual cosa y que conservara otras. Entonces Kafka, mostrándome la esquela escrita con tinta que hubo de encontrarse posteriormente en su escritorio, me dijo:

—Mi testamento será muy sencillo. En él te pido que lo quemes todo.

Todavía recuerdo exactamente lo que le respondí en aquella ocasión:

—Si me encargas seriamente eso, te digo desde ahora que


no cumpliré tu ruego.


Toda la conversación se llevó a cabo en el tono de broma que nos era habitual, pero, sin embargo, con esa secreta seriedad que siempre estaba supuesta entre nosotros. Si Franz hubiera estado verdaderamente persuadido de que me negaría a cumplir su voluntad y si hubiera tomado esas disposiciones verdaderamente en serio y con un carácter definitivo,


habría designado otro ejecutor testamentario.

No le agradezco el que me haya colocado en este conflicto de conciencia que tenía que haber previsto, pues


Kafka conocía la veneración fanática que yo tenía por cada una de sus palabras


y que en los veinte afios de nuestra amistad nunca turbada me impidió tirar ni la menor nota, ni una simple tarjeta postal suya. ¡Por lo demás, es menester no interpretar mal las palabras: "No le agradezco"! ¡Qué puede importar un conflicto de conciencia, por gravoso que sea, frente a la dicha infinita de que

soy deudor a mi amigo, que fue el verdadero sostén de toda mi existencia espiritual!"

Max Brod



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